En las primeras horas de la mañana del 8 de octubre del año 1868, un modesto telegrafista en la oficina de correos de la ciudad de Bayamo, al que algunos historiadores identifican como Nicolás de la Rosa, interceptó un telegrama que desde La Habana se le enviaba al gobernador español de la heroica ciudad oriental, con instrucciones de que procediera a la inmediata detención de los patriotas Carlos Manuel de Céspedes, Pedro Figueredo, Francisco Vicente Aguilera, Francisco Maceo Osorio, Bartolomé Masó y Francisco Javier de Céspedes, los que como miembros del Comité Revolucionario de Bayamo estaban planeando una insurrección contra el despótico régimen colonialista que mantenía a Cuba bajo su yugo opresor.
Los heroicos patriotas que planeaban los inicios de la guerra se reunieron rápidamente para tomar decisiones relacionadas con la información de que el movimiento por ellos organizado había sido detectado. Perucho Figueredo, que fue la persona a la que se le entregó el amenazante telegrama, dijo con firmeza y convicción, “yo me uniré a Céspedes y con él marcharé a la gloria o al cadalso”. No hubo disensiones ni dispersiones. Todos, ante la amenaza del enemigo decidieron adelantar la fecha del levantamiento en armas.
La guerra, que estaba planeada para comenzar el 14 de octubre se adelantó con patriótica bravura y se inició al amanecer del 10 de octubre en el ingenio La Demajagua, propiedad de Carlos Manuel de Céspedes, quien hizo sonar la campana que antes era un llamado al trabajo y que en ese momento se convirtió en un llamado a la conquista de la libertad. Se produjo “el Grito de Yara”, cuyo eco resuena todavía en los corazones de hombres y mujeres de hoy que no se resignan a vivir bajo un régimen perverso y totalitario como el que le han impuesto a Cuba.
El 10 de octubre de 1868 el heroísmo se vistió de gala. Los hombres que habían planeado la guerra, forzados por circunstancias que no les amedrentaron, adelantaron la batalla y arriesgaron sus vidas con un patriotismo engalanado de impresionante heroicidad. No sabemos el destino que enfrentó el joven telegrafista, cualquiera que haya sido su nombre, pero resaltamos su leal valentía. Arriesgó empleo, libertad y hasta su propia vida para salvar a otros.
Hay un incidente poco mencionado que se nos hace interesante. Se cuenta que cuando Céspedes dio la libertad a sus esclavos, invitándolos a que se les unieran como combatientes o que tomaran el camino que decidieran seguir, Severino, un negro esclavo de la familia, le dijo al que era su amo: “no voy a dejarte. Seguiré a tu lado para servirte en todo lo que sea necesario”. Fue precisamente este hombre el que estuvo al lado de Carlos Manuel de Céspedes el 27 de febrero de 1874 cuando éste, sin una escolta que le acompañara, se enfrentó a un grupo de soldados españoles que pretendían capturarlo. Algunos historiadores afirman que reservó su última bala para quitarse la vida ante el peligro de que le tomaran preso. Otros insisten en que murió exponiéndose al fuego enemigo cuando ya le era imposible confrontarlo.
Regresando a los inicios de la larga guerra de Los Diez Años, debemos mencionar el Manifiesto en el que Céspedes exponía las razones que justificaban el levantamiento, seleccionando la ciudad de Bayamo como la sede del gobierno de la República de Cuba en Armas, ciudad que después del Grito de Yara fue tomada el 20 de octubre por el incipiente ejército libertador, bajo el destacado liderazgo de Céspedes y Donato Mármol. Fue tan recio el ataque que el gobernador militar de la plaza, el coronel Julián Udacta y su guarnición se vieron obligados a retirarse del sitio por la derrota sufrida. El gobierno español no podía quedarse impasible ante este desastre, y tres meses después el Conde de Valmaseda, un avezado militar español, cumpliendo estrictas órdenes superiores se encaminó hacia Bayamo con una fuerza militar de más de 3,000 hombres dispuestos a recuperar la ciudad ocupada por los heroicos cubanos que la habían conquistado.
La acción tomada por los patriotas cubanos antes de abandonar la ciudad de Bayamo es una gesta cuya heroicidad no somos capaces de apreciar en todo su esplendor más de siglo y medio después. Céspedes y los que con él se echaron sobre los hombros el compromiso con la libertad, unidos a Pedro Felipe (Perucho) Figueredo y Cisneros, autor de nuestro himno nacional, a pesar del amor que sentían por la ciudad de Bayamo, decidieron destruirla por medio del fuego antes de entregarla como botín a los españoles.
La quema de Bayamo el 12 de enero, apenas tres meses después de iniciada la guerra contra el implacable gobierno español, ha sido objeto de críticas por la tiranía comunista que probablemente, hoy más que nunca, tiene miedo a que la sacrificada acción de nuestros antecesores sirva de ejemplo a los cubanos que se les enfrentan desarmados, pero con admirable coraje.
En una página cibernética, bajo el amparo de la dictadura en Cuba, un individuo llamado José Ramón Morales compara una revuelta racial que tuvo lugar en Miami en 1980, que provocó incendios de casas y propiedades en barrios negros de la comunidad, con la quema de Bayamo en el año 1868. “Nosotros –se dice en el artículo a nombre de la dictadura cubana, refiriéndose a los incendios locales-, hemos visto esto como un acto salvaje, ya que estaban destruyendo su propio vecindario, y sin embargo, hay quienes celebran la quema de Bayamo como un acto heroico”. Concluye el trabajo con esta expresión: “Nada, que al cubano no hay quien lo entienda”.
La anterior comparación es absurda e incongruente. Los patriotas cubanos destruyeron la ciudad de Bayamo para que la misma no cayera en las indignas manos de los gobernantes españoles. El acto fue un heroico sacrificio que convirtió una derrota en el reto para continuar con una desigual lucha, pero sin perder jamás ni el valor ni la esperanza.
Bayamo es conocida como la Ciudad Monumento, la cuna de nuestro Himno Nacional, en la que nacieron entre otros, dos grandes de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes y Perucho Figueredo. De ambos vamos a contar historias de profundo heroísmo.
Oscar, uno de los hijos de Carlos Manuel de Céspedes que peleaba entre las fuerzas mambisas, cayó prisionero de los españoles. El Gobernador Militar de Cuba, el General Lersundi le propuso a Céspedes que le entregaría libre a su hijo si deponía las armas, a lo que Céspedes contestó con una valerosa aseveración: “Señor, me anunciáis en vuestro escrito que la libertad de mi hijo Oscar está en sus manos y ponéis como precio a su rescate el que yo deponga las armas… podéis llevar a cabo vuestra amenaza, con ello heriréis mi corazón de padre, pero habréis dejado a salvo mi dignidad y mi conciencia”. A Oscar lo fusilaron, pero han quedado para la historia las gloriosas palabras de Céspedes refiriéndose a los jóvenes que le acompañaban en la gesta liberadora: “Todos son mis hijos … y menguado sería mi corazón y mi conciencia si por salvar la vida de uno de ellos, comprometiera la de los demás”. Por algo se llama a Céspedes, “el padre de la Patria”.
Perucho Figueredo era un abogado graduado en varias universidades, y un músico y escritor de excelsa calidad. Enfermo y debilitado, estando en prisión, recibió una oferta del Conde de Valmaseda: “si usted promete dejar de pelear contra España, recibirá mi perdón y su vida será salvada”. Ante tal expresión reaccionó el autor de La bayamesa, “yo quisiera que no se me molestara en los últimos momentos que me quedan de vida”. Fue condenado a morir por fusilamiento el 17 de agosto de 1870. Estaba tan débil que apenas podía ponerse en pie, y pidió un corcel que lo llevara al paredón. Los guardias replicaron que eso era un inmerecido honor para un rebelde y lo trasladaron en el lomo de un burro. Figueredo comentó filosóficamente: “no seré el primer redentor que cabalga sobre un asno”. Cayó abatido por las balas cantando las estrofas de su Himno: “morir por la patria es vivir”.
José Martí, nuestro Apóstol, dijo que “la capacidad para ser un héroe se mide por el respeto que se tributa a los que han sido”, y nosotros, ante un nuevo aniversario del 10 de octubre nos comprometemos ante nuestros héroes prometiéndoles que mantendremos en alto la rebeldía, el valor, la lucha y el sacrifico ante los miserables opresores de nuestra patria. Y repetimos con Martí, “el caudal de los pueblos son sus héroes”.
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