Capítulo IX

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Generoso le dedica una mirada paternal y, refrenando la rudeza que lo caracteriza al hablar, recomienda.

-¡Ten cuidado! No te hagas muchas ilusiones. Juana Regimiento está acostumbrada a un tipo de vida que no es la tuya.

-Sé que es buena -defiende su punto de vista-. Es del campo y tuvo familia. La guerra primero y la revolución después, son quienes la traen así.

-De todas maneras, ándate con pies de plomo. Tiémplatela cuantas veces quieras o puedas… pero de eso a formalizar una relación… ¡hum…!

-Mira Generoso, tú sabes lo acomplejado que siempre me ha tenido el asunto del babeo. Por tal de no volver a tenerlo soy capaz de todo. Además, Juana me gusta, su cuerpo es tibiecito.

El enterrador suelta una risotada y señala.

—¡Escobita nueva siempre barre bien!, pero no olvides que Juana es la primera con la que te has acostado. Las hay mejores y peores; al final todas dan calor y cuando se menean arriba de una cama nos sacan la vida. ¡Las mujeres son del carajo!

-¿Qué quieres decir con eso?

-Que todos los cuerpos de mujer son iguales. Pero para escoger compañera los sentimientos son importantes.

-Ella tiene buenos sentimientos -se obstina.

Generoso efectúa un ademán de desaliento y profetiza.

-Ya lo dijo mi difunta abuela: “Dos tetas halan más que una carreta”. ¡Ándate con cuidado! -recalca.

-¡Oye! -Felipito reclama el interés del enterrador y con la mano derecha señala en dirección a un grupo de árboles- Aquello que se ve pegado al tronco del laurel… el laurel que está detrás del panteón del general Gerardo Machado… ¿No es el fantasma del Jabao?

-¡Coño! creo que sí -Generoso fuerza la vista y trata de identificar la aparición-. Y parece que está llorando.

-Vamos a ver si es él -Felipito expresa y se acerca al sitio arbolado. Generoso lo sigue. A una distancia prudencial se detienen-. ¡No lo puedo creer! Tan macho que era el Jabao y ahora resulta que no para de llorar y llamar a la madre con vocecita de niño. ¡Vivir para ver!

Generoso, a sus espaldas, sostiene.

-En el cementerio hemos visto cosas peores. Lo que pasa es que mientras el Jabao vivió, siempre le tuviste miedo.

-¡Miedo no! -Felipito protesta -precaución sí -aclara -y eso era porque formaba parte de la gente de Arsenio Ortiz, andaba armado y se la arrancaba a cualquiera. ¡Le zumba el mango tener que soportar este lloriqueo todo el tiempo! Con el asunto de los fusilamientos ya no cabe un fantasma más en el cementerio ¡Están a burujón puñao!

-Te lo he dicho y lo hemos visto. Los fusilados se van rápidos. El Jabao hará como los demás -Generoso contempla el espectro, menea la cabeza y pensativo dice–. Un niño pequeño y un fantasma son muy parecidos, ninguno de los dos sabe mentir. ¡Míralo!, mira al Jabao, parece un recién nacido.

-¡Ojalá se vaya rápido! No soporto verlo así 

-Felipito se queja-. A quien no he visto hoy es a Susanita. ¿Sabes por dónde anda?

-No ha aparecido en toda la mañana. 

Últimamente anda muy retraída, solamente se anima por las tardes, cuando Aquilino viene a tomar aguardiente con nosotros.

-Quizás se esté cansando de esperar a Aquilino -Felipito sugiere.

-No es cierto. Los muertos no conocen de meses ni años. Ella aguardará por él todo el tiempo que sea necesario. No necesita reloj ni almanaque -le lanza una última mirada al espectro del Jabao y en tono perentorio le dice al ayudante-. ¡Manda al carajo a todos los fantasmas del cementerio!, y vamos a trabajar si no quieres que nos cojan los nazarenos.

Ese mismo día, en horas de la tarde, tiene lugar un acontecimiento que innova el concepto de las inhumaciones. El capitán René Rodríguez, acompañado de periodistas, fotógrafos y autoridades locales, pone a disposición del administrador del camposanto y los sepultureros, tal y como había prometido, la excavadora mecánica que según palabras del jerarca revolucionario: “Humanizará el arduo trabajo de los enterradores”.