El entierro del enterrador

Written by Libre Online

7 de mayo de 2024

Capítulo VIII

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Juana ríe y apunta.

-De tanto levantarme el vestido estoy vacunada contra la frialdad del cementerio. ¡Pero vamos! -insiste.

Felipito blande el manojo de llaves y con un gesto la invita a que lo siga. En silencio caminan hacia el fondo del camposanto. La luna menguante se disimula en una nube y la oscuridad se densa.

Llegan junto a la construcción. Felipito se inclina sobre el candado que asegura la puerta. Las llaves tintinean y Juana con cansada indiferencia prende un cigarrillo. El joven pugna por identificar la llave conveniente y ella se impacienta.

-¡Mira que nos agarra el día!

-Ya… ¡Ya está…! -y la exclamación se funde con el chasquido que hace el candado al abrirse-. Pasa… pasa… -sugiere y empuja la puerta que chilla en las bisagras.

-¡Qué oscuridad! ¡No se ve nada! -Juana señala al trasponer el dintel.

-Por aquí hay un mocho de vela… En cuanto lo encuentre veremos mejor -Felipito susurra y trastea en las tablas de madera que fungen de anaqueles.

-¡Qué mal huele! -ella olfatea.

-Es que está llena de materiales y herramientas. La puerta se abre poco y no entra claridad ni mucho aire -Felipito justifica y al tacto prosigue la búsqueda de la vela-. ¡Ya…! ¡Ya la encontré! 

-prorrumpe triunfal. Se escucha el frotar de un fósforo y surge una pequeña explosión luminosa que destila un suave olor a pólvora. El joven aplica la flama al pabilo de la vela y una claridad opaca se filtra en las tinieblas.

-¡Y qué sucio está todo…! -Juana consolida la percepción.

-Por lo menos no estamos al sereno… -alega indeciso.

-No me acuesto en este suelo lleno de churre y polvo -ella advierte.

-Como quieras -Felipito congenia.

Juana mira en derredor y se fija en la tonga de bolsas de cemento que se apilan junto a la pared del fondo.

-Voy a pararme contra aquellos sacos de cemento. Tú, te pones frente a mí.

Felipito parpadea irresoluto. A la escasa luz de la vela observa como ella pega la espalda a las bolsas de cemento y con la mano izquierda se levanta la falda ancha que descubre las extremidades delgadas que trepan hasta el pubis desnudo.

-¿No usas bloomer…? -balbucea.

-Para trabajar son un estorbo. Pero arrímate y bájate los pantalones que esto está matao.

El cuerpo del hombre tiembla y la piel le arde en los poros. 

-Me… ¿me los quito…?

-Bájatelos nada más -prácticamente le ordena. Él se aproxima; la mujer estira la diestra. Le aprisiona la camisa y lo atrae-. Déjame ayudarte -dice y con dedos hábiles le afloja el cinto.

Felipito respira grueso y experimenta el despertar del sexo que golpea contra la tela que lo limita.

-Tengo calor… -murmura sibilante.

-En cuanto acabemos vas a sentir frío. Desabróchate la cintura… la portañuela -lo apremia.

Con manos torpes cumple las instrucciones. El pantalón y el calzoncillo, blanco, de piernas a medio muslo, resbalan y se arrollan en los tobillos, por encima del calzado.

El símbolo viril, emancipado de ataduras, desafía la gravedad. Juana con ojos expertos valora la dimensión. Adelanta la mano derecha y las yemas de los dedos acarician el glande duro y palpitante.

-Ven.. . —susurra—. La mano envuelve el órgano masculino y lo guía al encuentro-. Dobla las rodillas para que puedas entrar. Eres más alto que yo -le aconseja en el mismo tono susurrante que ahora suena más íntimo-. Despacio… despacito -con la siniestra mantiene la falda en alto y adelanta la pelvis.

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