El entierro del enterrador

Written by Libre Online

5 de marzo de 2024

Capítulo VII

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

La corazonada de Generoso acontece en el mes de diciembre de un año que Felipito identifica como el último de su soltería y el de la extensión de la muerte allende los muros del cementerio.

Generoso ha pasado el día con semblante huraño. Ni tan siquiera los comentarios de Felipito referente a las pascuas y los preparativos para asar el cerdo de la Nochebuena, logran arrancarle la hosquedad.

Cercana la hora de concluir la jornada de trabajo y mientras aguardan por Aquilino para compartir la inmanente botella de licor Felipito le pregunta.

-¿Te sientes mal hoy…?

-No -responde lacónico. 

-¡Es que tienes una cara! 

-Es la única que tengo.

-¡ Yo no he hecho nada para que estés así! -alega confundido.

Generoso hace una mueca con los labios y de mala gana responde.

-Tú no eres el problema.

-Algo tiene que pasarte 

-Felipito insiste.

El enterrador se rasca la nuca. Mira en dirección a una sección del muro que rodea el camposanto y eludiendo la presencia del ayudante comenta.

-Son las campanillas de pascuas. No es normal que sus bejucos trepen y se enreden en la tapia del cementerio.

-¿Eso es lo que te preocupa? ¿Te preocupan las campanillas…? -Felipito reitera la pregunta.

-Sí, me preocupan -admite sombrío.

-Estamos en diciembre. Las campanillas de pascuas nacen en esta época. Las sabanas de Antón Díaz están llenas de campanillas blancas. Son flores silvestres -argumenta sintiéndose un poco necio-. Pero… -vacila- No te entiendo…

El enterrador se quita el sombrero de yarey. Vuelve a rascarse la nuca y habla con acento lóbrego.

-No siempre nacen en el cementerio. A veces demoran años en aparecer, pero cuando lo hacen traen desgracias -repite agorero.

-¿Qué clase de desgracia?

-Por ahí anda otra revolución…

-¡Qué nos importa a nosotros! 

-Felipito exclama displicente.

-Tanto como importarnos… -el enterrador se encoge de hombros y no completa la idea.

-¿Estás metido en algo…? ¿Tienes que ver con los alzados…? -el ayudante se altera.

Generoso ríe y responde.

-Estoy muy viejo para creer en héroes y finales de episodios radiales. He vivido bastante y sé que en este país las revoluciones nacen y mueren en los cementerios. La gente sufre y nosotros, los enterradores, tenemos que trabajar muchas horas de noche. ¡Y cuidadito con abrir la boca cuando sale el sol! A ti te ha tocado algo de eso -le recuerda.

-Sí, pero no he visto campanillas de pascuas.

-Porque no ha sido en navidades.

-Muerto por muerto todos son iguales -Felipito razona.

-En navidad las muertes son más aparatosas y los vivos quedan marcados de por vida. No olvido los tiempos de la reconcentración.

-¡Mira que eres viejo! Eso lo aprendí en una clase de historia poco antes de dejar la escuela.

-Soy viejo, pero no tanto. Lo que pasa es que en el cementerio el tiempo es distinto. Desde muy niño empecé a abrir huecos. Hace tanto y tan poco que a veces me confundo con los sueños.

-¿La reconcentración fue en una navidad? -Felipito precisa.

-Tomó meses. Pero me recuerdo de un veinticuatro y un veinticinco de diciembre en que las carretas tiradas por yuntas de bueyes no daban abasto para traer muertos. Fue la primera vez que vi camiones rusos de volteo. Con ellos sí que se ahorraba tiempo. Se abría una zanja larga y honda. Los camiones se arrimaban en marcha atrás; levantaban la cama y ¡cataplum! Los muertos caían como plátanos maduros de un racimo. Después los acomodábamos y tapábamos con cal y tierra. El cementerio, que por entonces no era tan grande, reventaba de campanillas de pascuas.

-¿Y cuántos enterradores había?

-Igual que ahora. Un enterrador y un ayudante, que era yo.

-¿Ustedes solos hacían todo el trabajo?

-¡Qué va! -Generoso aclara-. Las autoridades mandaban voluntarios de uniformes rayados y milicianos con boinas verdes y camisas azules. Mayormente nosotros dirigíamos.

-¿De qué se moría tanta gente?

-De hambre y de bala, pero sobre todo de desesperación. La desesperación es lo peor. Lo mismo mata que se deja matar.

***

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