El entierro del enterrador

Written by Libre Online

30 de abril de 2024

Capítulo VIII

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Ella toma el dinero con soltura. Lo cuenta y lo introduce en una cartera de mano, gastada y pequeña que, por medio de una cinta de tela color verde, para mayor seguridad, cuelga de su cuello flaco.

-En un ratico estoy contigo -Felipito afirma e inicia la marcha rumbo a las tumbas.

-¡Espera un momento! -Juana lo detiene. 

-¿Qué pasa ahora…?

-Si en este entretiempo alguien quiere ocuparse conmigo lo voy a hacer.

-¿Y si cuando yo termino estás con otro…? -inquiere picado.

-Me esperas. En una película que vi, el bonito decía que el tiempo es dinero.

-Está bien… -acepta una vez más.

Felipito se demora más de lo previsto, y no por causa del trabajo. Tan pronto las tumbas están cubiertas y la tierra debidamente aplanada el cabo, por casualidad, se entera que uno de los soldados bajo su mando cumple años. Como por arte de magia surge una botella de ron, y sin deponer las palas, aún con las suelas de las botas militares hundidas en la tierra que oculta los féretros, a coro, entonan un canto de agasajo. 

“Felicidades fulano 

en tu día.

Que los cumplas…” 

El capitán René Rodríguez se arrima curioso y con buen humor averigua.

-¿Qué pasa aquí…?

-Este combatiente nació un día como hoy -el cabo le informa.

-¡Caramba! ¡caramba!, muchas felicidades -el capitán lo saluda y fiel a la camaradería revolucionaria llama a los integrantes de los pelotones de fusilamiento que ya se retiran-. ¡Eh! Ustedes, vengan para acá que vamos a compartir con un compañero que cumple años.

Surge otra botella de ron y el jerarca militar dirige el coro.

“…con mucha alegría 

muchos años de paz 

y armonía, felicidad, 

felicidad, felicidad…” 

Al grupo se le suman los mirones de las ejecuciones y algunas prostitutas que están a la caza de soldados indecisos.

Felipito, cada vez más molesto por la tardanza repentina, no descubre el rostro de Juana entre los presentes. El capitán Rodríguez, en persona, le brinda un trago y le palmea las espaldas.

-¡Buen trabajo el de hoy! Limpio y rápido -reconoce el oficial-. Tal parece que aquí no hay nadie enterrado. Felipito se arma de coraje y pide.

-Capitán no me siento bien; quisiera cerrar el cementerio.

-Es temprano, pero tienes razón. El viejo enterrador y tú se han metido en estos días tremenda mecha de trabajo. ¡Muchachos!, recojan que nos vamos. La fiesta sigue en el cuartel -dispone, y todos lo siguen.

Felipito los escolta hasta la salida. Por más que mira no descubre a Juana. “Se habrá ido la muy cabrona con los cigarros y el medio peso”; pondera frustrado.

Tan pronto salen las últimas personas, cierra la reja con el candado mohoso y regresa a donde habló con ella por última vez.

-¡Juana…! ¡Juana…! -llama a media voz. No logra respuesta y avanza entre los panteones y tumbas-. ¡Juana…! ¡Juana…!, soy yo el ayudante del enterrador -repite más alto.

-¡Aquí…! Aquí estoy -contesta y emerge junto a una enorme cruz de piedra.

-¿Qué hacías escondida…?

-No me escondía. Lo que pasó fue que me senté al pie de esta cruz y me quedé dormida. Te había dicho que estaba muy cansada. ¿Ya se fueron todos…?

-Sí, ya se fueron -responde, sintiendo cómo el sudor le moja las palmas de las manos y la saliva le llena la boca.

-Tan dormida estaba que no sentí nadita, nadita -lanza un bostezo, estira los brazos y urge-. Vamos a ver si acabamos que ya es muy tarde. Si quieres lo hacemos aquí mismo…

-No, no -Felipito discrepa-. Te dije que tengo las llaves de la casita de las herramientas. Dentro estaremos mejor. El cementerio es muy frío y puedes coger catarro.

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