Los Castillos del Loira están entre los platos de resistencia que todo turista que viene a Francia debe visitar. Si clasificar y tabular estos monumentos extraordinarios, incluidos como un conjunto en la lista del patrimonio mundial de la UNESCO, se presta a criterios a veces divergentes, puede decirse que tomando como pivote al más espectacular que es el de Chambord otros veinte se reparten mayoritariamente los millones de personas que anualmente se recrean admirándolos. Grosso modo puede decirse que la región, asiento de esas propiedades excepcionales, está casi en el centro geográfico del país, extendiéndose de Sully a Chalonnes a ambos lados de un gran rio que la atraviesa camino a su desembocadura cerca de Nantes.
Coincidiendo con el tradicional fin de semana consagrado en septiembre como de puertas abiertas en todos los monumentos y edificios públicos, fuimos el pasado sábado 17 al Castillo de Cheverny respondiendo a una invitación de sus propietarios, el marqués Charles Antoine de Vibraye y su esposa Constance, a un grupo de periodistas. Era al mismo tiempo una fiesta de cumpleaños. La casona, una empresa girada al turismo y a las relaciones públicas, comienza a mirar retroactivamente hacia los meses del confinamiento provocado por el covid como si se tratara de una pesadilla. El año pasado tuvieron al reabrir, más de 200,000 parroquianos menos pasando por las taquillas. Y es una situación vivida en directo, es su domicilio, porque este castillo siempre ha sido habitado por sus dueños, pioneros en la cuestión, la decisión de hacerlo «visitable», un siglo atrás política iniciada en 1922. Algo indispensable para recaudar el dinero necesario al costoso mantenimiento de un lugar excepcional. Es por eso que en el interior de un pabellón provisional en forma de paquete de regalo plantado en el lado norte, están presentando un pastel de cumpleaños en cuyos bordes y paredes se despliega una exposición temporal iconográfica que, partiendo de fotos hechas en 1934, recorre la aventura protagonizada por ellos hasta nuestros días.
Situado a 20 kms. de la ciudad de Blois, Cheverny es un ejemplo de la aventura que la aristocracia vivió en Francia antes de que el reino tuviera París como capital. Esta joya arquitectónica del Siglo XVII ha visto pasar por sus salones y aposentos a reyes y príncipes tanto de Francia como de Gran Bretaña y del resto de Europa. La familia propietaria tiene ramas a ambos lados del Canal de la Mancha. Y no es solo un castillo sino una gran propiedad que produce hortalizas, flores y uvas con la que producen un excelente vino. En cuanto a las flores estamos hablando de 350,000 tulipanes de varios colores. Cada año hacen una gran fiesta, la Fête des Plantes, en el mes de abril cuando comienza la cosecha. Son después distribuídos en toda Francia igual que el vino, apreciado por los conocedores.
Cheverny es también la caza, a caballos y con perros. Sobre todo, de ciervos y jabalíes abundantes en la región. Poseen 150 perros de raza y diariamente es posible ver cómo les dan de comer, los pasean y los entrenan. Tan grande es la afección, casi culto prodigado a estos animales tricolores, que una enorme escultura hecha con resina blanca, casi cuatro metros de altura y 500 kg de peso comoquiera, reina en las inmediaciones de la perrera a poca distancia del jardín hortícola donde están plantadas las especias y las verduras de autoconsumo utilizadas en un restaurante que tienen abierto al público y para dar servicio en los cócteles ofertados en el centro de recepciones y congresos. Para los que lo deseen seis lujosas suites están propuestas como albergue.
En el plano cultural el lugar organiza anualmente un rally de autos antiguos que dos veces al año recorren varios de los castillos a partir de Blois. Otra atracción es la exposición permanente consagrada a Tintín, un personaje de libros para niños creado por el dibujante belga Hergé. Desconocido casi totalmente en América a pesar de una película realizada en 2011 por Steven Spielberg, todos los muchachos admiran y poseen los libros protagonizados por el intrépido personaje quien por cierto en uno de ellos describe pertinentemente la vida en el comunismo a través de una incursión que hace en la Unión Soviética de los años 1930. Como Hergé utilizó Cheverny para inventar un «castillo de Moulinsart» el puente quedó así tendido entre ficción y realidad. La muestra, participativa y muy apreciada por los jóvenes, se basa en tratar de «descubrir» los secretos ocultos existentes en el lugar.
En definitiva, es casi un milagro que propiedades como la que visitamos hayan llegado intactas al Siglo XX y que puedan estar hoy en manos de sus dueños originales. Las convulsiones sociopolíticas y religiosas fueron espantosas probablemente porque las injusticias eran muy grandes. Motivo por el cual a cada erupción social siguieron etapas de destrucción que en Francia llegaron a un clímax en 1789, 1830 y 1871. Las leyes actuales permiten a los castillos el beneficio de subvenciones del estado que a pesar de ser insuficientes compensan lo que cuesta su mantenimiento. El resto se obtiene gracias a campañas auspiciadas por colectas, dos loterías anuales y el apoyo de fondos privados provenientes de grandes empresas.
El aporte del turismo a las entidades comerciales que son, funciona gracias al entusiasmo y al empuje de propietarios como la familia De Vibraye. La de Cheverny es una visita que los tour-operadores y los turistas individuales deben incluir en los recorridos a través del Valle del Loira, indispensables éstos si se quiere tener una idea de cómo fue y es Francia.
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