El grito de Yara

Written by Libre Online

27 de septiembre de 2022

Para conmemorar la efeméride del 10 de octubre de 1868 vamos a publicar este relato poco conocido del coronel José Joaquín Garcés sobre los comienzos de aquella jornada histórica. El coronel Garcés fue uno de los que se sublevaron con Carlos Manuel de Céspedes en La Demajagua. Su testimonio tiene, pues, de excepcional el hecho de que se trata de un testigo presencial, de un participante activo en los trabajos de aquel día glorioso de la patria cubana.

Que nosotros sepamos este trabajo ha tenido muy poca divulgación. El capitán Arturo González Quijano, que poseía el manuscrito original, lo hizo publicar, por primera vez, en el número correspondiente al mes de octubre de 1929 del «Boletín del Ejército Nacional». 

Debido a su extensión no lo podemos publicar íntegro, sino dividido en dos partes, una de las cuales, la primera, insertamos hoy.

Por el Coronel JOSÉ JOAQUÍN GARCÉS (1955)

En una noche de los últimos días del mes de septiembre del año de 1868, en el ingenio «El Rosario», distante dos leguas próximamente de la entonces villa de Manzanillo, por el camino real de Guá, se reunieron más de cincuenta individuos, que por sus condiciones sociales representaban todas las clases de la sociedad de Manzanillo, y entre cuyo número de individuos se contaban Carlos M. de Céspedes, que presidía la reunión; Bartolomé Masó, Jaime Santisteban, Manuel Calvar, Rafael Caimaray, José A. Pérez, Francisco Agüero Loynaz, Juan Hall, Manuel Socarrás, Juan Fernández Ruz y Angel Maestre, para imponerse unos a otros del estado en que se encontraban los trabajos de conspiración y para informarse de los acuerdos tomados en «Rompe», por los congregados en aquella finca, con pocos días de anterioridad a aquella noche.

Tratados los particulares para que habían sido invitados a propuesta de Carlos M. de Céspedes, Jaime Santisteban, Bartolomé Masó, Juan Hall y Francisco Agüero Loynaz, por unanimidad y sin discusión se convino en prescindir de los acuerdos tenidos en «Rompe», alzarse en armas contra la dominación española y dar el grito de Independencia, el día 14 de octubre del propio año o antes, si alguna causa apremiante y justificada así lo demandara e impusiera.

Se nombró a Carlos Manuel de Céspedes Jefe del movimiento revolucionario, se juró la bandera tricolor, y se expidió comisión, que recayó en Francisco Agüero y Loynaz para informar de aquellos acuerdos a Francisco Vicente Aguilera, en Bayamo; a Vicente García, en Las Tunas; a Salvador Cisneros, en P. Príncipe, y a Julio G. de Peralta, en Holguín, no dirigiéndose en este lugar a don Gabriel Aguilera y a D. Belisario Alvares y Céspedes, por haber estos señores vuelto la espalda pocos días había a la pretendida revolución.

No hay motivo para, suponer que Agüero no cumplimentara fiel y prontamente su cometido.

Habiendo llegado a conocimiento de Carlos Manuel que el Teniente Gobernador de Manzanillo había expedido orden de prisión contra la mayor parte de los congregados en «El Rosario”, dio pronto aviso a los comprometidos  en la noche del día 8 de octubre, para que inmediatamente se tomaran las medidas conducentes al levantamiento, y ordenaba se le incorporaran en su ingenio «La Demajagua» resuelto a no detener un momento más el curso de los acontecimientos lanzándose a la pelea.

El llamamiento se hizo extensivo a toda la jurisdicción y desde las primeras horas de la mañana del día 9, grupos de hombres montados y sin más armas que el machete de labranza, acudían al lugar indicado por Céspedes, donde se reunieron ese día más de quinientos de todas clases y condiciones sociales.

Luis Marcano y Rafael Caimary insurreccionaban a «Jibacoa»; Ruz y Maestre, a «El Blanquizar» y «El Caño»; Tita Calvar, a «Guá»; y algunos de los Céspedes  (Pedro) a «Vicana», mientras que alguien lo hacía desde Portillo a Cabo Cruz.

Una de las partidas que llegaron a «La Demajagua, conducían en calidad de prisioneros a dos peninsulares, comerciantes de Manzanillo, que de Bayamo retomaban al punto de su residencia con cinco mil pesos en las alforjas. Por disposición de Céspedes fueron puestos a buen recaudo.

En la mañana del día 10 hizo Carlos Manuel que formaran las fuerzas; hecho lo cual, ordenó desplegar la enseña de la estrella solitaria, que se efectuó, y pronunció un corto discurso en el que se dio a conocer como Capitán general primer Jefe de la Revolución; explicó algo de cuáles eran las aspiraciones, en sentido político, de los sublevados, conjurándolos a morir o vencer en la demanda: fijó como grito de guerra el de «Viva Cuba Libre», que fue repetido por todos los 11 presentes, inclusive los dos prisioneros, que a corta distancia y sombrero en mano, veían y escuchaban cuanto se decía y hacía en aquellos momentos, terminando Carlos Manuel profetizando la pronta llegada del Ejército Libertador a las riberas del Almendares, «cuyas límpidas aguas —decía— apagarán la sed a nuestros corceles, prontos a hollar con sus cascos el último rincón donde se oculte el ibero”. ¡Rompan filas!

El resto del día se pasó ocupados en fabricar cartuchos para las cincuenta o sesenta escopetas que poseían como único armamento de fuego; en distribuir esas armas, que fue obra de romanos, pues cada cual quería una, y era peligroso establecer preferencias, y en recibir a cuantos hombres llegaban los campos inmediatos y hasta de la misma población.

A las diez u once de la noche de ese día emprendieron lenta y cautelosa marcha, pasando por «El Congo*”, y llegando, con los albores de la mañana, al ingenio «San Francisco». Allí conferenció largamente Carlos Manuel con el administrador de aquella finca,  D. Francisco Javier Calvar; escribió las comunicaciones que confió a dicho señor Calvar, se hizo de algunos machetes que distribuyó entre los que no llevaban; puso en libertad a los dos comerciantes prisioneros que con sus 5,000 tulipanes partieron cual saeta para Manzanillo, y el Ejército Libertador  continuó marcha, pasando por “El Rosario», «San Luis» y «La Caridad”,  hasta «Palmas Altas”.

En  ese  punto,  a  presencia del Ejército   y  de   viva   voz, nombró Carlos Manuel, Tenientes Generales a Bartolomé Masó y a Jaime Santisteban, el primero segundo jefe para sustituir al Capitán General (C. Manuel) en caso necesario y al segundo para el  mando inmediato de las fuerzas, la cual desde ese momento quedó bajo su responsabilidad y sus órdenes.

Terminado  ese  primer acto de reorganización, continuaron en dirección de «Las  Orillas»,  a cuya finca llegaron a eso del mediodía. Procedieron  a  beneficiar algunas  reses, que entregó el mayoral de la hacienda, previo papel justificativo con que poder cobrar su valor a la terminación de la guerra. A medía salcochar fue devorada aquella carne por todos y cada uno de los presentes, comiéndola, como decían más tarde en Camagüey: «Carne  con carne.»

Concluido el almuerzo, hicieron rumbo a Yara. La marcha callejera más lenta, los pocos que iban a pie, ya «no podían más», y aún los jinetes estaban medio molidos  no acostumbrados a esa clase de marchas, que hacían por primera vez  y a jornada tan prolongada. Caminaban por en medio de las sabanas al raso  y el sol era sofocante.

En ese trayecto se hizo prisionero a un correo ocupándole la correspondencia. Carlos Manuel ordenó hacer alto, para enterarse de la oficial, reservándola particular y coma Mientras tanto, y por su disposición salieron dos comisionados, 1 a explorar la zona de cobo a, el otro a poner en conocimiento del capitán de partido, autoridad española en yara, la intención de Carlos Manuel d pernoctar esa noche en aquel poblado, e informarse si la opinión allí le era favorable u hostil. 

Rendidas ambas comisiones y persuadido por ellas de la carencia de enemigo en el territorio recorrido, emprendió Carlos Manuel de Céspedes de nuevo la marcha, en momentos en que comenzaba a llover. El el aguacero fue de poca duración y no abundante en agua; pero lo bastante para que todos quedarán empapados, y como ninguno portaba cartuchera, llevando los cartuchos a granel en las faltriqueras de las chamarritas, quedaron inútiles las municiones distribuidas. 

Los tiradores, es decir los escopeteros rompían la marcha, inmediatamente detrás, Carlos Manuel Santisteban y algunos otros, a los que seguían los completamente desarmados, y después de guisa de retaguardia, los macheteros. Aun no se había adoptado por aarma la horquilla y la tranca: ese sistema tuvo comienzo después de la toma de Bayamo, dicho sea como paréntesis.

Mientras tanto, la alarma había cundido en la cabecera y temeroso el Teniente Gobernador de aquella villa (Manzanillo) y su jurisdicción que aquella plaza fuese atacada por los revolucionarios, pidió tropas en Bayamo, de donde salieron en la mañana de ese día (11 de octubre) cincuenta infantes de tropa regular a las órdenes de un oficial para que con las precauciones necesarias llegase a Manzanillo. No sé por qué se detuvieron en Veguitas, continuando  en la tarde para Yara, en donde debían pasar la noche.

Era la hora del crepúsculo – densas nubes cubrían el firmamento dejando desprender menuda llovizna, y hacían el momento más oscuro y tenebroso. Dos grupos de hombres, ignorante unos de los otros iban a su encuentro. Eran los siervos que querían romper sus condenas. Y eran los dueños que querían remacharlas. Los unos entran en Yara por las puertas de Manzanillo, los otros por las puertas de Bayamo. Aun no se han apercibido. Siguen andando. Ya están en la plaza. Todo es silencio. Aló ¿quién vive?, gritan unos. “Cuba libre”, responde otros. ¡Fuego!. Cincuenta detonaciones, casi simultáneamente se dejan oír. Han disparado los españoles, los cubanos contestan disparando sus escopetas. La tropa toma posesión de casas inmediatas y por puertas y ventanas hacen fuego graneado. Los cubanos, rodilla en tierra, pretendiendo hacer lo mismo. Pero, ¡Oh donde no hay cartuchos, la pólvora está empapada en agua y en aquellos momentos es que se dan cuenta de ello. Cunde el desorden y a emprender la retirada. Algunos, muy pocos, sostienen el fuego con revólveres de pequeño calibre. Diez minutos después, todo es silencio. El Ejército Libertador, disperso va por los campos esperando… ¿Qué?

Ni ellos mismos lo saben…

Mientras todos caminan al acaso, Fernando Guardia lucha con los estertores de la muerte: un balazo le había atravesado el corazón. Primer soldado cubano que dio su vida en aras de la independencia de la Patria.

(Continuará la próxima semana)

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