El origen de los apellidos

Written by Libre Online

31 de octubre de 2023

Semejanzas y divergencias de dos culturas. — Nombres de cosas y nombres de personas. — La oculta identidad ideológica.— Uniformidad de ideación de lenguas distintas.— Los mismos apellidos en muchos idiomas.— La variedad étnico-lingüística del pueblo americano.— Correspondencia entre desinencias.— La limitada inventiva del género humano. —El hombre atado a las realidades actuales y ancestrales.

La verdad es que el género humano posee o exhibe una inventiva muy limitada. Si se comparan, en los textos más serios o en las tradiciones más seguras, las diversas culturas del mundo oriental y del occidental, se encuentran muchas más semejanzas que divergencias en el pensamiento originario, y desde luego en sus reflejos en la conducta. Ya lo advierte, en parte, Jean D’Ormesson, de la Unesco, en sus publicaciones sobre “Diversidad de Culturas y Comunidad Mundial”. 

Si yo tuviera que aconsejar un texto concreto, capaz de demostrar con o solos ejemplos prácticos esta comunidad de origen ideológico de la designación de personas y cosas en lenguajes lejanos y dispares, podría sugerir la lectura de los libros de viaje y exploración de Alejandra David-Neel en el Tibet y la China occidental, casi todos publicados por la librería Plon de París; el último en 1947. 

Son libros llenos de anécdotas; no tienen ninguna pretensión doctrinal, y menos literaria. Pero son una fuente inagotable de datos, que, en el encuentro caótico de tres o cuatro lenguajes sobre un vasto territorio, nos revelan la semejanza, a veces la identidad del origen de las palabras, de los nombres de las cosas y de las personas. La expresión lingüística es distinta; el significado es el mismo. La que se llama científicamente “la semántica” tiene que doblegarse ante esta oculta identidad ideológica, y reconocerla, —reconocer por tanto la relativa pobreza del origen de los nombres de las cosas, —a través de la-diversidad formal de los distintos lenguajes.

El origen de los apellidos es un ejemplo singular de esta limitada uniformidad de ideación, en lenguas muy distintas, para la designación originaria de las personas o las familias. Abran ustedes las listas de Teléfonos de tres o cuatro grandes ciudades de países distintos de Europa o de América: de París, por ejemplo; de Roma; de Londres; y de La Habana. En las cuatro encontrarán ustedes traducidos naturalmente a cada idioma, en una proporción muy elevada, los mismos apellidos; más aún, las mismas derivaciones de estos apellidos, que se refieren bien al oficio familiar o personal; bien al lugar de nacimiento; o bien sencillamente a la filiación; esto es: a ser “hijo de…”. 

Y esta última condición se expresa siempre, en todas las lenguas, con una desinencia que significa exactamente eso: “hijo de…” Por ejemplo: en español, de la palabra latina “lupus”, que es “lobo”, deriva el “López”; pues la desinencia “ez” indica la filiación; significa exactamente, como el “son” inglés, “hijo de”. Así Martínez es “hijo de Martín”; Jiménez es “hijo de Jimeno”; Pérez es “hijo de Pedro”. (“Pedrez”); Enriquez es “hijo de Enrique”, etc.; exactamente como en inglés la desinencia “son” significa “hijo de”; por ejemplo: Johnson es “hijo de John”.

La derivación de los apellidos ha sido estudiada detenidamente, en lo que concierne a Inglaterra y a los Estados Unidos, — esto es al idioma inglés, — por Howard F. Barker, hace ya años (en un trabajo publicado en “Atlantic” de agosto 1935, página 182). Barker es un economista dedicado a la estadística; y también aplicó la estadística al estudio de los apellidos. 

El pueblo norteamericano es sin duda el que ofrece, dentro del grupo caucásico occidental, al propio tiempo la mayor variedad de origen étnico- lingüístico y la mayor deformación de los apellidos por adaptación de las designaciones patronímicas primarias a la fonética y a la ortografía anglosajona. 

De todos modos, se reconocen sin gran dificultad las fuentes. Su característica, en más de un cincuenta por ciento de los casos, consiste en la transformación de un nombre personal en familiar, con una simple desinencia en plural, sin adjunción de la palabra “son” (“hijo”). Así los apellidos más frecuentes son: Edwards, Harris, Davies, James, Jones, Phillips, Roberts, Stephens, Williams. En otros ha sido eliminada incluso la “s” terminal posesiva; así George, Morgan, Pierce (originariamente Piers, como en español Pérez, hijo de Pedro). 

En el país de Gales, en Inglaterra, la relación de padre a hijo se expresaba antaño con una “preposición”, en lugar de una “desinencia”: la preposición “ap”, que luego se acorta en una segunda o tercera generación. Así “Ap Howell”, (hijo de Howell) se hace “Powall”; “Ap Ritchard” se hace “Pritchard”; “Ap Rice” se hace “Price”. En Inglaterra, —como en otros países, de los cuales veremos luego los ejemplos, —predominan de todos modos los apellidos que indican un oficio o profesión: “Smith”, herrero o forjador; “Taylor”, sastre; “Cook”, cocinero; “Clark” o “Clerk”, clérigo, escribano. Vienen luego, en gran proporción, como en todas las lenguas, los nombres derivados de los colores (color de la piel, del pelo, etc), “Brown” (Bruno, Castaño); “Black” (Negro, Negrín, Negrete), “White”, Blanco, etc., muy frecuentes en español). 

En otras partes del país, en Inglaterra, predominan los apellidos que designan cualidades abstractas o metafóricamente aplicadas al ser humano, como “Breck” (roto, desecho), “Brag” o “Bragg” (fanfarrón, vanidoso). Esto parece indicar una tendencia local a estimar más las cualidades vitales que las ocupaciones u oficios. Así, “Grant”, palabra que vagamente indica una condición de transigencia y cordialidad, menos especificada que en el “bueno” español o en el “Bonomi” o “Buoni” italianos.

Cerca de 35.000 diferentes apellidos se estiman como el conjunto de los empleados en Inglaterra. Por deformaciones sucesivas, durante dos siglos poco más o menos, han llegado en los Estados Unidos, contando con las nuevas aportaciones, a más de 250.000. En Inglaterra, el promedio relativamente a una población de 50.000.000 de habitantes es de cerca de 1.300 familias por cada apellido. No es esa la realidad en las distintas comarcas, porque los hay, como los terminados en “son” en el Norte del país, que abarcan a más de 10.000 familias. 

Como los “Pérez” en España (de los cuales hay cerca de 1.300 tan sólo en la lista de teléfonos de La Habana). El patronímico “Pedro”, que se hace “Pérez” por “Pedrez”. ha sido evidentemente uno de los más frecuentes en los orígenes de los apellidos en la España del Norte, particularmente en Asturias y Santander. En cambio, hay nombres que no se transforman nunca en apellidos. Uno de ellos es el de “Gustavo”; Aunque hay un “Gusewich”, que aparece como apellido de dos solas personas, en la lista de teléfonos de La Habana, que podría derivar de “Gustaf” (sueco) con la desinencia nórdica “wich” (muy frecuente en la Rusia occidental).

En los Estados Unidos hay una imitación americana del estilo inglés que consiste en dar forma y desinencia inglesa a los apellidos de otros orígenes. Así, por ejemplo, los alemanes Moritz o los franceses Maurice se transforman en Morris, que corresponde a un típico patronímico del país de Gales; o el apellido alemán Roth se vuelve Root, que significa “raíz” y que es frecuente en el condado de Essex en Inglaterra, y que en español sólo tiene en raros casos el plural (Raíces), mientras en francés es frecuente, el Racine. En Estados Unidos el Gerber alemán se hace Garver y luego Carver; y Schaefer se hace Shepherd, que significa “pastor”. Por otra parte, son espontáneamente frecuentes en francés el “Pasteur” y en español el “Pastor”. De manera que se ve cómo incluso en las transposiciones rebuscadas en otro país los apellidos tienden a conservar o adquirir un sentido de oficio, ocupación o trabajo.

En este sentido son particularmente ricos en significados específicos los apellidos franceses, los españoles y los italianos, esto es de países en que predomina, en virtud de una civilización secular, la directa atribución de un significado concreto —  representación de una imagen de la realidad, sobre la construcción arbitraria de significados abstractos o meramente formales, como ha pasado en los Estados Unidos. Así los “panaderos” se llamaron en Francia “Dufour”. “Fourneau”. “Dufournet”,  “Dufourneau”, etc.; en España “Horno”. “Hornedo”, en Italia “Forni”, etc. Los “López’ españoles, que son innumerables (más de 800 entre los apellidos de la lista de teléfonos de La Habana), nos ofrecen el ejemplo típico de la desinencia “ez” “hijo” añadida a una leve modificación de la palabra “lobo”. En francés la variedad de los “hijos de lobo” es mayor; y nos da todos los “Loubet”,  “Loubat”. “Louvin”. En italiano encontramos “Lupini”,  “Lupetti”, “Lupi”. Son los “Wolf” alemanes, probablemente todos de origen israelita.

Muy interesante es la correspondencia entre las desinencias del Este europeo y las eslavas “of” e “itch”, con que terminan una gran cantidad de apellidos rusos y en general del Oriente europeo. He aquí, por ejemplo, un nombre propio muy común en todas partes: el de “Juan” (“Jean” en francés: “Gianni” o “Giovanni” en italiano: “John”, en inglés. Pues bien: en ruso es “Ivan”. Y los descendientes de los “Ivan” serán los “Ivanoff” o los “Ivanovitch”, ambos en extremo frecuentes, unos en la Rusia blanca, otros en el Sur y el Oeste. En España serán los Ivañez, Ibañez, y por fin Yañez; en Italia los Giannini,  Giannnetti. Giannotti,  etc: y en Francia, con mayor abundancia de derivaciones, los Jannet, Janin, Janicot, Jeannetton. Jeannin, etc.

Si se compara la frecuencia de un apellido de la lista de teléfono de sus derivados, se aprecia con singular evidencia la mayor abundancia de estos últimos, como una prueba de su filiación a través del tiempo. El apellido “Mendo” casi desaparece en España: pero los “Méndez” se multiplican. Son los hijos y descendientes de los Mendo. Si abren la lista de teléfonos de La Habana para buscar un “Sancho”, no se encontrarán más que 7; pero en cambio hay centenares de “Sánchez”. El apellido “Rodrigo” está reducido a una sola persona; el de “Rodríguez” ocupa varias páginas (exactamente, hay en la lista de La Habana 1.113 Rodríguez).

Es demasiado conocida la identidad de los apellidos con la designación de lugares, sitios, comarcas, que ofrezcan caracteres fácilmente atribuibles también a las personas. ¿Para qué recordar los apellidos “Flores” “Campo”, etc. y sus derivados?

Resueltamente, la inventiva del género humano, —en cuanto podamos abarcar un cierto conocimiento del mismo, —es muy limitada; y el salto de las imágenes concretas a las creaciones abstractas demasiado difícil todavía. El hombre se siente atado a realidades actuales y ancestrales de las que no puede librarse. Y acaba por llamarse lo mismo en todas partes.

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