El entierro del enterrador

Written by Libre Online

9 de abril de 2024

Capítulo VII

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

-¿No tienes miedo a morir?

-Yo también he matado. Y cuando matas te enteras que algún día te llegará el turno. Entonces te preparas para no hacer un papelón de pendejo. La gente respeta la memoria de los muertos por lo que hacen o dejan de hacer en el minuto final de la vida.

-Una vez, hace años, te vi aquí con el capitán Arsenio Ortiz.

-La única vez que estuve en este cementerio fue cuando enterramos a Estenoz e Ivonet; los cabecillas de “la guerrita de los negros”. ¿Y qué hacías tú aquí?

-Era y soy el ayudante del enterrador.

-¿Por qué no me hablaste como ahora?

-Tenía miedo… Miedo de que me sonaras un tiro por la cabeza y me enterraras con los negros.

-¡Si yo lo digo…! El mundo está lleno de pendejos -el Jabao dice filosóficamente. Muestra las manos atadas a la espalda y le pide a Felipito-. Hazme un favor, tengo una cajetilla de cigarros mentolados en el bolsillo de la camisa que se les olvidó quitarme cuando me trajeron a matar. Agárrala, saca un cigarro, enciéndelo y déjame coger un par de cachá. Te regalo la cajetilla.

Felipito, indeciso, con la mirada consulta al sargento Muñoz.

-Está bien, pero que sea rápido -el sargento admite con brusquedad.

Felipito coloca un cigarrillo entre los labios del Jabao. Con manos inseguras ralla una cerilla y acerca la flama. El Jabao aspira y exhala con deleite. Sonríe menospreciativo y trata de calmar el nerviosismo del otro.

-Tranquilo; no tiembles más que es a mí a quien le van a partir los cojones.

Felipito no responde, pero siente que su viejo resentimiento desaparece junto con la vida del Jabao. Y de cierta manera el recuerdo de Eloina pierde vigor y realidad.

Con un ademán de manos el sargento finaliza la entrevista. Retira el cigarrillo de los labios del Jabao, lo lanza a tierra y lo desmenuza con la punta de la bota del pie izquierdo.

Felipito taciturno da media vuelta y se aleja en busca de los soldados que cavan las tumbas. En la mano derecha aprieta la caja de cigarrillos.

-Para no ser sepultureros profesionales creo que los huecos nos han quedado perfectos. ¡Mire!, mire los bordes; están parejitos -el cabo se ufana.

Felipito asiente con un movimiento de cabeza que la noche oculta y simula inspeccionar el trabajo.

Los soldados, aún sudorosos y jadeantes, se han sentado con los pies colgando hacia adentro, alrededor de los bordes de una de las tumbas. Uno de ellos sostiene un pequeño radio de pilas en el que escuchan un episodio más de “Nguyen Sun: El Guerrillero”. Personaje radial de la parafernalia revolucionaria y nombre de difícil pronunciación que, en un país lejano y desconocido con arcos y flechas, se enfrenta a un formidable y eterno rival al cual siempre derrota,  gracias al odio. Odio constante, pero e implacable que borra rostros y reverdece rencores ancestrales.

A los oídos de Felipito llega la voz de mando del capitán Rodríguez. Los fusilamientos van a comenzar y en el firmamento, con pocas estrellas, hay una luna menguante.

Fin Capítulo VII

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