El entierro del enterrador

Written by Libre Online

14 de mayo de 2024

Capítulo VIII

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Felipito, de la mano femenina, siente como una parte importante de su ser penetra el cuerpo cálido y húmedo que lo acoge con presión de vida. Entonces piensa en los nidos, con crías, de tomeguines y palomas rabiches que en sus correrías de caza, en ocasiones, descubre en las ramas de los árboles que salpican las sabanas de Antón Díaz. Los nidos también son tibios y al tomar los pichones entre sus manos siempre experimenta el mismo latir de vida salvaje que Juana le infunde a todo su cuerpo.

-¡Muévete…! -la voz de ella, entrecortada, lo incita.

La fricción se vigoriza. Y el sentimiento de poseer y marcar con su impronta la vagina de Juana lo aproxima a un climax incontrolable, que se derrama al mismo tiempo que desde alguna casa situada al otro lado de la tapia del cementerio, se filtra la voz de Antonio Machín y su cuarteto, interpretando el son montuno “El Huerfanito”.

“Yo no tengo ni padre 

ni madre que sufran mis penas.

Huérfano soy.

Sólo llevo tristeza y martirio en el alma.

El cruel dolor,

de no hallar una mujer;

una mujer buena,

que me llene el vacío

tan grande que ellos dejaron;

con tierno amor”.

-¡Ay carajo! -Felipito mitad goce, mitad lamento, se queja en las postrimerías de la eyaculación.

Juana con un movimiento brusco de la cintura, finaliza el contacto carnal. Se refugia en un rincón y advierte airada.

-¡Malas palabras sí que no! Yo no las digo ni permito que me las digan. Lo mío es negocio y no me gustan las confiancitas.

Felipito, aún medio desnudo y con los pantalones atascados en las rodillas, trata de aclarar.

-Yo… yo… -pero la voz se le quiebra en un sollozo cuando el trío entona a coro con acompañamiento de trompeta, guitarras y maracas.

“Yo no tengo madre… 

Yo no tengo padre, 

yo no tengo a nadie 

que me quiera a mí. 

¡Qué desgraciado nací! 

¡Soy un pobre huerfanito…!”

-¿Y a ti qué te pasa? -Juana interrumpe el aseo que se practica con una pequeña toalla sanitaria que saca de la cartera.

-La canción me hizo pensar en mis padres… ¡Soy huérfano! -el llanto le ahoga las palabras.

Lo mira fijamente y sin delatar emoción alguna le pregunta.

-¿Qué tiempo hace que murieron tus padres? 

-Hace algún tiempo. 

-¿Tienes hermanos?

-Dos. Un varón y una hembra. Están casados y viven aparte.

-¿Con quién vives?

-Solo. Me quedé con la casa de mis padres. Está cerca; detrás de la tapia del cementerio. La canción parece como si viniera de la sala de mi casa.

-¿Es la primera vez que lo haces con una mujer?

Felipito se avergüenza, pero a la postre confiesa.

-Sí… primera vez.

Ella suspira con sabiduría y sentencia. -Los primerizos o se las dan de muy machos o se ponen sentimentales, como tú.

-Pensé en mis padres… -repite tímidamente.

-Siempre pasa…

-¿Pasa qué…? -él se anima.

-Nada; lo de siempre… -dice evasiva y tercia la charla-. Ya es tarde; a estas horas me será difícil encontrar donde quedarme.

-¿No tienes casa? -a sabiendas de la contesta muestra interés.

-¡Cómo crees…! -y sonríe desdeñosa.

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