Por Thomas M. Jonson (1949)
Trama el asesinato de Eisenhower. Secuestró a Mussolini. Sus fanáticos Greifer mataron miles de soldados americanos en la Batalla del Saliente. ¡Y todavía andaba suelto!
Un gigante rubio en uniforme de paracaidista entró en un cuartel americano cerca de Salzburgo, Austria, el 17 de mayo de 1945. Se llevó vivamente la mano a la gorra, en la cual ostentaba de calavera de la Guardia Escogida de Hitler.
– El teniente coronel Otto Sikorzeny, de los, SS, se entrega – dijo, como ladrano.
Rendición. Los alemanes habían venido a ser tan comunes como las raciones K para el soldado americano de servicio. Le señaló, descuidadamente, con el pulgar:
– Está bien, Otto. Pasa a la jaula.
El oficial lo miró con ojos relampagueantes, viró, la luz cayó sobre las apretadas filas de medallas, sobre los ojos de un azul de hielo, en un rostro hermoso y atrevida, con una cicatriz desde la oreja izquierda a la barbilla. Un americano, perdido en un gastado uniforme, con un brazalete de letras desvaldas (C.I.C.) miró fijamente a la muñeca del oficial alemán:
– ¡El reloj de Mussolini! – observó. Así que ¡usted es el Skorseny, el principal agente secreto del enemigo en la lista del Cuerpo de Contra-espionaje?
– Los cazadores de espías del ejército no tenían enemigo más amenazador que este astuto e intrépido aventurero de seis pies cuatro pulgadas de alto y 220 libras de peso. El había dirigido la operación secreta en gran escala contra las fuerzas americanas. Mediante ingeniosas estratagemas había sembrado la confusión detrás de nuestras líneas en la crisis de la Batalla Saliente. Mediante amenaza de asesinato había ejercido coerción sobre el Estado Maor de Eisenhower, forzándolo a mantener al comandante en jefe aliado virtualmente prisionero en su cuartel general durante diez días.
El Fuehrer proyectaba un último golpe frenético, una estrategia de la desesperación. Contra el desprevenido frente americano, en los escabrosos Ardennes, defendidos con pocos hombres para cumular fuerzas en otras pares, lanzó sus últimas reservas estratégicas, encabezadas por divisiones blindadas escogidas. Penetrando a través de las frágiles líneas americanas acometieron hacia el norte, cercaron la mitad de las tropas inglesas, americanas y canadienses en Europa, tomaron enormes cantidades de provisiones y amenazaron un buen puerto, Amberes. Hitler pensaba paralizar a los EE.UU. e Inglaterra el tiempo suficiente para que los alemanes pudieran producir bombas “V”, cohetes, aviones de reacción y submarinos de nuevo tipo para ganar la guerra, después de todo. U plan demasiado optimista pero no fantástico.
– Estoy decidido – prometió Hitler a unos pocos líderes en secreto- a ejecutar esta operación sin tener en cuenta el riesgo. Pero hay un obstáculo: el Mosa. ¿cómo vamos a apoderarnos de los puentes para que nuestras Panzers puedan cruzar?… Ya lo tengo. ¡Llamen a Skorzeny!
El soldado favorito de Hitler había empezado una carrera fabulosa en 1938 cuando a los 30 años, en parte por amor a la aventura, se había incorporado al partido nazi austriaco. Cuando vino la guerra, dirigió a los paracaidistas en guerra de guerrillas conra los guerrilleros rusos. Fue a Yugoslavia y ayudó a impedir que Mihailovitch y tito se unieran contra los alemanes. En mayo de 1943, Skorzeny eligió 200 desesperados del ejército, la marina y la aviación y los SS, y los preparó para misiones secretas.
La crema de estos le ayudó en el golpe más audaz y triunfal de la guerra: el rescate de Mussolini. Mandó un agente, llevando rosas para la supuesta novia italiana de Skorzeny, a través de un cordón de guardias para volver e informar que el Duce estaba preso por los italianos en un apartado hotel de montaña que había sido convertido en lujosa cárcel. Estaba en lo alto del Gran Sasso, el más alto pico de los Apeninos, 6,000 pies sobre el nivel del mar.
Skorzeny voló sobre el nido de águila y lo fotografió. Luego proyectó, con infinita minuciosidad, un aterrizaje sin motor. Deslizándose a bordo del primer aeroplano sin motor, con solo ocho hombres, rompió la radio italiana. Antes de que los restantes cincuenta alemanes hubieran aterrizado en seis deslizadores más, 400 italianos, incluyendo dos generales estaban alineados a punta de pistola y Skorzeny estaba abrazando a un asombrado y encantado Mussolini.
En el norte de Italia el Duce creó un nuevo gobierno que ayudó a los alemanes a prolongar la resistencia. Mussolini dio a Skorzeny un reloj de pulsera incrustado; Hitler le dio la Cruz de los Caballeros: y otras misiones delicadas.
Cuando Petain se resistió a las demandas del Fuehrer, fue la banda de Skorzeny la que rodeó la casa del anciano dictador francés hasta que de Petain capituló. En octubre de 1944, los espías alemanes informaron que el regente Nicholas Horthy de Hungría estaba a punto de renunciar a su sociedad con Hitler y unirse a Stalin. El hijo de Horthy sería el mediador. Fue capturado, después de una lucha a tiros, por Skorzeny y sus hombres. El apuesto líder escaló entonces el muro del castillo del almirante, pero halló ue Horthy había escapado después de trasmitir por radio la rendición de Hungría. Laguen reveló el escondrijo de Horthy y, mientras los rusos cañoneaban las puertas, Skorzeny lo llevó, cautivo, a Munich.
En su secreto cuarto de guerra, el 22 de octubre, su rostro toda´via contraído por los efectos de la explosión, el Fuehrer confió a Skorzeny la temeraria estratagema que iba a ejecutar. Skorzeny iba a elegir de entre todas las armas una unidad especial de 2,000 bravos, todos los cuales debían hablar inglés. Irían uniformados de americanos y cruzarían las líneas americanas, penetrando en la retaguardia como espías, saboteadores y sembradores de desmoralización. Iban a tomar y defender los puentes sobre el Mosa para que cruzara el cuerpo principal Skorzeny debía estar preparado en menos de dos meses.
El blondo gigante reunió sus hombres en Friedenthal (valle de la paz) cerca de Oranienburg, y los familiarizó con el equipo, las armas, la instrucción, el rango y las costumbres de los americanos.
– No son demasiado marciales – les mandó-, Nada de hacer sonar os tacones.
Les enseñó la manera, estilo americano, de abrir un paquete de cigarrillos, y les dio marcas americanas. Aprendieron a blasfemar en americano y otros términos de argot. “Okay, Buth!” vino a ser un santo y seña. Se les suministraron tarjetas de identificación americanas, dinero americano, licencias para conducir automóviles, y hasta cartas y fotos de los Estados Unidos. La operación se tituló Greif, que significa coger o agarrar.
Pero la operación no podía ocultarse completamente. El servicio de espionaje del Primer Ejército Americano capturó una orden mandando a los soldados alemanes que hablaban inglés que se presentaran a Skorzeny. Siendo conocida la reputación de Skorzeny, el coronel Benjamín A. Dickson informó el diez de diciembre que, evidentemente, presagiaba operaciones especiales de sabotaje, ataques a cuarteles y otras instalaciones vitales por especialistas de infiltración o paracaidistas. Añadió: “un prisionero de guerra extremadamente inteligente manifestó que se estaban reuniendo todos los medios posibles para una ofensiva desesperada”.
Altos oficiales aliados de espionaje, sin embargo, creyeran que el ataque no vendría, o que vendría por otra parte. No mandamos más tropas a los Ardennes ni reforzamos sus débiles defensas. A través de esta “bruma otoñal”, el diez y seis de diciembre, atacaron los nazis.
Tres ejércitos alemanes, diecisiete divisiones, seguidas por doce más estaban entrando en la más recia batalla de la historia de América. Miles de cañones alemanes se abrían paso a través de los escarpados Ardennes coronados de nieve. En tanto, los americanos de Skorzeny, en jeep americanos capturados, estaban haciendo zafra. Dando a otras unidades alemanas señales preconvertidas, levantando cascos o haciendo pestañear linternas de colores, los equipos de jeeps penetraban en nuestro frente. Descubrieron pistas de aterrizaje y depósitos de provisiones y exploraron las rutas por las cuales nuestros refuerzos trataban de llegar. Esto ayudó a la artillería a causar fuertes bajas.
Sembraron los caminos con árboles derribados, cortaron hilos de teléfonos. Dislocaron nuestro tránsito confundiendo señales de carreteras y destruyeron camiones quitando avisos de los campos de minas. Un Greifer, uniformado de policía militar americano se paró en un cruce de camino y mandó un regimiento americano por el camino equivocado.
El 11 de diciembre, agentes secretos americanos descubrieron dos aparentes tenientes americanos que estaban en un jeep viendo pasar nuestros refuerzos. Interrogados, presentaron chapas de identificación, documentos de inoculación médica y relatos detallados de sus experiencias en el ejército desde su entrenamiento en Camp Hood. Casi satisfechos, uno de los agentes preguntó:
– ¿Han estado alguna vez en Tejas?
– No –dijo un alemán-, Nunca.
– Manos arriba! – dijo el agente-, Camp Hood está en Tejas.
Luego en Lieja –un cruce del río Mosa- uno de los objetivos especiales de Skorzeny, los ocupantes de un jeep preguntaron audazmente por el puesto de mando Zona de Comunicaciones. Al instante, los cuatro fueron rodeados por policías militares fuertemente armados. Cuando llegó Wallach, tenían uno de los alemanes desnudo, temblando de miedo y totalmente mudo. Pero el otro, un blondo teniente mal afeitado cedió a la táctica de la “vergüenza” y pronto estaba nombrando y describiendo todos los oficiales de Skorzeny y dando más detalles de la organización y los planes.
El Primer Ejército empezó el 22 de diciembre a juzgar a los prisioneros Greifer en un tribunal militar. Sus varias coartadas fueron resumidas en dos frases. Por un oficial: “o obedecí órdenes, Si me mandaran matar a mi madre, tendría que hacerlo”. Por un soldado: “Por la patria hacemos cualquier cosa”.
Todos fueron convictos de violar las leyes de la guerra llevando uniformes enemigos detrás de las líneas para recibir y cometer espionaje y sabotaje. La sentencia de muerte fue ejecutada en Aix la Chapelle. Bélgica, por un pelotón de fusilamiento. Los primeros tes nazis cogidos fueron fusilados la víspera de Navidades de 1944.
Nadie sabe cuántos Greifers fueron muertos en acción. Un cálculo oficial dice que fueron ejecutados 130. El servicio secreto americano trasmitió sus nombres por radio en Luxemburgo con detalles de su plan y descripción de oficiales todavía no capturados, especialmente Skorzeny.
El corpulento austriaco había esperado tan cerca de la pelea que recibió una herida de cascote. Esperaba una oportunidad de mandar lo que quedaba de su 150a. en su misión de muerte y engaño. La trasmisión radial fue prueba de que la oportunidad se le había dio de las manos. Los americanos sabían tanto, que no podía tener éxito. De mala gana, Skorzeny dijo a sus decepcionados desesperados que se quitaran los uniformes americanos. La operación Greif era “kaput”. Lo mismo todo el esfuerzo alemán por la victoria en el Saliente. Los americanos, contraatacando, la convirtieron en una costosa derrota.
Skorzeny desempeñó entonces un papel secreto pero importante en el empeño de demorar y hacer costoso nuestro avance al interior de Alemania. Como jefe del Servicio de Espionaje alemán, plantó agentes secretos criminales de muchas razas, dondequiera que los alemanes estaban a punto de retirarse. Algunos tenían escondrijos subterráneos en los bosques, equipados con alimentos, municiones y explosivos. Los explosivos estaban ingeniosamente enmascarados. Algunos eran de pasta y podían adherirse a rincones del piso o del cielorraso en cuarteles y puestos de mando abandonados.
Estos agentes rezagados tenían aparatos de radio o palomas mensajeras para informar sobre que depósitos de municiones estaban volando. El último “gadget” de Skorzeny fue la cápsula de veneno que permitió a Goering e Himmler suicidarse antes de que los ahorcaran.
Cuando Skorzeny se rindió a los americanos, dijo que jamás había intentado matar a Eisenhower. Ese era un cuento que había inventado para inflamar a sus hombres. Sabía que algunos de ellos serían capturados y que contarían la historia, y con eso agravarían nuestra confusión. Dijo cortés, pero firmemente:
– Si lo hubiera intentado, lo habría conseguido.
Ante un tribunal de nueve oficiales, en Dechau, el fiscal retiró algunos cargos, incluyendo implicación en la notoria matanza de prisioneros americanos en Malmedy. Skorzeny juró que muchos otros, además de sus Greifers, incluyendo soldados rusos e ingleses, habían llevado uniformes del enemigo, y que él había dicho a sus hombre que llevaran los suyos para pasar las líneas, pero que se los ocultaran antes de disparar un tiro.
El ocho de septiembre de 1947, el tribunal, después de una deliberación de dos horas y media, libertó a Skorzeny y siete de sus ayudantes.
-Me han juzgado imparcialmente – dijo Skorzeny, y no me han causado ningún daño físico, aunque estuve veintidós meses incomunicado. Mi única queja es que alguien ha “liberado” el reloj que me dio Mussolini.
Como oficial SS Skorzeny tenía que afrontar entonces un tribunal de desnazificación alemán. En su prisión recibió cartas de América, incluyendo ofertas de ayuda, aparentemente debido a los relatos de prensa que habían despertado compasión aquí en algunas mentes.
La mañana del 25 de julio de 1948, sus carceleros alemanes hallaron su celda vacía. Un día después recibieron una carta de él diciendo que “los comunistas alemanes, llenos de odio contra mí, están tratando de impedir un juicio objetivo”. Su esposa desapareció también.
– Este hombre tiene muchos seguidores que están en libertad- dijo su fiscal, el coronel Alfred J. Rosenfeld-, se cree que han formado un movimiento secreto y que están esperando que él tome la dirección. Es el hombre más peligros de Europa.
El hombre de las estratagemas anda todavía suelto. Aunque unos dicen que está en América y otros que está todavía en Austria, el blondo gigante de la cicatriz, tan fácil de reconocer, todavía no ha sido detenido.
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