EL PADRE DEL PERIODISMO MODERNO

Written by Libre Online

9 de abril de 2024

Por Rafael Soto Paz (1947)

El padre del periodismo moderno se llama Joseph Pulitzer. Y aunque cultivó el sensacionalismo, jamás enlodó la augusta profesión. Su vida es un rosario de turbulencias y un récord de aventuras coloridas. De joven lo hallaron muriéndose de hambre en la calle. Sostuvo duelos y se batió varias veces a tiro. Adquirió una amplia cultura. Su yate fue el más lujoso que ha navegado en aguas marinas. Y en los 20 años que estuvo ciego, no dejó un solo día de dirigir el “World” de New York y el “Post Dispatch”, de San Luis. ¡Una existencia así se resume en ocho líneas, y, sin embargo, cuán pocos saben vivirla!

Y lo original es que el Pulitzer, esencia del espíritu yanki, no nació en América. Vino al mundo en Hungría el 10 de abril de 1847, de padre magiar, judío y madre austro-germana. En la casa había cierta opulencia que se torna en bancarrota al fallecer el padre. Unos tíos oficiales determinan que el muchacho a los 17 años abrace la carrera militar. Pero la vista precaria origina el licenciamiento. Este fracaso lo hace enrolar en un batallón de jóvenes reclutados para venir a combatir a favor de Lincoln en la guerra de secesión. Al llegar a Boston, Pulitzer. Con otro compañero se escurren a nado. Parte para Nueva York y se alista en un regimiento de caballería hasta que lo despiden por inútil.

Al igual que otros soldados, a Pulitzer no le quedó otro recurso que internarse en el medio- oeste. Enganchado en un tren arriba a Saint Louis. Trabaja en las calderas de un ferry-boat. Conduce mulos a las 

barracas del Ejército; peón de albañil y por último, logra un puesto fijo en la Deustsche Gosnells-shaft, sociedad fundada para proteger a los inmigrantes alemanes. Y a partir de esta hora, su ambición y su espíritu emprendedor lo hacen ascender. Pulitzer no descansa, se busca amigos, estudia leyes y en 1868 llega a reportero del “Wellsche Post”, un diario germano-americano que Carl Schurz y Emil Pretorius editaban en el medio oeste.

Y aquí la pronunciación imperfecta de Pulitzer y su rebosante entusiasmo son motivo de diversión. Su elevada estatura, su físico desgarbado, su cabeza picuda y sus rudimentarios espejuelos lo hacen un tipo singular. Pero como conseguía una sorprendente facilidad para captar las noticias, los editores de los periódicos rivales pidieron a sus reporteros que, en lugar de burlarse del inquieto Joey, procurarán imitarlo. 

Su popularidad llegó a tal grado que al año de trabajar en el periódico el Partido Republicano en tono de burla lo nominó candidato a Representante sabiendo que el distrito era enteramente demócrata. Pulitzer tomó el asunto con mucha seriedad y tras una estruendosa propaganda, logra ser electo por enorme mayoría. Desde su escaño, el nobel político combate el pillaje y las transferencias de crédito. Y en una disputa extrae su revólver, hiriendo en una pierna al líder de los corruptos. Los partidarios de Pulitzer colectan la suma para que no vaya a la casa. Retorna a San Luis y arrecia su campaña contra la pecaminosa administración del general Grand, a la vez que apoya al prestigioso Horace Greeley para el más alto cargo de la nación.

Después compra un contrato de servicio de la “Associated Press” y lo vende más adelante. Contrae matrimonio, visita a sus familiares en Hungría y a finales de 1878 adquiere el “St. Louis Dispatch”, un periódico entonces en decadencia y el que lo funde con el “Post” cuyo mando también asume. Bajo tales manos, el “Post Dispatch” se convierte en el mejor diario de la tarde y sus campañas revolucionan la ciudad. Un trágico accidente ocurrido en 1882, interrumpe el ascenso que llevaba el periódico, al darle muerte el jefe de información, John Cockerill a un abogado que invadió sus oficinas como protesta por un reportaje.

Este contratiempo y el deseo de Pulitzer de buscar un campo más ancho para sus actividades lo hacen saltar a New York y comprar a principios de 1883 el “World”. El saludo del nuevo director-propietario por su originalidad, figura en casi todas las historias de periodismo. Por ello lo reproducimos.

“La totalidad de la empresa del diario “World” (El Mundo), ha sido adquirida por el abajo firmante y a partir de ahora el periódico tendrá una distinta dirección. Será diferente en hombres, estilo y método diferente en propósitos política y principios. Diferente en simpatías y convicción. Diferente en cerebro y corazón. Hay un sitio en esta grande y creciente ciudad para un periódico no solo de poco costo, sino también interesante. Que además de atractivo sea de gran tamaño y más que nada genuinamente democrático, dedicado más a la causa del pueblo que a la defensa de los potentados, dedicado más a las noticias de América que a los del Viejo Mundo. Un periódico que publicará los fraudes y denunciará a los simuladores. Combatirá las depravaciones públicas y los abusos y batallará al lado del pueblo con extremada sinceridad. En esta causa, y por tales únicos propósitos, el nuevo “Word” contará a partir de este instante con el favor del público inteligente. – (f) Joseph Pulitzer.

Y la innovación se hizo pronto notar. Atrayentes titulares, noticias de interés humano, grabados editoriales reclamando mejoras y todo por solo dos centavos. El periódico a las pocas semanas triplicaba la vieja tirada de 20,000 ejemplares. Enseguida los rivales “Herald”, “Times” y “Tribune”, también rebajaban su precio y copiaban muchas de las novedades introducidas por Pulitzer. Cuando la tirada del “Word” alcanzó los 100,000 el dos de septiembre de 1884, Pulitzer disparó cien tiros en pleno City Hall Park. Ocho años después, la rotativa marcaba 374,000 ejemplares. En las dos ediciones y la dominical de la mañana, ella sola, 250,000, números. Y el aumento seguía y seguía. 

El periódico iba en ascenso, pero la salud de Pulitzer bajaba. La nota dolorosa se produjo una tarde del año 1889. Pulitzer se hallaba en la cubierta de un regio yate anclado en Constantinopla, cuando de momento dijo a uno de sus secretarios:

–¡Qué pronto oscurece en estas latitudes…!

–Ninguna oscuridad veo, replicó el secretario alarmado.

–¡La hay para mí!, susurró tristemente el combativo periodista.

Y a partir de ese memorable instante, durante veinte años largos, viviría sumido en un mundo de oscuridad que le haría imposible la lectura. Un mundo donde las cosas y los rostros estarían reducidos a meras sombras hasta convertirse en una ceguera completa los últimos años de su existencia. Sin embargo, no renunció a su tutelaje en los dos periódicos que poseía.

 Por medio de un “staff” de seis inteligentes secretarios Pulitzer estaba al tanto de todo y en todo ponía la huella de su mente, portentosa. De aquí que su obra tenga sabor de eternidad. Aunque murió el 29 de octubre de 1911, sus campañas aún perduran, como la colecta de 100,000 dólares que hiciera para el pedestal de la Estatua de la Libertad que el pueblo francés regalara al pueblo norteamericano cuando otros habían fracasado en tal propósito. Y los dos millones de dólares que donó para crear en la Universidad de Columbia la Escuela de Periodismo que allí funciona, además de los ya muy renombrados premios “Pulitzer” para periodistas, escritores, artistas, que anualmente se otorgan.

Era hombre que amaba la historia, este Pulitzer que hacía historia. Cuando sus hijos, por las sucesivas pérdidas, vendieron el “World” a la cadena “Scripps-Howard”, cuentan que firmaron la escritura llorando. Lloraban por no poder cumplir el postulado que aparece en el testamento de su ilustre padre: “preservar, cuidar y mejorar el World por los tiempos de los tiempos…”

De esta manera, Pulitzer pensó eternizarse. Ignoraba que su nombre no es de un periódico determinado. Pertenece al periodismo universal. Su memoria será siempre recordada porque supo darle sin caer en las estridencias de Hearst el cachet que hoy poseen nuestras hojas informativas e incluso las propias transmisiones de radio.

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