Por Rafael Soto Paz (1951)
Investido de su alta jerarquía moral, las juventudes cubanas siempre vieron en Varona el guía para sus ansías de superación patria. Fue uno de nuestros pocos pensadores que comprendió que el verdadero destino de Cuba estaba, más que en la Universidad, en la vida industrial y mercantil. Abogó incesantemente porque los nativos mostraran mayor ambición en explotar las riquezas de un suelo fértil y de un clima maravilloso. Sorprende en esta mentalidad poética ese sentido práctico de la existencia que ornamentó su nítida conducta.
De rancio abolengo camagüeyano, Enrique José Varona y de la Pera, nace en aquella ciudad el 13 de abril de 1849, y luego asiste al colegio San Francisco. En ese plantel cursa los únicos estudios académicos de su vida; fue un caso notable de autodidacta que logró metodizar sus conocimientos de manera armoniosa. En 1868 Varona publica “Hondas Anacreónticas”, en las que se advierte el sentimiento patriótico como fuente de inspiración. Y seguido se lanza a la manigua redentora. Su quebradiza salud le impele a abandonar la vida insurrecta, y arrastrado por compromisos familiares, escribe una pieza en verso en la que Cuba solicita perdón a la Madre Patria. “Daría mi mano derecha por no haberla escrito”, dirá años después.
En el 78 lanza otro tomo de poesías y al año siguiente figura entre los poetas de “Arpas Amigas”. A partir de ese instante, con sus conferencias filosóficas un nuevo rumbo dará a su pensamiento. Dicta unos cursos de Lógica (1880), Psicología y Moral, disciplinas que lo hacen adquirir fama continental. Ingresa en el Partido Autonomista, lo eligen diputado en 1884 y poco más tarde se convierte en un radical separatista al lado de Martí y otros próceres. Estalla la Revolución del 95 y sus hijos salen para la manigua. Entonces Varona parte para el exilio, y en Nueva York dirige el periódico “Patria”. Tan pronto cesa la soberanía española el filósofo ocupa la Secretaría de Instrucción Pública y una cátedra en nuestra Universidad. Actúa en la política y en 1913 lo eligen vicepresidente de la República.
En todos los momentos su palabra de ciudadano preocupado y responsable sabe erguirse contra los desmanes de los caudillos y los politicastros rapaces. El mérito esencial de Varona es que sintió en cada instante el pulso vivo de la Historia. Por ello fue positivista. “El positivismo representaba hacia 1880 –expresa un escritor cubano– una de las formas más acabadas del pensamiento europeo. A partir de ella se lograba cosa difícil con otras doctrinas, vivir históricamente dentro de ella y con ella. En reconocer esto lúcidamente, antes que muchos y muchos en América, en saber a tiempo que esa doctrina era la que congeniaba prácticamente con los ideales de la independencia nacional, porque era la contrafaz absoluta de los sistemas filosóficos que servían de base espiritual a la colonia en ello, consiste la grandeza inicial de Varona…”
A principios del pasado siglo, el eximio camagüeyano da a la luz tres obras: “Desde mi belvedere”, “Mirando en torno” y “Violetas y ortigas”. Después no volvió a escribir, salvo los artículos aparecidos en “El Fígaro” y algunos discursos de asunto patriótico.
El 19 de noviembre de 1933 se marchitaba esta “flor de mármol” y con él se iba un pedazo de nuestra mejor historia.
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