Capítulo X
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
Juana a regañadientes acepta, mientras dure el tratamiento, alojarse todo el tiempo en casa de Felipito. La vergüenza le impide mirar a los ojos del joven. Piensa que ha manchado un amor desinteresado.
No obstante, Felipito razona de manera más optimista. Sabe, por lo mucho que se lo ha repetido el boticario, que la enfermedad no les dejará secuelas. Por eso, del apocamiento de Juana y del diario convivir, saca partido y le insiste para que abandone su actual estilo de vida y acepte la proposición de matrimonio.
Ella, en un postrer y tímido alegato, repite.
-Voy a estudiar. Todos los jóvenes que estamos con la revolución vamos a estudiar cuando lleguemos a la capital. El capitán René Rodríguez lo ha prometido.
-Ofrecí pagarte unas clases de corte y costura y comprarte una máquina de coser para que trabajaras en la casa. Las costureras siempre tienen trabajo y son respetadas. El dinero que ganes será tuyo.
Juana titubea y ese día, en horas de la noche, lo consulta con Candelaria.
-¡Irte a estudiar a la capital! ¿Y dónde queda la capital…? Siempre he oído hablar de ella. La mayoría de las novelas radiales vienen de allá, pero nada más se oyen las voces. Tienes que imaginártelo todo. El capitán René Rodríguez habla más que un cao pero no sale de las promesas. Dice que la revolución va para la capital y que desde allí lo cambiará todo, pero yo veo que cada día mata más y más se acostumbra al cementerio. Para mí la capital es una novela de radio, sirve para soñar pero no para tocar -Candelaria calla. Observa el efecto de sus palabras y prosigue-. Felipito sí es real; es un buen muchacho y te propone una vida decente y tranquila. Le gustaría que estudiaras corte y costura y hasta quiere comprarte una máquina de coser. ¡Aprovecha muchacha…! ¡No seas boba!
***
Luego de conversar con Candelaria, la joven toma la determinación de ser la esposa de Felipito. Empero, prefiere guardar silencio hasta que finalicen el tratamiento contra la blenorragia.
Antes de la última dosis de penicilina los síntomas que aquejaban a Felipito desaparecen. El flujo vaginal de Juana cesa junto con las molestias en el bajo vientre.
-¡Están como nuevos! -Arturito certifica y aprovecha para exhibir su nueva dentadura postiza-. Pero -advierte -para tener sexo deben aguardar una semana más. Es mejor precaver que tener que lamentar.
Durante el camino de regreso, Felipito da sobradas muestras de alegría. Juana disfruta el mismo sentimiento, aunque controla la emoción.
Ella piensa; piensa muy seriamente en el momento apropiado en que le anunciará que accede a convertirse en su esposa.
Al arribar a la vivienda, el sol de la tarde se recoge en algunos techos y blasona la tiniebla incipiente.
-Voy a preparar la comida -dice y seguida por Felipito penetra en la cocina.
Labora frente al fogón y a sus espaldas capta el desasosiego del hombre.
-Juana… -al fin se anima.
Finge no escucharlo y él insiste.
-¡Juana…!
Ella se voltea y disimula.
-¿Qué quieres?
-Ya estamos curados… -balbucea.
-¡Gracias a Dios!
-Sí, gracias a Dios -repite maquinalmente-. Ya no hay motivos para esperar… -calla y confundido se mira la puntera de los zapatos.
-Cocinaré carne con quimbombó -tercia e intenta reintegrarse a los quehaceres.
-¡Un momento! -e inopinado la toma por los brazos.
-¡Felipito…! -exclama sofocada.
-¡No aguanto más! No espero más. Ahora mismo me dices si te casas o no conmigo. No sigo en este culipandeo -le espeta sin apenas pensar.
-Está bien; me caso contigo. Pero tiene que ser un matrimonio con todas las de la ley y como Dios manda. Otra cosa -enfatiza -de ahora en adelante y hasta que estemos casados vuelves a ponerme un dedo encima. El matrimonio es un asunto muy serio y hay que respetarlo.
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