Por CARLOS MÁRQUEZ STERLING (1951)
Si todo lo que sucede en el mundo -decía Maquiavelo- fuese realizado por hombres que tuviesen siempre las mismas pasiones, el resultado sería necesariamente el mismo. Esta frase del autor del “Príncipe”, valga la cita, se me ocurre ante el debate que últimamente vienen sosteniendo los partidarios de la “ponderación” y los de la “estridencia”. Los primeros catalogan al jefe del Partido Ortodoxo en el frenesí. Los segundos, encuentran frente a la multiplicidad de hechos gubernamentales, que han destruido toda ponderación en el arte de administrar los caudales públicos, que no hay otra manera de herir la sensibilidad que hablarle al pueblo en ese estilo gramático que asegura que la República se está cayendo a pedazos.
Sin suscribirnos todavía a ninguna de ambas tesis, encontramos en primer término que Maquiavelo -no siempre diabólico- tenía bastante razón. Ni todos los tiempos ni todos los hombres son iguales. En otras épocas una oposición al estilo de Chibás habría carecido de admiradores. Debates a semejanzas de los Montoros y Juan Gualberto, Varona y Sanguily, Maza y Artola y Cortina, Ferrara y Lanuza, Gastón Mora y Manuel Márquez Sterling, no pueden reproducirse, en todas sus partes, ahora. ¿Dónde están los Montoros, los Varona, los Maza y Artola, los Lanuza y los Gastón Mora gubernamentales?
Entre el grupo de los ponderados, que son los excluidos voluntariamente de la vida pública, los hay sin embargo de dos categorías. Los que lealmente prefieren la serenidad en las polémicas y los que les interesa que haya suavidad y ternezas por lo que les conviene en el futuro, no vayan a echarles a perder su “negocito”, generalmente al margen de algunas de esas grandes malversaciones, o al socaire de ese gran “relajo” que se llama Administración Pública. Éstos últimos son los verdaderamente peligrosos. Presentan la lucha abierta y necesaria como una desgracia para el país, y olvidando las causas, para combatir sólo sus defectos, aspiran a horrorizar al ciudadano medio preguntándole qué pasaría en Cuba si ganara Chibás.
Analizando la necesidad de una oposición gramática, encontramos que Chibás le ha prestado a Cuba, hasta aquí, señalados servicios. Toda la parte menos mala del gobierno de Prío no se le debe a Prío sino al “miedo a Chibás”. El gabinete de los “Nuevos Rumbos”, el nombramiento de Pepin Bosch para Hacienda, de Dihigo para Estado, de Arturito para Trabajo, de Rodríguez del Haya para Gobernación, de Hevia para Fomento, y de las Obras Públicas con que reclamar votos, no se debe al arrepentimiento de Carlos Prío, sino que se trata de una maniobra para combatir al intenso sagitario de la ortodoxia, que muestra a los satánicos ojos de la “cubanidad y de la cordialidad” la etapa más corrompida de Cuba Republicana.
Hablando una vez con uno de sus más íntimos exministros, hoy en la acera de enfrente, le decía Prío que odiaba más a Chibás por lo que no le había dejado hacer que por lo que le decía desde la radio los domingos. “Ahí tienes tú a Pepin Bosch. ¿Tú crees -se lamentaba el presidente- que yo hubiera nombrado a ese “pesao” para sustituir a mi hermano Antonio, si no fuera por la necesidad de combatir a Chibás?”
En todos los órdenes de la administración pública y el Congreso, el miedo a Chibás y a la Ortodoxia ha operado como una medicina que pretende presentar el enfermo muy mejorado, aunque en el fondo no era más que uno de esos calmantes que no curan radicalmente. El miedo a Chibás ha reunido a los cuerpos colegisladores y han legislado. El miedo a Chibás nos ha dado la Banca Nacional; el miedo a Chibás nos ha dado El Banco de Fomento Agrícola; el miedo a Chibás y la Ortodoxia nos ha dado la nueva ley de la Contabilidad; el miedo a Chibás nos ha dado una copiosa legislación, en la que se ha complementado la Constitución , y se han instituido una serie de instrumentos, como el Tribunal de cuentas, que a la hora de sanear la administración Pública han de representar, estando el poder en manos limpias, un progreso legítimo del pueblo de Cuba.
Prío se instaló en Palacio sin la menor idea de servir a su Patria. Había pactado con Grau, y estaba cumpliéndole al Maestro su compromiso, y su primer gabinete no era más que la prolongación del gobierno anterior en el cual se habían malversado más de doscientos millones de pesos, sin contar los que no llegaban al Tesoro Público, extraviados y perdidos en las manos impuras de los inspectores a sueldo de grandes magnates con los que se repartían al cincuenta por ciento las utilidades de los diversos impuestos de la Nación. Pero Chibás y la Ortodoxia vigilaban y según aumentaba el índice de violaciones administrativas, así subía el diapasón de las horas dominicales del presidente del partido que no en balde se llama el Partido del Pueblo Cubano.
Jamás en Cuba, no obstante que el robo se practica desde que llegaron a tierras siboneyes los conquistadores, ha existido una etapa más corrupta y desenfrenada que la de los gobiernos de Grau y de Prío. Un político a la antigua se hacía de un capitalito, con que ir tirando en ocho o diez años.
Había que vestir las cosas, que presentar bien el muñeco, como rezaba la voz de la calle; y luego de muchas vueltas, que no entrañaban jamás meter las manos a veinte dedos lo que supone utilizar también los pies, como hacen estos hombres de ahora, se podían levantar con algo que generalmente se gastaba en la próxima contienda electoral. Lo de ahora es repentino, relampagueante, atómico.
Se designa a un nuevo funcionario, y dos meses después ha comprado en Miami un palacete, se ha hecho de un yate, rueda cola de pato, y gira cheques por miles de pesos en uno o más bancos. Los Condes de Montecristo (que me perdone Alejandro Dumas el ejemplo) surgen por encantamiento. Son unos sabios de la maquinación y el enredo, de la desfachatez y el fraude, del cinismo y la desvergüenza. Esta nobleza de la sin-nobleza; estos caballeros de la estafa, mil veces peores que Rafles o que Arsenio Lupin que Zogomar o que candelas que repartían con los “pobres de la tierra” se encuentran diseminados en distintas capas sociales y tiemblas de que algún día se termine de una vez y para siempre con lo que los enriquece y les da el poder del dinero, poderoso caballero que abre tantas puertas.
La nueva nobleza del fraude del enriquecimiento “torticero” se nos muestra ahora como una agrupación partidaria del buen decir y de la ponderación. Se horrorizan de las palabras de Chibás, se enferman con sus discursos y sus transmisiones semanales. Chibás abusa del vocablo, de la palabra fuerte, de la frase de latigazo que alcanza a todos por igual sin dejar de castigar a ninguno de los que enriquecieron sus capitales por medio de la filtración o de la concupiscencia. Encuentran que el líder de la Ortodoxia no podrá ser un buen presidente el día de mañana porque está constantemente denunciando atracos y asaltos al Tesoro Público que se producían a pura voz desde la radio o desde una tribuna callejera.
El líder del partido opuesto al de Chibás, tributó a éste en su entrevista ante la prensa, en la televisión de la CMQ-TV, uno de los elogios más certeros que haya recibido el jefe ortodoxo. Copio las palabras del ex-candidato de la Coalición Socialista Democrática. “Yo creo -dijo Saladrigas- que en el alma del cubano existen muchos y muy fundados motivos para haber tenido muchas mejores administraciones en el manejo de las cosas públicas y agregó…Yo considero que el senador Chibás lleva una misión en la vida política cubana, y entiendo que ante todas las inmoralidades que positivamente han existido en nuestra vida política un fiscal es necesario y un fiscal cumple un deber…”
Sin entrar a discutir, como cree por otra parte, Saladrigas, que una campaña estruendosa produce a veces confusiones dentro de las cuales es difícil distinguir, la realidad es que el ex-primer ministro reconoce que Chibás lleva una función necesaria de la vida Pública de Cuba. Esta función -decimos nosotros- está en razón directa de los hechos acaecidos desde el Poder Público en los últimos años.
Quien ha dado aquí los verdaderos escándalos ha sido el gobierno, sin duda alguna.
Mucho se ha perdido en Cuba en los tiempos pasados y en los que están por pasar. El pueblo ante la defraudación de Grau cayó en una especie de indiferencia que era preciso despertar con grandes y altas voces.
La polémica entre la ponderación y la estridencia es una manera de combatir colateralmente a Chibás y a la Ortodoxia. Si en las próximas elecciones ganaría Chibás (y yo estoy seguro de ello) y la Ortodoxia ocupara el poder, en Cuba no sucedería nada de eso que anuncian los ponderados de segunda categoría, fuera de que todas las cosas que no están en su lugar volverían a su centro de gravedad y el país administrado honradamente, en lugar de contar con trescientos millones de pesos al año podría recaudar otro tanto, con lo cual se realizarían grandes obras que ya el desarrollo económico y social de la nación están exigiendo para colocarse aún más alto en el proceso de engrandecimiento moral y material que reclama la ciudadanía. He aquí lo que producirá en detalles el “Miedo a Chibás”.
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