Capítulo VIII
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
Felipito, de la mano femenina, siente como una parte importante de su ser penetra el cuerpo cálido y húmedo que lo acoge con presión de vida. Entonces piensa en los nidos, con crías, de tomeguines y palomas rabiches que en sus correrías de caza, en ocasiones, descubre en las ramas de los árboles que salpican las sabanas de Antón Díaz. Los nidos también son tibios y al tomar los pichones entre sus manos siempre experimenta el mismo latir de vida salvaje que Juana le infunde a todo su cuerpo.
-¡Muévete…! -la voz de ella, entrecortada, lo incita.
La fricción se vigoriza. Y el sentimiento de poseer y marcar con su impronta la vagina de Juana lo aproxima a un climax incontrolable, que se derrama al mismo tiempo que desde alguna casa situada al otro lado de la tapia del cementerio, se filtra la voz de Antonio Machín y su cuarteto, interpretando el son montuno “El Huerfanito”.
“Yo no tengo ni padre
ni madre que sufran mis penas.
Huérfano soy.
Sólo llevo tristeza y martirio en el alma.
El cruel dolor,
de no hallar una mujer;
una mujer buena,
que me llene el vacío
tan grande que ellos dejaron;
con tierno amor”.
-¡Ay carajo! -Felipito mitad goce, mitad lamento, se queja en las postrimerías de la eyaculación.
Juana con un movimiento brusco de la cintura, finaliza el contacto carnal. Se refugia en un rincón y advierte airada.
-¡Malas palabras sí que no! Yo no las digo ni permito que me las digan. Lo mío es negocio y no me gustan las confiancitas.
Felipito, aún medio desnudo y con los pantalones atascados en las rodillas, trata de aclarar.
-Yo… yo… -pero la voz se le quiebra en un sollozo cuando el trío entona a coro con acompañamiento de trompeta, guitarras y maracas.
“Yo no tengo madre…
Yo no tengo padre,
yo no tengo a nadie
que me quiera a mí.
¡Qué desgraciado nací!
¡Soy un pobre huerfanito…!”
-¿Y a ti qué te pasa? -Juana interrumpe el aseo que se practica con una pequeña toalla sanitaria que saca de la cartera.
-La canción me hizo pensar en mis padres… ¡Soy huérfano! -el llanto le ahoga las palabras.
Lo mira fijamente y sin delatar emoción alguna le pregunta.
-¿Qué tiempo hace que murieron tus padres?
-Hace algún tiempo.
-¿Tienes hermanos?
-Dos. Un varón y una hembra. Están casados y viven aparte.
-¿Con quién vives?
-Solo. Me quedé con la casa de mis padres. Está cerca; detrás de la tapia del cementerio. La canción parece como si viniera de la sala de mi casa.
-¿Es la primera vez que lo haces con una mujer?
Felipito se avergüenza, pero a la postre confiesa.
-Sí… primera vez.
Ella suspira con sabiduría y sentencia. -Los primerizos o se las dan de muy machos o se ponen sentimentales, como tú.
-Pensé en mis padres… -repite tímidamente.
-Siempre pasa…
-¿Pasa qué…? -él se anima.
-Nada; lo de siempre… -dice evasiva y tercia la charla-. Ya es tarde; a estas horas me será difícil encontrar donde quedarme.
-¿No tienes casa? -a sabiendas de la contesta muestra interés.
-¡Cómo crees…! -y sonríe desdeñosa.
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