El entierro del enterrador

Written by José A. Albertini

8 de abril de 2025

Epílogo

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

“¡Ya Generoso está tapado! El hueco quedó nivelado”; Felipito reconoce mentalmente. Levanta la pala y retrocede.

Con el dorso de la mano izquierda se limpia la saliva espumosa que asoma por la comisura de los labios. “El mismo día que murió mi Inmaculada el babeo volvió peor que antes. Tampoco Juana ha querido templar más. Bueno, a la verdad, a mí también se me fueron las ganas. Eso sí”, admite, “la quiero muchísimo. Aunque, con el asunto de la limpieza jode bastante. De tanto bañarse y lavarse el culo se va a gastar… Pobrecita… como sufre”.

De soslayo contempla a familiares y amigos. “¡Qué viejos nos hemos puesto! Aquilino está lleno de canas y la bicicleta Susana Patricia se ha vuelto un tareco. ¿Hace mucho o poco tiempo que Inmaculada murió? No me acuerdo bien… A veces creo que está viva o que nada más hace un rato que la enterramos. Lo que sí recuerdo, clarito, clarito, es que el entierro fue el lunes, bien temprano. Lo hicimos antes que el cementerio abriera porque ese día esperábamos una tonga de muertos y ni Generoso ni yo podíamos faltar. Me parece estar viéndonos. Generoso y yo, por tramos, cargábamos la cajita. Atravesamos el Plan de Cardoso y los demás nos seguían. Había neblina y los tarugos que recogían la carpa del circo de Gaby, Fofo y Miliki dejaron de trabajar para mirarnos. El circo estuvo ese fin de semana en el pueblo. El domingo por la noche cuando velamos, en la sala de la casa, el cuerpo de Inmaculada, la música y los ruidos de la función se oían y parecía que nosotros también estábamos de fiesta. El cura Tudurí montó tremendo berro y fue a quejarse. Los dueños le explicaron que no podían parar la función y que les daba mucha pena. Al rato, el propio Fofo, vestido de payaso, vino a darnos el pésame. Nunca he visto un payaso más serio. Y yo que los creía tan alegres. Esa misma noche, los cirqueros mandaron una corona de rosas blancas, rojas y amarillas. Fueron las únicas flores que mi niña tuvo. ¡Cosa curiosa!, nadie lloró en el entierro. Ni Candelaria se puso a decir las cosas tristes que aprende en las novelas de radio. Todo iba tan tranquilo y despacio que me parecía estar soñando. Pero ¡caramba!, en cuanto puse la cajita en la fosa empezó el despelote de los fantasmas. A montones salían de todas partes. Rodearon la tumba y se confundían con los vivos. ¡Cómo jodían!, sobre todo Susanita. Nunca los había visto tan apiñados y gritones. El ruido se me metió en la cabeza y tuve mareos. Generoso no soportó la bulla y dejó de ayudarme. Juana creyó que el dolor y la emoción del momento me habían puesto mal e hizo que tomara un poco de agua. No es fácil estar entre vivos que no oyen ni ven a los muertos. ¡Prefiero no acordarme! Por suerte fue sólo un ratico. Tan pronto tapé la cajita empezaron a callarse y a desaparecer. Susanita, aunque también se calló, se quedó hasta el final del entierro. ¿Hace mucho o poco tiempo que Inmaculada murió…? No recuerdo bien…”, repite indeciso. “Creo, si la memoria no me falla, que en cuanto la niña dejó de respirar, Juana desprendió y guardó la hoja del almanaque de los cigarros “Trinidad y Hermanos”. Esa hojita tiene que tener el día y el año. ¡Carajo!, sé de memoria tantas fechas de muertos y entierros y no puedo acordarme de cuándo le tocó a mi hija”, se lamenta.

Con la misma mano izquierda, enjuga el sudor de la frente y vuelve a limpiar la saliva que se le acumula en los labios. Alza el rostro y enfrenta a Candelaria.

-Ya terminé -dice lacónico.

Candelaria, apoyada en Juana, se desprende del grupo.

-Aunque te regañaba constantemente, Generoso te quiso mucho. Para él eras como un hijo. Desde el cielo debe estar mirándonos y sentirse orgulloso de que seas tú quien lo haya enterrado -responde lagrimosa. Luego aproxima los labios al oído de Juana y murmura-. Ahora más que nunca tienes que ayudarme con la costura del traje de novia. En vida Generoso no quiso casarse como Dios manda. Pero ya lo tengo aquí; en esta fosa, quietecito, quietecito, esperándome… Y yo que había pensado que la misma muerte sería mi novio y marido -dice con un aleteo de alegría oculta y segura.

-Juana -Felipito alza la voz -acompaña a Candelaria a su casa. Que recoja un poco de ropa y llévala para la nuestra. No es bueno que en estos primeros días se quede sola.

-¡No abandonaré el mundo de mis recuerdos! -refuta en tono teatral.

-No vas a abandonar nada -Juana la interrumpe-. Diariamente iremos a tu casa y allí oiremos a Rosendo Rosell en “Lo que Pasa en el Mundo” y también la novela “Surco Abierto”. La cuestión es que por un tiempo, a la hora de dormir, tengas compañía.

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