¡EL GRAN REGAÑO DE MI PADRE!

Written by Esteban Fernández

14 de marzo de 2023

Debo haber tenido unos 12 o 13 años y la mejor forma que yo tenía de saber como se sentía mi padre con mi proceder era a través de mi nombre. Si me decía: “Estebita” todo estaba perfecto . Si me llamaba: “¡Esteban de Jesús, ven acá!” la cosa no andaba bien .

También yo podía distinguir su estado de ánimo con respecto a mí en la forma de dirigirse a mi persona: Utilizaba el “tú” un 99% de las veces, un sorpresivo “usted” me preocupaba.

La historia de 17 años se puede simplificar en “un millón de besos y ni un solo golpe”. Pero mucho peor que un golpe era decirme: “¡Eso que has hecho me decepciona por completo!”.

Solamente una vez en mi vida lo vi completamente bravo conmigo. Más que molesto, estaba súper enojado. Echaba chispas. Mucho trabajo me cuesta todavía escribir sobre ese día.

Llegué de la calle como a las ocho de la noche. Él estaba sentado en el sillón del portal, y me recibió con la acostumbrada alegría.

Yo comencé a reírme y le dije: “Viejo, tengo que contarte lo que hice”. Yo creía que era una gracia. Contento me dijo: “Cuéntame, chico, cuéntame”.

Le comenté: «Estaba yo en la tanda del cine Campoamor con un grupo de amigos míos, todo estaba oscuro, en eso entró tu amigo Panchito con su esposa y sus dos hijas chiquitas, Magda y Barbarita, como yo sé su apodo le grité a todo pecho “¡Panchito cara de cemento!” Todo el mundo en el teatro se rió a carcajadas». Él apenado se fue al teatro.

Pa’qué fue aquello. Mi padre se levantó violentamente de su asiento, su cara descompuesta, sus labios le temblaban al decirme: “¿Qué tu dice? ¡Tú estás loco, tú debes estar bromeando conmigo!”

Y en el colmo de las bravezas -porque parece que eso era lo que más le molestaba- me gritaba: “¡Delante de su mujer y de sus niñas! Lo que tú has hecho es la mayor falta de respeto que un hombre puede cometer, una infamia”.

Se fue para su cuarto no sin antes decirme: “¡Me has defraudado, y usted no me dirija más la palabra hasta que no sea para decirme que fuiste a la casa de mi amigo Pancho y le pediste perdón!” Y, desde luego, así lo hice.

En el portal de la casa de Panchito, le dije como 10 veces: “Discúlpeme señor Fernández” hasta ganas de arrodillarme tenía.

Panchito, viendo la gran pena que yo tenía, y cuando notó un par de sollozos de mi parte, se rió y me dijo: “No, chico, no te preocupes esas son cosas de muchachos, yo no le di mucha importancia”.

Mi viejo jamás tocó de nuevo el tema, parece que lo olvidó, y siguió siendo el mejor de los padres.

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