Capítulo VIII
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
Felipito con un fósforo enciende la lámpara de querosene. Regula la mecha y estabiliza la intensidad de la flama. Luego, coloca la pantalla de vidrio, turbia de humo.
-El patio tiene piedras y desniveles. Puedes caerte; por eso quise acompañarte
-puntualiza y le ofrece la lámpara.
-Gracias, pero voy sola. ¿En vez de lavarme puedo tomar un baño?
-Claro que sí. El cubo es de cinco galones y está lleno.
-¿Y tú…?
—Después de ti. ¡Oye! -la detiene-. Para que te sientas cómoda puedo prestarte una bata de dormir que fue de mi madre.
-¿Ropa de muerto…?
-Está limpia. Yo mismo lavé y guardé su ropa. Digo, la que mi hermana Liduvina no quiso llevarse.
-¿Para qué la quieres?
-Cuando abro el escaparate es como si ella estuviera aquí.
Lo contempla reflexiva e inquiere.
-¿Por eso lloraste cuando oíste la canción de Antonio Machín?
-No sé… Nunca me había pasado. “El huerfanito” está de moda. Todos los radios y traganíqueles del pueblo la tocan -se ruboriza.
-Dame la bata de dormir -decide y cambia de tema. Felipito la complace y anuncia.
-En lo que te bañas caliento agua para mí. No me gusta fría.
Ella levanta la lámpara y sale al patio. En torno al cuello lleva la toalla. La prenda de vestir le cuelga del antebrazo izquierdo.
-Recto… al final queda el excusado. Quítate el quinqué de los ojos para que veas mejor. Trae contigo el cubo vacío -demanda.
Al rato, enfundada en la ancha bata de dormir, regresa. El cabello mojado se le pega al cráneo y parte del rostro. De la diestra, por el asidero, pende el cubo.
-Ahora me toca a mí -Felipito afirma y sonríe tímidamente-. Acuéstate en cuanto quieras. Esa puerta es la del cuarto de mis padres -señala con un movimiento de manos.
-Voy a esperarte. No me gusta dormir a oscuras.
-Enciende la luz -sugiere y en el cubo mezcla agua fría y caliente.
-La luz eléctrica alumbra demasiado. Prefiero que me prestes el quinqué. Con una candelita, por chiquita que sea, tengo para sentirme acompañada.
-Allí, en la fiambrera -y mira para un ángulo en la cocina -guardo un paquete de galletas de manteca y un trozo de raspadura. En lo que me tiro un bañito, si tienes hambre, puedes comer.
-No tengo -responde lacónica y toma asiento en un banco, junto al fogón.
-No demoro -calza las chancletas de suela de madera y ligas cruzadas. Ase el recipiente con agua tibia y se dirige al excusado.
A los pocos minutos reaparece. Un pantalón de tela ligera y lleno de remiendos hace de pijama. El torso, a medias, se cubre con la toalla húmeda que se despliega sobre los hombros.
-Ya podemos irnos a dormir -exclama y sonríe con franqueza.
-Me caigo de sueño -ella declara y se incorpora del asiento.
-Te enseño el cuarto -dice gentil.
-Sé ir sola. Me dijiste que es aquella puerta
-responde suspicaz.
Comprende el recelo y no insiste.
-Aquí tienes el quinqué. Al lado de la cama hay una mesita de noche donde mi mamá lo ponía.
-Gracias -y le da la espalda.
-Tengo que levantarme bien temprano para llegar al cementerio primero que Generoso. Pero tú puedes quedarte a dormir un poco más. Cuando te vayas tiras la puerta. La cerradura cierra por dentro.
(Continuará la semana próxima)
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