Capítulo XI
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
Candelaria se asoma a la fosa. Peligrosamente se balancea en el borde y con aspavientos levanta los brazos al cielo. La voz se quiebra en sollozos y clama.
-¡No me dejes sola viejecito de mi vida!
-¡Agárrala que se cae! -Felipito grita.
Aquilino actúa rápido y la ciñe por la cintura.
-Tranquila, tranquila, hay que tener resignación -le murmura al oído mientras la separa del hueco.
-Que Juana y Liduvina se ocupen de ella. Si no se calma es mejor que se la lleven -Felipito se irrita.
-Necesitas un buen trago -Aquilino afirma.
-Eso quisiera… pero la gente está mirando. Ahora no puedo volver a esconderme detrás de un panteón.
-¡Cágate en la noticia!. Estás trabajando como un animal. Tú también querías mucho a Generoso. Un trago ayuda con las penas.
Juana y Liduvina colocan a la viuda bajo la sombra de un pino. Le brindan agua, pero la rechaza con un obstinado movimiento de cabeza.
-Candelaria está de madre; no entra en razón -Felipito comenta-. Estás en lo cierto -se anima con el ofrecimiento de Aquilino-. Hay que cagarse en la noticia… ¡Venga ese trago!
Aquilino entorna los ojos inyectados en sangre. Sonríe y muestra los dientes manchados de nicotina. Algo en su expresión recuerda el acecho de un animal depredador.
De uno de los bolsillo traseros del pantalón extrae la caneca de licor.
-Aquí tienes -dice y la pone en manos del amigo. Felipito la destapa. Echa la cabeza hacia atrás e ingiere con avidez.
-¿No sería mejor que esperaras a terminar? -la voz de Juana, en apariencia neutra, encierra un dejo de reproche.
-Es un traguito mujer. Estoy cansado y el ron me ayuda.
-Tú sabrás lo que haces -ella matiza.
Felipito la observa y piensa. “Qué extraño, estoy enterrando a Generoso, estoy paleando tierra, estoy sudado hasta el culo, pero mi cerebro cada vez está más lejos de aquí. Clarito, clarito me acuerdo de toda mi vida en el cementerio… Mis padres, Generoso, Juana, mi difunta hija Inmaculada… los amigos. ¡Coño!, ¿también iré a joderme? Dicen que cuando a uno le da por recordar mucho es que va a estirar la pata. ¡Sola-vaya!”.
***
Juana en las semanas previas al enlace matrimonial abandona el oficio de prostituta y convertida en toda una señorita, por aquello de qué dirán las malas lenguas, se aloja en la vivienda del enterrador. “El día que salgas de aquí lo harás bien casada. Nadie podrá decir que has cogido fiao antes de tiempo ni que llegaste al altar con una barriga” -Candelaria, orgullosa en su rol de madre supuesta, no se cansa de repetirle.
La joven, mientras se adelantan los preparativos de la boda, recibe clases de corte y costura en la academia de Elia Rocha. Felipito, por su parte, compra de uso, pero en buen estado, una máquina de coser, de pedal, marca “Singer” que realiza hasta bordados.
Por entonces, repentinamente muere, dicen que del corazón, el capitán René Rodríguez. Con la desaparición física del militar cesan los fusilamientos, y el proyecto revolucionario queda en recuerdo de tumbas y presencia de ánimas plañideras que hablan de perdón y llaman a los progenitores con voces de abandono infantil.
Con la supresión de las ejecuciones la paz nocturna vuelve al camposanto. Ya los menores de la barriada no despiertan, debido a las descargas de fusilería, a una oscuridad de sobresaltos con tardíos disparos de gracia. Asimismo los episodios radiales, mensajeros de selección ideológica y advertencias políticas, de “Nguyen Sun: El Guerrillero” y “Sector Cuarenta” desaparecen de las ondas hertzianas para dar paso a las aventuras justicieras de “Tawarí, el Rey Blanco del Amazona” y “Cruz Diablo”.
Las exequias retoman el carácter de duelo fraternal que, antes del interludio revolucionario las había caracterizado.
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