El entierro del enterrador

Written by Libre Online

27 de febrero de 2024

Capítulo VII

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

La primera paletada de tierra se desgrana encima del ataúd y macula con ruido seco el crucifijo brillante, hecho de latón, que adorna el centro de la tapa.

Felipito, sin elevar la vista, por segunda vez, carga la pala en el montón de tierra blanda. A sus oídos llegan los lamentos de Candelaria, pero finge desatenderse.

En algún momento, Candelaria grita con toda la fuerza magra de sus pulmones. Con bríos inusitados se libera de los brazos de Juana y Liduvina que, sorprendidas, ven cómo la anciana corre, salva la distancia que la separa de la fosa y choca con Felipito que, dándole las espaldas a los congregados, alza la pala. El golpe inesperado logra que pierda el equilibrio y caiga, junto a Candelaria, sobre la pila de tierra negra.

—¡Si lo tapas no lo veré más! -clama e histérica golpea el cuerpo del hombre.

-¡Quítenmela de arriba…! 

-Felipito pide y trata de protegerse de la lluvia de puñetazos.

Tiburcio, Aquilino y otros asistentes al sepelio prácticamente cargan a Candelaria en peso y la separan de la fosa.

Juana y Liduvina le acarician el rostro y la cabeza, en tanto repiten las manidas frases de consuelo.

Felipito se incorpora y limpia su ropa de restos de tierra. Después se lleva las manos a los ojos y lanza una interjección.

-¡Puñeta! ¡Me jodio un ojo!

Aquilino se acerca e inquiere.

-¿Qué te pasó…?

-En el forcejeo Candelaria me metió un dedo en un ojo y creo que me arañó la parte blanca.

-Déjame ver… -Felipito le muestra el ojo izquierdo. Aquilino lo observa detenidamente y diagnostica-. Te lastimó el globo del ojo. No es nada del otro mundo, pero se está poniendo rojo.

-¡Y cómo arde! -se queja impaciente.

-Es que adentro te ha caído sudor.

-Búscame un poco de agua para enjuagarlo.

Aquilino encara a los asistentes y solicita.

-Que alguien consiga un poco de agua clara para que Felipito se limpie los ojos.

El dependiente de la tienda de don Pío Otero se adelanta con un jarro de peltre desconchado y dice.

-Es agua de pozo.

Felipito agarra el recipiente. Ofrece las gracias y con expresión infantil busca el rostro de Aquilino.

-Que falta me hace un trago. Para mí éste no es un entierro cualquiera.

-Tengo una caneca de bolsillo con un poco de ron. ¿Quieres…?

-No es decente tomar delante de todo el mundo -Felipito reflexiona.

-Apártate con el pretexto que vas a enjuagarte los ojos. -¡Esa sí es buena! -se anima.

Seguido de Aquilino se refugia detrás de un panteón aledaño. Le da el jarro al amigo e inclina el torso. Une las palmas de las manos y Aquilino, despacio, derrama el agua en la concavidad que forma la unión de las extremidades. Felipito se moja los ojos y el rostro. Resopla fuerte y con un pañuelo estrujado seca el agua que le chorrea de la frente y las mejillas. Se pega más al panteón y encorvando el cuerpo exige.

-¡Rápido!; dame la caneca.

Aquilino lo complace y bebe goloso.

-¡No seas hartón!. Déjame un poco -Aquilino protesta.

Felipito emite un suspiro de complacencia. Devuelve el recipiente y anuncia.

-Ahora sí voy a terminar con Generoso.

-¿Ya no te arde el ojo? 

-Aquilino se interesa.

-Menos, aunque estoy viendo un poco nublado.

-¿Te ayudo a taparlo?

-Te lo agradezco, pero no. Tiburcio también quiso darme una mano. A Generoso lo entierro yo solo -se aferra a la determinación.

-Como prefieras -Aquilino dice y guarda en el bolsillo trasero del pantalón la caneca de licor.

Felipito con menos comezón en el ojo y en pleno disfruta del trago de bebida, se planta junto a la fosa. Recoge la pala y con ímpetu la llena de tierra. Un torbellino de brisa inopinada le agita el cabello con la reminiscencia de un lejano atardecer de diciembre.

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