El padre de “Don Juan”. El hombre que engendró el Tenorio jamás tuvo una hora de felicidad amorosa

Written by Libre Online

21 de noviembre de 2023

Por José María Capo (1951)

El psicoanálisis es una cosa maravillosa. Ciencia pura, se halla muy al margen de la conciencia popular. De ahí que sean pocos los que comprendan las interpretaciones que el psicoanálisis ha dado del “Don Juan”. Para Marañón, hombre de ciencia “relativo”. Don Juan es un tipo escaso en viripotencia. Otro hombre de ciencia, discípulo o por lo menos muy influenciado de Sigmund Freud. Stekel, establece una especie de sistema de ascendencia en las inclinaciones amorosas de los hijos. El hombre y la mujer hasta cierto punto, tiende a ejecutar aquellas cosas que en la niñez hirieron, de manera más o menos perpetrarles su mente. Hasta en ejemplos prácticos, esta teoría se parece mucho a la preocupación Nietzschean del retorno de las formas y las imágenes. No tratamos, empero, de establecer una trayectoria de las interpretaciones donjuanescas, pero podemos deducir, y eso sí algunas consideraciones o generalizar ciertos aspectos muy terrestre, lo que atañe por igual a todos los “don Juanes”.

El hombre blasona generalmente de todo aquello sobre lo cual el subconsciente ha establecido una duda.  Se precia de la viripotencia. Por la razón oscura e inexplicable, de que la mente formula titubeos y zig zags, poquedades y descaecimiento precisamente en los instantes en que requiere compasión la plenitud de su potencia. Sobre ello Stekel traza un vasto panorama, para concluir en que los estados pasajeros desfallecimiento son rectificables a medida que el hombre siente los aguijonazos del amor. O sea que el propio amor es un específico eficaz repetidamente pero no siempre. El hombre extrae sus “potencias amorosas” de sus propias reservas, pero no hay manera de establecer un tempo permanente en la lid amorosa. Esto es lo que tal vez niegue al Tenorio. También es a un mismo tiempo, lo que subraya el contrasentido entre la obra y su autor en este caso el poeta don José Zorrilla, temperamento fogoso, pero negativo en cuanto a las inclinaciones “donjuanescas”. A la vez, es don José Zorrilla un ejemplo protuberante de la diferenciación establecida muchas veces: ¿la obra del poeta, del escritor en general, es el reflejo de sus propias inclinaciones, el trasunto de sus sentimientos?

El psicoanálisis tiene aquí otra tarea de consideración. Zorrilla fue el hombre que creó entre ripio y ripio poético, pero de manera inspiradísima, el arquetipo de el “Don Juan”, tal vez por la razón de que las circunstancias de su vida le impedían alcanzar la cima del amor. Psicológicamente juzgado. Tenemos el caso del parecer y el ser; del hombre que desea amar con vehemencia y se ve reducido a la existencia mediocre del marido destruido, frustrado por la mujer, en la cual solo encontró agrias miradas, persecuciones y todo lo que acompaña la vida en común para lo contrario del amor. ¿Cómo pudo este hombre siempre acosado gran poeta a despecho del “Tenorio”, acuciado por una especie de arpía, escribir las escenas inmortales del amador de fortuna, y del galán sempiterno, del osado “burlador” que solo necesitaba 24 horas para rendir un corazón femenino?

La figura de “Don Juan” no se ha trazado jamás con tanta fantasía ni brío ni acierto. Zorrilla supo llegar a las masas por la razón de que hizo vibrar todo eso que el hombre guarda en lo más recóndito de su corazón: el deseo de amar… Y sobre todo la necesidad de ser amado.

PARÉNTESIS “DONJUANESCO”

Él “Don Juan” de Zorrilla es nuestro Don Juan. Los antecedentes de este burlador no le abonan, sino que le sirven de pedestal. Tirso de Molina trazó un “burlador” magnífico, henchido de leyendas, arrancado del corazón de la raza, basado en los fragmentos, como huesos engarzados tras de la dispersa muerte, para estructurar su arquitectura que, si no es pura arqueología,  sustentase en los dichos de las más diversas regiones de España. Es un poco extremeño, otro tanto andaluz en la leyenda del Miguel de Mañara, y que termina sus días entregados al bien; Tiene del castellano y, de cierta manera reúne las condiciones del arquetipo. Pero este “Don Juan” de Zorrilla supera las leyendas y todos los modelos, a todos vence, en fin, porque es el amador de oficio que no establece distingos:

“Yo a los palacios subí,

“y a las cabañas bajé,

y en todas partes dejé

memoria amarga de mí”.

Más que el amador por antonomasia; el perpetrador de las entregas cotidianas del amor.

Por esa reunión de circunstancias en que se forma su razón de ser tan plenamente, y tan completa y totalmente. Es él, sin matices ni atenuantes. Cómo que por él hablan el instinto, la pasión masculina al margen de toda limitación psicopatológica y psicoanalista, el fanfarrón que reta el propio amor. Si el Don Juan de Zorrilla no amarra a las mujeres y retara a los hombres, sus iguales enemigos, solía sobrando el engendro, y en el cual los versos malos rematadamente ripiosos sirven a la acción desmesurada, a la fantasía y el ensueño sin límites. Los demás,  en cambio tienen lo que al Tenorio de Zorrilla le falta: la delicadeza,  el sentimiento y  hasta el  preciosismo” y  es por tal reunión de hechos concurrente que los “donjuanes” restantes quedan como magníficas piedras labradas de un enorme monumento literario, mientras el tenorio zorrillesco palpita ajeno a la gracia helena,  a la armonía de una forma determinada, a una expresión personal de lo bello, como esos frutos venenosos que ejercen su acción al margen de su propio conocimiento. Empero, es como la corriente impetuosa, desbordada, potente e inmisericorde que procede del alma del pueblo y vuelve al pueblo, como la lluvia bendita de Dios que a través de los caudalosos ríos retorna a Dios en el seno inmenso de los mares y los océanos. Ningún Don Juan, en verdad como este … ¿Qué son los restantes, aunque hijos todos del gran manantial español?

El terrible amador de Tirso, aun perteneciendo a la misma estirpe, destaca ciertas complacencias y delicadezas: las mujeres no son, en verdad, maltratadas hasta el placer despiadado, o sino en cierto sentido, idealizadas; en Rusia, otro gran poeta forja el arquetipo donjuanesco con ciertos despojos y alusiones españolas. Pushkin no entiende el “Don Juan”. Aunque demuestre ser un gran poeta. Moliere, para abordar tema tan apasionante del alma, ha de partir de Tirso, hasta el extremo de exhibirnos las manos sucias por el papel de calcar. Y es que resulta muy difícil arrancar del corazón esa daga española también templada. Goldoni “donjuanesca” también otro tanto, mientras Byron, sí inmenso, o se aparta del Tenorio para ensombrecerlo de belleza, idealizándolo un manto de bruma. Por último, con el Mañara de Loubiez Milosz es un caballero de limpia conciencia y belleza delicada muy al margen de Don Juan. Quienes tal vez se han acercado, más allá del Don Juan del Terrón español, y al modelo, son los alemanes, y aunque no para crear el propio Don Juan a su semejanza, o sino para definirlo. Y hay aún la alusión de Espronceda, y el tema, y brillantemente planteado, de Lope y las alusiones calderonianas… Más en ninguno de ellos alcanza la cima del don Juan de Zorrilla, que se eterniza en el alma popular con todas sus contradicciones y vehemencias, y sus maldades y sus altaneras insolencias.

La ciencia falla cuando trata de interpretar a este tipo impar y buscando una justificación, y penetra en el campo de las taras humanas. Entonces, antes que encontrar el alma nos brinda las desviaciones físicas de todos los tiempos. La enfermedad o ciertas enfermedades de carácter más o menos país psicasténico. 

Las ciencia en fin, es anti histórica, aunque haya  trazado la historia de sus propios progresos.

De ahí su escasa capacidad de comprensión para los problemas del alma y de las pasiones humanas a despecho de haber inventado la libido. Sí sabe, por ejemplo que el “flechazo amoroso”, o el amor a primera vista tanto en el hombre como en la mujer puede producirse ante una estatura por una manera peculiar de andar,  de cierto gesto o de tal intensidad o languidez de la mirada.

Iba a contraer matrimonio. La existencia le era difícil, dura inhóspita pues, aunque su posición social fuera holgada,  gastaba mucho más de lo que poseía. La desdicha mayor, empero. No fue esta.  Ni mucho menos. La gran desgracia, su tragedia y su calvario le llegaron en la forma de una mujer.  En 1839, seis años después del pistoletazo de Larra contraía matrimonio con doña Matilde Florentina O’Reilly, viuda irascible que además agravaba su persona con los 16 años que lo llevaba a su marido.

Casi es inútil decir que mujer tal, casada con un joven de 22 años había de ser insoportablemente celosa, y lo era, efectivamente doña Florentina Matilde que de flor tenía bien poco y mucho de espinoso cardo. Para desesperación del poeta su mujer era más o menos letrada. Leía todas sus composiciones, las sometía a un examen riguroso microscópico y veía en cada nombre de mujer (y los románticos, como nuestros clásicos del Siglo de Oro, identificaban su musa con innúmeros nombres de mujer) un enredijo amoroso,  una pasión,  una entrega del marido “infiel y pérfido”.

Pero lo que hasta aquí podía tolerar el poeta, ¡y en verdad, lo que le era difícil soportar tanta amargura!, se hacía intolerable en cuanto a su obra teatral con la que no transigía doña Matilde Florentina O’Reilly. ¡Eso de ninguna manera!

Las obras teatrales no se escriben por el placer de escribirlas:

-¿Cómo va a estrenarse esto si no lo ofrezco a ninguna compañía teatral?

Precisamente esto era lo grave del problema que doña Florentina no permitía que su esposo visitara los teatros, donde cohabitan de manera disimulada, el vicio, la corrupción y a veces el escándalo. Y, además, lugar donde abundan las mujeres,  y muchas de ellas bellas, y con las que el autor tenía que hablar,  convivir a menudo y ¿Por qué no? enamorarse ¡de ningún modo?

¡Como yo no soy bella! Decíale cada vez que se suscitaba esta cuestión en el domicilio conyugal.

Y don José fruncía el ceño. Demasiado bien sabía él la gran verdad que brotaba de los apretados labios, un poco hombrunos, de su esposa. 

Y tras las riñas cotidianas en tono menor, sobrevinieron los escándalos. La esposa no era ya una mujer en el más puro sentido de la palabra: era una fiera y no insignificante.  A tanto llegó la intransigencia:  tantas y tan considerables fueron las peleas que se impuso la intervención de los padres de Zorrilla, pero de una manera inesperada para él; dándole la razón a la iracunda doña Florentina. Lo cual transformó la cuestión totalmente en su contra: 

-¡Esto no puede continuar así!

– Dijo don Pepe a su padre. Voy a suicidarme.

Cosa ridícula esta del suicidio en labios de Zorrilla, por las razones de su mujer. Estaba muy lejos del caso “Fígaro”, aunque él se consideraba un gran poeta.

Se examinó bien: veíase hundido en el más espantoso ridículo, que es la postura menos airosa del amor. Eso de ser perseguido, vigilado, amenazado constantemente, lleva el hombre – sobre todo al hombre sensible- a las más grandes depresiones del ánimo. Y pensar en el suicidio el hombre que ya escribía la vida de el “perseguidor”, del “castigador” implacable de mujeres, era un contrasentido.

Consultó a varios amigos. Se hallaba desconcertado. ¿Qué hacer?  Uno le aconsejó, simple y llanamente que recurriera al asesinato, aunque se lo dijo en broma; otro le dirigió algunas punzantes ironías. La esposa, en verdad, había vencido al padre de “Don Juan Tenorio”, aunque con el concurso de los suegros. Por el momento dejó Zorrilla de escribir, especialmente para el teatro. Todo en gracia a la paz matrimonial, como querían sus padres y eso que críticos y artistas le auguraban un gran porvenir.

Más la peregrina situación no podría prolongarse mucho. El teatro era su razón de ser: su vida giraba toda en torno al teatro.

Habían escritos varios dramas, El Zapatero y el Rey, por ejemplo -y estaba empeñado en que se representaran. Por último, adoptó una resolución que no respondía a ninguno de los consejos que le habían ofrecido sus amigos.   ¡Decidió huir! El hombre que creó en la mente popular la imagen fanfarrona del más grande “perseguidor” de mujeres, huir la de la propia!

¡Huid! Como no estaba hecho para las dramáticas acciones y los hechos heroicos; como era blando y tierno de corazón, decidió escapar a la “tarasca” igual que ciertos generales que abandonan a su tropa vísperas de las grandes batallas. Y abandonó su casa de manera poco gallarda: poniéndose de acuerdo con unos amigos, que le ayudaran a escapar y transportar su equipaje.

Se consideraba un fracasado, o marido sin prestigio. Y fue a parar a Francia donde confiaba que doña Florentina no habría de ir a buscarle. Pero, ¿podía fiar en sus padres?

Esto tenía mucha importancia, pues de ellos dependía en cuanto a “los recursos” para subsistir en París.

El autor de sus días recibió, al fin, una larga carta del poeta en la que le explicaba las razones, – innúmeras de razones de carácter íntimo la mayor parte de ella! –  De su extraña resolución. ¡Qué poco gallarda le pareció a Zorrilla padre la actitud del poeta! ¿Huir así, aterrado o poco menos, como una mujerzuela cualquiera? El padre, no obstante, se portó como tal, y socorrió al hijo, al fin y al cabo el matrimonio no tenía salvación. El fracaso era de los que no pueden rectificarse, y sobre todo, debido a los dieciséis años de edad que le llevaba la esposa.

Y el autor del “Tenorio” residió en Francia trabajando, escribiendo lo mejor de su obra, aunque no tranquilo, pues doña Florentina le amenazó varias veces con ir a buscarlo,  para llevárselo,  aunque fuera a rastras, a España.

El fracaso de 

“Don Juan Tenorio”

Mientras los sucesos, tampoco gallardos, del que fue actor principal el poco audaz creador del personaje más audaz del teatro; al tiempo que don José Zorrilla trataba de lidiar la vida en Madrid, que no vivirla plenamente había escrito. Nada hay que puede detener a un poeta cuando siente la vocación y se halla henchido de belleza. Escribió sus “Orientales” y, sobre todo, y escribió el “Tenorio”, lo terminó. Más exactamente dicho.

Acerca de esto se han tejido numerosas leyendas. La obra está rodeada de un nimbo confuso, por lo menos en su alborear de la vida de la ficción. Hay quienes aseguran que el drama fue el resultado de una apuesta entre compañeros: otros han afirmado con bastante fundamento que la escribió en unas horas. Pero no es así exactamente.  Ni una ni las otras versiones responden a la realidad.

“Don Juan Tenorio” no fue escrita en solo veintiún días. Más no le dio fama, mucho menos dinero.  La esposa se burlaba de él, o poco menos:

– ¡De poco te sirve quemarte las pestañas!  – le dijo un día!- 

Era una manera peculiar de molestarle: zaherirle y ridiculizar su obra. Las palabras ya denotan la calidad de esta mujer irascible. Zorrilla introdujo algunos giros y modificaciones, fallas que observó el día del estreno, efectuado el 23 de marzo de 1844 en el Teatro de la Cruz, de la Villa y Corte. La función tuvo carácter extraordinario ya que, con el socorrido honor, se trataba de un beneficio a favor del actor llamado Carlos Latorre.

Los comentarios producidos durante los ensayos definían la obra como muy mediocre. Nadie, ni el autor siquiera, creía en su éxito. Los críticos no opinaban de otra manera, como se comprobó la noche del estreno. Pero,  aquí fue una vez más la crítica,  cómo habían fallado los propios artistas. El público sino entusiasmado no la recibió mal. Empero, Don José Zorrilla se sintió desalentado; desaliento que se acentuó al recibir las burlas de doña Florentina y al leer los comentarios de la prensa. Debía tomar una resolución con el engendro,  cuyos versos empero,  se repetían los espectadores:

“Yo soy Juan Tenorio

Y no hay hombre para él”

Durante esos días, coincidiendo con el fracaso de la obra, recibió una extraña proposición que atribuyó a la bondad; extraña por la razón de que no era frecuente en los asuntos teatrales, especialmente en los de dudoso rendimiento.  Un empresario de apellido Delgado le ofreció cuatro mil reales de vellón por la propiedad literaria del “Don Juan Tenorio” ¡cuatro mil reales vellón! Unos doscientos duros. ¿Qué había,  o quién,  instigado al singular señor Delgado a comprar todos esos versos? Los empresarios, o por lo menos muchos de ellos,  tienen buen olfato. Podrán mostrarse escépticos y efectivamente se muestran, ante un buen poema; tratarán de discutir, pero en cuanto a conocer las reacciones del público, saben más,  mucho más que los autores.

Y Delgado realizó tal vez el más brillante negocio en su vida de empresario. La obra no había rendido nada hasta esos momentos. Pero, eso sí: en las “tascas” ,  y en los lugares de reunión se recitaba los versos de el “Don Juan”.

Vendida la obra, con los consiguientes 4000 reales en los bolsillos de Zorrilla,  volvió a la escena, pero precedida de una propaganda audaz por lo atractiva. Y el propio autor pudo presenciar entre indignado y compungido,  cómo aumentaba el público, cómo crecía aquella marejada humana para aplaudir a diario al tremendo “burlador” de mujeres,  y al hombre que, buscando “mayor espacio para sus hazañas” amatorias recorría medio mundo,  desde Roma a Persia, dejando tras de sí un reguero de lágrimas y de dolor, y con el regusto amargo del placer desconocido.

Las representaciones fueron luego simultáneas, esto es: “Don Juan Tenorio” se ofrecía en varias salas a la vez, y todas repletas de público:

¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor,

que en esta apartada orilla

más pura la luna brilla

y se respira mejor?

Y las damas encopetadas ofrecían a sus amantes, sintiéndose doña Inés,  un bombón dulzarrón. Tal ni con él le brindaran un girón de su alma.

Delgado se frotaba las manos de satisfacción mientras deliraba el público, que se hallaba  muy lejos de saber que el pobre autor, el  subragado de burlas como alfileres encendidos que le propinaba su esposa,  no había recibido ni un real de todo aquel río de plata que iba recogiendo el afortunado comprador y empresario.

Lleno de amargura, herido en su amor propio y en su bolsillo, acosado por doña Florentina, se fue como ya hemos anotado a París,  donde residió unos cinco años.

En París habría de ensanchar sus horizontes.

En la capital de Francia hizo algunas amistades y se relacionó con varios mexicanos que le hablaron de su patria. Y, debido a ello es que lo vemos luego cuando la aventura de Napoleón III empujó al pobre Maximiliano de Austria hacia México,  poeta de cámara o algo así Habsburgo,  que le nombró después director del Teatro Nacional – mimado de la fortuna y distinguido por la amistad imperial.

Fusilado Maximiliano en Querétaro, ¿qué le quedaba por hacer en México?

Aún sin haber intervenido en nada, en cuanto a la política, ya no era visto con simpatía en la capital mexicana. Una nueva sociedad dictaba el ritmo de la vida en todo el país. Don Benito Juárez no era hombre dado a la pompa y a los grandes espectáculos. México,  además,  se hallaba arruinado tras el largo periodo de la guerra.  Y don José Zorrilla volvió a España.

Había reunido una modesta fortuna. Era sobrio y comedido. Su “Tenorio” le habría de sobrevivir, siempre a beneficio de Delgado. Volvió a casarse en 1869. Tuvo descendencia. Escribió otras obras mejores que el “Tenorio”, aunque de escasa fortuna.

“Siglos y siglos pasados”, había escrito él. Y efectivamente, el “Tenorio” pasó ya del siglo. Y hace poco, tras un dilatado pleito con los familiares del afortunado Delgado,  la descendencia del poeta entró en posesión de sus derechos “Tenoriles” deshaciendo el error de don José, ¡hombre de poca o ninguna confianza en él mismo! , y esperando que la figura inmortal del sempiterno “Don Juan” siga exclamando cada año:

“Yo a los Palacios subí

¡Y a las cabañas bajé!”

Y produciendo las taquillas de los teatros los consonantes ripiosos, pero metálicos y condignos con la propiedad de la obra tal vez más representada del teatro español.

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