El entierro del enterrador

Written by Libre Online

26 de marzo de 2024

Capítulo VII

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Al anochecer del día siguiente, cuando la claridad zozobra en el follaje de los laureles, Generoso, rezongando por ciertos asuntos que junto a Candelaria debe resolver, le extiende el manojo de llaves al ayudante e imparte algunas recomendaciones finales.

-Asegúrate que los soldados que el capitán René Rodríguez va a prestarnos hagan las fosas bien profundas. Tú serás el jefe, así que no entres en confianza con ellos. No permitas que las putas anden jodiendo mientras haya trabajo. No olvides lo de Juana Regimiento, pero antes guarda todas las herramientas y cierra la reja. Mucho ojo con las parejas que quieran coger el cementerio como lugar de templeta. Nadie debe quedar adentro -puntualiza.

Felipito asiente. Traga en seco y articula.

-¿Habrá muchos fusilamientos esta noche?

-Estimo que no. Por ahora los culpables se están acabando.

-¡Ojalá!, porque el cementerio se está llenando de fantasmas. Por suerte los fusilados apenas hablan. ¿Por qué será?

-Es que han muerto bruscamente y no se han dado cuenta. Están en algo así como el sueño de los vivos.

-¿Y cuando comprendan que están muertos? -Felipito averigua.

-Entonces se irán rápido. La muerte violenta rechaza la vida.

-Susanita sigue aquí. Ella murió de parto y aquello fue violento -Felipito alega.

-Fue doloroso pero no violento. La vida se le acabó de manera natural. Además, ella dejó un sentimiento de amor que la amarra a nosotros.

-Dirás a Aquilino…

-Sí, a Aquilino y a todos los que la quisimos.

Felipito calla. Ordena las ideas y reflexiona en voz alta. 

-Los que han muerto y morirán fusilados, también tienen parientes.

-Se dice que son culpables de crímenes o cosas mal hechas. Y los familiares tienen miedo de almacenar recuerdos que no se pueden compartir con orgullo. Cuando entre los vivos no hay o no se quiere tener memoria, entonces para la existencia.

-No acabo de entender, pero me suena que estás hablando bien 

-Felipito considera.

El enterrador sonríe y contesta con ironía.

-Como sé que hoy me voy temprano ya me he sonado un par de aguardientes. Y para hablar mierda no hay como el alcohol -luego se pone serio y reconoce-. La experiencia, Felipito; la experiencia de convivir con tantos muertos me hace decir cosas que ni yo mismo comprendo. Pero tengo el pálpito que no me equivoco.

Generoso se marcha sin cesar de repetir las recomendaciones. Al rato llegan cuatro soldados y un cabo que se identifican como los enterradores que manda el capitán Rodríguez. El cabo dice que esa noche los fusilados serán cinco. Felipito lanza un suspiro de alivio y mentalmente agradece a Dios por los pocos muertos que habrán. A continuación señala el sitio de las excavaciones y le muestra a los soldados la manera más eficaz de lanzar el pico y palear la tierra. Minutos después arriba un camión con cinco ataúdes modestos, carentes de adornos o símbolos religiosos, hechos con tablas de pino que aún conservan el aroma de la resina. Al rato aparece el capitán René Rodríguez y dos pelotones de fusilamiento. El capitán está contento. Ha tomado varios tragos y el trabajo escaso que le aguarda le promete una jornada libre de complicaciones y tardanzas.

Las prostitutas y los mirones habituales merodean con la libertad de movimiento que la revolución le otorga a los ciudadanos para que concurran y apoyen los actos de justicia. Por último llegan los condenados y una excitación indefectible, curiosa y malsana recorre el público.

Felipito nervioso, limpiándose con el dorso de la mano derecha la baba de los labios e indiferente a la rutina trágica de los fusilamientos, busca a Juana entre los congregados. Al fin la divisa y un estremecimiento de pánico le brinca en el estómago. Dentro del bolsillo izquierdo del pantalón, aprieta un billete de a peso y mentalmente repasa lo que tiene planeado decirle. Por un momento las miradas se cruzan y cohibido desvía los ojos. Es entonces que repara en el rostro de uno de los sentenciados a muerte y el asombro le acelera los latidos del corazón. “¿Será él…? No veo bien… ¡Creo que es él…!”; cavila dudoso e instintivo se aproxima. Un custodio le corta el paso. Felipito le dedica una mirada estúpida y trata de proseguir. El soldado levanta el fusil y le advierte.

-No se puede estar cerca de los condenados.

-Creo que conozco a uno… -articula.

-¡Para atrás! Vaya para atrás -el militar exige.

-Soy el ayudante del enterrador. El capitán Rodríguez me conoce… Déjeme ver si es la persona que creo.

-No puedo autorizarlo. ¡Váyase y no me joda más! -lo rechaza.

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