El entierro del enterrador

Written by Libre Online

13 de agosto de 2024

Capítulo X

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Felipito la desoye. Acerca una silla al lecho y coloca la palangana y demás preparativos.

-Ponte boca arriba -le ordena. Ella se queja pero obedece a la vez que trata de disimular el rostro-. Quítate los brazos de la cara.

De mala gana se descubre. Felipito, ante las facciones abotagadas por el castigo salvaje, aprieta los dientes y amordaza la rabia.

-Me dio duro -la joven manifiesta con cierto desdén.

-Te dio para hombre -añade, mordiendo las palabras-. ¿Dime quién fue? -insiste.

-No lo sé… Primera vez que lo veía.

Felipito humedece la toalla en el agua de la palangana y, cuidadosamente, limpia las magulladuras. 

-Los ojos casi no se te ven de lo abofada que estás. 

-¡Cuidado…! ¡Me duele! -se queja. 

Felipito termina con el agua y le advierte. 

-Ahora le toca al alcohol. A lo mejor te arde un poco. 

¿Cómo te empataste con el tipo? 

-¡Me arde…! ¡Me arde…!

-Aguanta un ratico más que hay que desinfectar bien.

-¡Acaba pronto! -exclama y crispa el semblante-. Lo conocí -responde -cerca del cementerio. En la heladería de los chinos. Dijo que me conocía de vista y que le gustaba.

-¿Es un soldado rebelde?

-No, es un hombre mayor como de cuarenta años y con olor a colonia. Me dio cinco pesos, por adelantado y me contó que tenía máquina propia. Dijo que iríamos a la posada Las Palmas. Yo nunca había estado allí. Lo mío es rápido y en cualquier lugar. Los cuartos tienen aire acondicionado, garaje y teléfono. Parecen de película. Las Palmas queda lejos del pueblo, como quien va para Placetas. Es para los que tienen máquina o pueden pagar una de alquiler. ¡Ay! ¡Me arde…! ¡Sóplame la cara!

-Ya terminé con el alcohol. Te unto mercurocromo y se acabó.

-¡Pero sóplame que me arde! -lo urge.

Felipito se inclina sobre el rostro magullado. Recoge los labios como si fuese a emitir un silbido y expele aire.

-¡Ay…! ¡Qué fresquito! -Juana se relaja.

Destapa el frasco de mercurocromo. Moja un algodón en la tintura antiséptica y despacio colorea de rojo las zonas laceradas y tumefactas.

-¿Por qué te dio la mano de piñazos?

-Mientras no terminó fue un cliente normal; yo diría que hasta fino. Pero… ¡Ay Dios mío…! En cuanto acabó empezó a cambiar de carácter. Primero me preguntó por qué hacía lo que hacía. Después vinieron insultos y finalizó cayéndome a golpes. Casi me mata… ¡Mira! -se abre la blusa y le muestra un seno -me apagó un cigarro.

-¡Animal! -el joven se indigna.

-Lo que me salvó es que empecé a gritar. Entonces vinieron dos empleados y abrieron la puerta. 

-¿Te defendieron?

-Por lo menos me lo quitaron de encima. El les dijo que me había dado porque me agarró robándole dinero de la cartera.

-¿Lo creyeron?

-Automáticamente se pusieron de parte del tipo. Les regaló dinero y lo dejaron ir. A mí me empujaron y amenazaron con llamar a la policía. A buen acuerdo me botaron para la carretera.

-¿Por qué viniste para mi casa?

-Si las muchachitas se enteran que un tipo me vaciló de esa manera, se ríen de mí. En este negocio no se puede ser gilberta.

-¿Nada más que por eso viniste?

-Bueno… También eres buena gente. Muchos conocen a Juana Regimiento… pero no tengo amistades ni quién se interese por mí.

-¡A mí me interesas!

-Por eso vine -confiesa.

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