EL PELIGRO DE UNA NUEVA PRESIDENCIA DE TRUMP

Written by Adalberto Sardiñas

3 de agosto de 2022

¿Fue Donald Trump un buen presidente en sus cuatro años en la Casa Blanca?

  Creo que sí, y así lo he dicho en varios artículos, en los recientes pasados años. Pero, al final, precisamente desde noviembre del 2020, cuando perdió las elecciones para su reelección contra Joe Biden, todo cambió. Su legado se vino abajo en un desmantelamiento tan grotesco, inesperado y dramático, con ese esquizofrénico reclamo de un fraude que nunca existió, y los trágicos eventos subsecuentes, que su posible ascenso a la Casa Blanca no representa más que un peligro para la estabilidad de la nación y los principios democráticos que la sustentan.

  El asalto al Capitolio el 6 de enero del 2021, fue el tiro de gracia político para Trump por su debatible incitación al acto criminal que envalentonó a cientos de sus seguidores a irrumpir, violentamente, al edificio, y cometer atrocidades vandálicas, y así lo creo yo, humillar, a la vez, a toda la nación con una conducta vergonzosa, jamás vista en la vida republicana del país. No fue una protesta política. Fue una ofensa, una estocada al corazón de nuestra más sagrada institución que es nuestro Congreso.

  Para empeorar la situación, mientras sus enfurecidos adeptos asaltaban el Capitolio, buscando ajusticiar al vicepresidente, Mike Pence, el presidente Trump permaneció, sentado en su comedor privado, mirando el desastre por televisión, inmutable, sin hacer nada para detener la ya sangrienta violencia, por 187 larguísimos minutos.

  ¿Fueron las palabras de Trump una incitación para la invasión al Capitolio?  Esa conclusión pertenece al Departamento de Justicia después del informe que le envíe la comisión que investiga los hechos.

  A fuerza de un análisis lógico, todo indica que Donald Trump pretendía presionar a su vicepresidente para que descertificara la elección de Joe Biden. En términos claros, un golpe de estado en una nación que se rige por un absoluto estado de derecho. Por un riguroso apego a la ley y a la democracia.

  ¿Cómo puede explicar el ex presidente, su actitud de rechazo a detener la violencia, ante las muchas peticiones de funcionarios de su gobierno y familiares?

  En breve, la conclusión que se impone de esta conducta, es que Donald Trump, por virtud de ella, no es apto para una nueva oportunidad presidencial. Sería un peligro para la nación.

  Echando a un lado el preámbulo sobre el ayer, analicemos el mañana cercano.

  A poco más de dos años de la próxima elección presidencial, las filas de ambos partidos se alinean para el encuentro. La atmósfera socio-política-económica del país no se encuentra en su mejor momento. La nación está polarizada, y lo que se le ofrece como liderazgo de gobernabilidad, son dos figuras que no lucen viable para consolidar un clima de estabilidad dentro de un marco de civilidad y prosperidad que unifique, dentro de lo humanamente posible, a la nación americana.

   En el caso de Joe Biden, el país se siente razonablemente preocupado. El actual presidente, muestra, cada vez más, los efectos de una marcada disminución en sus facultades cognitivas en los momentos en que la situación doméstica reclama una mano firme y enérgica en los diversos problemas que confronta; y el panorama externo, con Rusia y China, en posiciones agresivas, requiere un liderazgo que refleje firmeza y prontitud en respuestas a actos hostiles de estas dos naciones beligerantes. Ucrania es el ejemplo de hoy. Taiwán pudiera ser el desafío de mañana.

  Dicho esto, creemos que los demócratas, juiciosamente, deberían desestimar la candidatura de Joe Biden para los comicios del 2024. No está apto para la tarea.

  De todo este embrollo, no resulta difícil inferir, que nuestra política nacional está en un tumultuoso desorden, un desbarajuste que nos limita, al menos por el momento, a dos figuras debatiblemente disfuncionales, uno por su edad y fragilidad mental, y el otro por su carácter incendiario y emocionalmente inestable, que lo impulsa a cometer actos de sumo peligro para la integridad de nuestras instituciones.

  Claramente, Donald Trump, en el momento actual, mantiene un nivel de popularidad considerable. Una gran porción de la población americana preferiría verlo nuevamente instalado en la Casa Blanca en lugar de un demócrata. No debemos olvidar que 75 millones de ciudadanos le dieron su voto en las pasadas elecciones que perdió frente a Joe Biden. No se la robaron, como no se cansa de proclamar. Las perdió, y su negativa a aceptar la voluntad popular, le sigue haciendo daño a nuestro proceso electoral.

  Además, y éste es un hecho real, Donal Trump comanda actualmente un sólido control sobre el Partido Republicano, y esto le coloca en lugar preeminente para la nominación, aunque esto no significa que la tiene asegurada. Sin embargo, todo este panorama pudiera cambiar. El país sufre una sensación de fatiga con el status quo, y quiere, más bien, necesita, una renovación de los cuadros políticos. Las dos figuras contendientes, a esta temprana hora de preparación para el encuentro del 2024, estarán, para entonces, frisando los 80 años. Es posible, y hasta probable, y justamente deseable, que el advenimiento de figuras nuevas, más jóvenes, alteren la ecuación. Recuerden que, en política, lo imposible, es siempre posible.

  Resulta en efecto una triste reflexión sobre la política americana que, al final, el electorado termine con la limitada opción de dos candidatos defectuosos, handicapped para regir su destino.

  Sería, inmensamente mejor para la nación, que ambos, Biden y Trump, desaparezcan de la escena política, dejando un sendero abierto y amplio a candidatos de una nueva generación.

  ¡También el electorado se aburre!

BALCÓN AL MUNDO

Dijo Díaz Canel, en el despilfarro de sandeces que explayó el 26 de julio, que había que defender la revolución “para evitar un regreso al pasado”.

  En primer lugar, ¿de qué revolución habla?. Porque el aborto que salió de la Sierra Maestra murió hace muchas décadas. Descansa en el basurero de la historia en estado putrefacto.

 Y, en segundo lugar, cuando habla de “el regreso al pasado” sólo muestra la profunda desconexión entre la dictadura de su régimen y los deseos del pueblo cubano. El cubano quiere que el futuro que le ofrece la dictadura comunista lo lleve de regreso al pasado. Al lugar donde se vivía en paz, donde siempre había un plato en la mesa, medicina para aliviar los males, suficiente jabón para el aseo, y donde se practicaba el culto a la amistad, ahora substituido por el espionaje y la delación entre vecinos.

  Sí, aquí, en este momento histórico, los cubanos están de acuerdo con Jorge Manrique, en que “cualquier tiempo pasado fue mejor…

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La presidenta de la Cámara Baja, Nancy Pelosi, está en preparaciones para su viaje a Taiwán, mientras que el presidente Biden se opone, y el Pentágono no lo aprueba del todo. ¿Qué está pasando? ¿Por qué este tira y encoge entre los poderes legislativo y ejecutivo? Al parecer, Joe Biden, que tiene las manos llenas con la guerra de Ucrania, no quiere antagonizar a Xi Jinping, alborotando el cotarro en Taiwán, cuando tiene en planes unas conversaciones con el dictador chino.

Sin embargo, la visita de la Sra. Pelosi tiene méritos. Es necesario enfatizar, desde los más altos niveles políticos de esta nación, el apoyo a la pequeña isla democrática que quiere seguir viviendo en libertad pese a todas las amenazas de mainland. Taiwán es, para todo propósito práctico, una nación libre y soberana.

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  Dos exhaustivos estudios científicos acaban de ratificar lo que ya se sospechaba: el coronavirus surgió en Wuhan, China, cuando el virus saltó de un animal a un ser humano. Ahí comenzó la epidemia que ha ocasionado tanta muerte, desolación y daño a la economía mundial. Y todavía no ha terminado con la proliferación de constantes mutaciones.

  El Covid no se ha ido, como dice el presidente Biden. Todavía está con nosotros, aunque más débil.

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