El entierro del enterrador

Written by Libre Online

28 de mayo de 2024

Capítulo VIII

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Felipito con un fósforo enciende la lámpara de querosene. Regula la mecha y estabiliza la intensidad de la flama. Luego, coloca la pantalla de vidrio, turbia de humo.

-El patio tiene piedras y desniveles. Puedes caerte; por eso quise acompañarte 

-puntualiza y le ofrece la lámpara.

-Gracias, pero voy sola. ¿En vez de lavarme puedo tomar un baño?

-Claro que sí. El cubo es de cinco galones y está lleno. 

-¿Y tú…?

—Después de ti. ¡Oye! -la detiene-. Para que te sientas cómoda puedo prestarte una bata de dormir que fue de mi madre.

-¿Ropa de muerto…?

-Está limpia. Yo mismo lavé y guardé su ropa. Digo, la que mi hermana Liduvina no quiso llevarse. 

-¿Para qué la quieres?

-Cuando abro el escaparate es como si ella estuviera aquí.

Lo contempla reflexiva e inquiere.

-¿Por eso lloraste cuando oíste la canción de Antonio Machín?

-No sé… Nunca me había pasado. “El huerfanito” está de moda. Todos los radios y traganíqueles del pueblo la tocan -se ruboriza.

-Dame la bata de dormir -decide y cambia de tema. Felipito la complace y anuncia.

-En lo que te bañas caliento agua para mí. No me gusta fría.

Ella levanta la lámpara y sale al patio. En torno al cuello lleva la toalla. La prenda de vestir le cuelga del antebrazo izquierdo.

-Recto… al final queda el excusado. Quítate el quinqué de los ojos para que veas mejor. Trae contigo el cubo vacío -demanda.

Al rato, enfundada en la ancha bata de dormir, regresa. El cabello mojado se le pega al cráneo y parte del rostro. De la diestra, por el asidero, pende el cubo.

-Ahora me toca a mí -Felipito afirma y sonríe tímidamente-. Acuéstate en cuanto quieras. Esa puerta es la del cuarto de mis padres -señala con un movimiento de manos.

-Voy a esperarte. No me gusta dormir a oscuras.

-Enciende la luz -sugiere y en el cubo mezcla agua fría y caliente.

-La luz eléctrica alumbra demasiado. Prefiero que me prestes el quinqué. Con una candelita, por chiquita que sea, tengo para sentirme acompañada.

-Allí, en la fiambrera -y mira para un ángulo en la cocina -guardo un paquete de galletas de manteca y un trozo de raspadura. En lo que me tiro un bañito, si tienes hambre, puedes comer.

-No tengo -responde lacónica y toma asiento en un banco, junto al fogón.

-No demoro -calza las chancletas de suela de madera y ligas cruzadas. Ase el recipiente con agua tibia y se dirige al excusado.

A los pocos minutos reaparece. Un pantalón de tela ligera y lleno de remiendos hace de pijama. El torso, a medias, se cubre con la toalla húmeda que se despliega sobre los hombros.

-Ya podemos irnos a dormir -exclama y sonríe con franqueza.

-Me caigo de sueño -ella declara y se incorpora del asiento.

-Te enseño el cuarto -dice gentil.

-Sé ir sola. Me dijiste que es aquella puerta 

-responde suspicaz.

Comprende el recelo y no insiste.

-Aquí tienes el quinqué. Al lado de la cama hay una mesita de noche donde mi mamá lo ponía. 

-Gracias -y le da la espalda.

-Tengo que levantarme bien temprano para llegar al cementerio primero que Generoso. Pero tú puedes quedarte a dormir un poco más. Cuando te vayas tiras la puerta. La cerradura cierra por dentro.

(Continuará la semana próxima)

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