Empiezo diciendo que antes de terminar mis estudios en el Seminario y ocupar definitivamente un púlpito me sentí anticipadamente un fracasado, experiencia que me nubló el corazón de tristezas. La razón fue que alguien me dijo que me olvidara de mi supuesta vocación pastoral porque mi voz no era apropiada para predicar un sermón, por bueno que éste fuera. Mi problema era el de una afonía que me convertía en una persona prácticamente inaudible.
El rector, Alfonso Rodríguez Hidalgo, con quien años después disfruté de una cálida amistad, y que debido a un accidente había perdido parte de sus labios y el movimiento normal de su rostro levantó el teléfono y después de una breve conversación con alguien, me dijo que me había separado un turno en La Habana con un famoso logopeda. Días después me estaban haciendo un exhaustivo análisis de mis cuerdas vocales y después me ordenaron leer una lista de palabras impresas en una tableta. Finalmente el doctor me dio su veredicto. Mis cuerdas vocales, simplemente tenían una formación un tanto irregular, algo que era natural en muchas personas y me asignó la tarea de que pusiera en práctica la obligación de hacer determinados ejercicios de forma metódica y por el tiempo que yo estimara que fuera necesario. Han pasado setenta años, he predicado centenares de sermones y he pronunciado incontables discursos en muchas tribunas en varios países de América y Europa. No voy a autoproclamarme como un excepcional orador, pero creo que he completado la tarea para la cual he sido asignado por Dios.
¿Y por qué cuento todo esto? Porque estoy seguro de que mi condición de fracasado fue el impulso que me llevó al éxito. De aquí que he aconsejado a innumerables personas que no permitan que el fracaso los hunda sin remedio, auto sírvanse del mismo para disfrutar de una senda de victoria. De manera distinta lo dijo alguien: “la experiencia no es lo que nos pasa, sino lo que hacemos con lo que nos pasa”.
Después de mis lecturas sobre el tema he llegado a tres conclusiones personales que con gusto comparto con mis lectores: (1) el fracaso es un tramo al que tenemos que enfrentarnos a lo largo de nuestra vida, (2) no adopte nunca el fracaso como una carga permanente para su vida. El fracaso tiene que ser una escuela y un reto, no un veredicto de nulidad y (3) recordemos que después de una caída no tenemos otra opción que la de levantarnos. Haga del fracaso, no una carga, sino una experiencia para superar sus problemas y encarrilarse en una vida plena de conquistas.
A pesar de lo que consideremos un fracaso, nuestra vida no se detiene. Va seguir moviéndose en línea recta hacia el futuro y si nos aferramos a la errónea idea de que nuestros pasos se acortan, mutilados por los fallos en que hemos caído, nos detenemos impropiamente en la marcha que debiéramos haber emprendido Hay multitud de historias de personas que se quedaron encerradas en una cápsula de impotencia mientras otros escalaron la cima del triunfo. La diferencia es simple, los que se adjudicaron la etiqueta de fracasados perdieron la perspectiva de un cambio positivo; pero los que usaron sus fracasos como la materia prima para construirse un futuro regenerador alcanzaron la meta que se habían fijado. Recordemos la fructífera vida de nuestro trigésimo tercer presidente, Harry S. Truman. En 1922, a sus treinta y ocho años era un hombre endeudado, sin éxito en sus actividades, pero decidió liberarse de las cadenas de su pasado y alcanzó en 1945 la presidencia de Estados Unidos. Por supuesto, no todos podemos llegar a presidentes, pero todos sí podemos elevarnos por encima de nuestros errores no permitiendo que las garras del fracaso nos atrapen de manera perversa.
Vamos a valorar, entre muchos otros, doce pensamientos sobre el sugestivo tema que nos ocupa, de extraordinarios personajes históricos que de veras pueden inspirarnos: (1) – “Nuestra mayor gloria no se basa en no haber fracasado nunca, sino en habernos levantado cada vez que caímos” (Confucio); (2) – “Los que renuncian son más numerosos que los que fracasan” (Henry Ford); (3) – “Una experiencia nunca es un fracaso, pues siempre viene a enseñarnos algo” (Thomas Alva Edison); (4) – “El fracaso es una gran oportunidad para empezar otra vez con más inteligencia” (Henry Ford); (5) –“El triunfo no está en vencer siempre, sino en nunca desanimarse” (Napoleón Bonaparte); (6) – “Un fracasado es un hombre que ha cometido un error, pero que no es capaz de convertirlo en experiencia” (Elbert Hubbard); (7) – “El éxito no es definitivo, el fracaso no es fatídico. Lo que cuenta es el valor para continuar” (Winston Churchill); (8) – “En la vida hay algo peor que el fracaso: el no haber intentado nada” (Franklin D. Roosevelt); (9) -“El fracaso fortifica a los fuertes” (Antoine de Saint); (10)- “No se sale adelante celebrando éxitos sino superando fracasos” (Orison S. Marden); (11) – “Muchos de los fracasos de la vida son de personas que no se dieron cuenta cuán cerca estaban del éxito cuando se dieron por vencidos” (Thomas Alva Edison); (12) – “A veces el fracaso señala que es tiempo de cambiar la dirección” (John Maxwell).
Para la iglesia cristiana, incluidas todas las vertientes, San Agustín es considerado uno de los más sobresalientes teólogos de la historia, autor de dos obras inmortales, Confesiones y La ciudad de Dios; pero en su juventud fue un hombre desordenado y errático. Nadie podía anticipar, ante la fracasada vida de San Agustín, que sería un extraordinario hombre de Dios. Se le atribuye esta oración: “Señor, dame castidad y continencia, pero todavía no”; pero finalmente le llegó la hora en que las brumosas sombras de su pasado quedaron disueltas y su futuro se dedicó al divino ministerio. Un gran problema de muchos de nosotros es que vivimos cautivos de los errores del pasado cuando ciertamente los fracasos de ayer pueden convertirse en las virtudes de hoy. La solución es atreverse a dar el primer paso.
Una forma de cancelar los errores de ayer de la que se sirven algunos desmemoriados es echándole a otros la culpa que nos pertenece por nuestros propios errores. Es común oír hablar de “la mala suerte” o del “mal de ojos” cuando definitivamente nuestros fracasos son estrictamente una experiencia personal. Debiéramos meditar en la inesperada exclamación de Miguel de Cervantes: “¡Cómo sabe el cielo sacar de las mayores adversidades nuestros mejores provechos!”. Quien no reconoce sus fracasos se impide el privilegio de superarlos. No queremos sugerir la idea de que tenemos que someternos a los problemas de ayer, pero si decidimos ignorarlos corremos el peligro de repetirlos por el falso orgullo de creernos impunes.
No queremos poner punto final sin referirnos a las personas que se han auto castigado perpetuamente por el peso de sus fracasos. Vivir es avanzar, pero vivir con cadenas que nos sujetan inflexibles al pasado es quitarle avance a la vida. No se trata de creer que “eso pasó y es mejor olvidarlo” porque el olvido no es producto de nuestra voluntad. Los fracasos de ayer no están ahí para olvidarlos, sino para usarlos como base de una tarea de crecimiento emocional y espiritual.
No podemos dejar a Dios fuera del campo de nuestras experiencias. De nuestro error y su asociación con el fracaso nos libera el poderoso amor de Dios. Recordemos la señera afirmación de Soren Kierkegaard: “la vida sólo se comprende como una vuelta atrás, pero sólo se vive hacia adelante”, y cuando esa ruta se coloca en las manos de Dios siempre se conquista la grandeza de la victoria.
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