Capítulo VII
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
Felipito retrocede y en busca de auxilio mira en torno. Al instante ubica al capitán Rene Rodríguez que animado conversa y ríe con uno de sus oficiales. Felipito, impulsivo, acorta la distancia y lo aborda.
-Capitán necesito un favor suyo.
El militar le da el frente y responde.
-Usted dirá…
-Soy el ayudante del enterrador. El capitán aguza la vista y lo reconoce. -¡Sí…! Como que no. Te he visto con el sepulturero viejo. ¿Qué quieres?
-Hablar con uno de los esbirros que van a fusilar.
-Está prohibido que la población confraternice con ellos. Además ya huelen a muerto. -Es que necesito saber…
-¿Saber qué…?
Felipito enrojece. Se pasa la lengua por los labios salivosos y timorato confiesa.
-Saber si es el que me quitó una novia… El que digo era de la gente de Arsenio Ortiz y me la quitó… me golpeó y me la quitó… -repite avergonzado.
-Eso pasa todos los días. Siempre hay un vivo y un comemierda -el capitán dice con filosofía callejera.
-Yo la quise… El va a morir, si es quien pienso. Quisiera conocer qué ha sido de ella. Nunca volví a verla -el oficial titubea y Felipito insiste-. ¡Por favor capitán!, Usted me conoce, soy callado y trabajo todas las horas que la revolución me pide. ¡Por Dios…! yo la quise mucho -suplica lleno de sentimientos.
El capitán relaja las facciones. Lo mira con fijeza y accede.
-Está bien, pero sea breve. ¡Sargento Muñoz! -llama a un subalterno-. Deje que este ciudadano hable con uno de los condenados. ¿Cuál es…?-lo interroga.
-Aquel… el mulato jabao de pelo pasito y colorao.
-Llévelo sargento.
Felipito sigue al militar. Cuando llegan junto al grupo de sentenciados Felipito se retrasa y el sargento aparta al escogido.
-¿Qué ya van a matarme? -pregunta con una sonrisa desafiante.
-Este hombre quiere hablar contigo.
El sentenciado contempla al extraño y profiere. -No lo conozco…
-Parece que él a ti sí.
-No estoy como para perder el aire que me queda. Mejor me dejan tranquilo -exclama desabrido.
-El capitán lo autorizó. ¡Eh! tú, acércate -el sargento le dice a Felipito.
-¿Y tú quién eres…? -el reo averigua cuando quedan frente a frente.
Felipito demora en responder: “¡Es el Jabao!”; chilla su cerebro. Las sienes le laten y los recuerdos de Eloína y la tarde de circo se le apelotonan.
-Yo… yo estaba enamorado de Eloina. Me diste un golpe a traición y me la quitaste… -articula a duras penas.
-¡Ya caigo! Eres el baboso que quería mamarle las tetas a Eloina. ¡Tremendo piñazo que te di en el tronco de la oreja!
-¡Me diste a traición! -refuta.
-Como quiera que te diera no podías conmigo. Siempre practiqué boxeo. ¿Qué quieres de mí?
-¡Eloina! ¿Dónde la tienes?
-Hace tiempo que no sé de ella. Cuando se juntó conmigo la llevé para Guao, un caserío que está pegado a Cumanayagua. Me parió dos muchachos y se puso fea como un carajo. Perdió los dientes y las tetas; las tetas que querías mamarle -recalca -se le cayeron y casi le llegaban al ombligo. También empezó a celarme y cuando me trasladaron para el cuartel de Fomento la dejé… Alguien dijo que se ganaba la vida recogiendo café en Lomas de Trinidad.
-Siempre fuiste malo -Felipito masculla.
-Eso ya lo sé. Por eso van a matarme -el Jabao efectúa un paréntesis y afirma-. Pero nadie me quita lo bailao.
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