Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
-¡Yo cazo mucho! Tengo una jaula de güin, con cuatro trampas de remolinos que es un fenómeno. Me voy para la sabana de Antón Díaz y en un ratico la jaula se llena de pajaritos.
-¿A quién se los vendes?
-A los muchachos del barrio y a Yiyo Atienza. Cada vez que paso por el puesto que Yiyo tiene en la plaza del mercado gano dinero. El compra todos los tomeguines.
-¿A cómo los paga?
-Los tomeguines de la tierra a medio y los del pinar a real.
Generoso desaprueba con un ademán de cabeza.
-Para pasar el rato está bien -anota displicente y observa la marcha del sol-. ¡Carajo! -se altera- por estar hablando sanaquerías contigo había olvidado que tengo que abrir un hoyo para esta tarde. Agarra esos hierros y ven conmigo -dispone señalando para el pico y la pala cuyos mangos de madera se reclinan en la reja del panteón vecino.
-¿Qué hago con el cubo y el estropajo? -Felipito averigua.
-¿Terminaste de limpiar el panteón?
-Está completo. Hasta le saqué brillo a la tapa -dice orondo.
-Bota el agua sucia; deja el estropajo dentro del cubo y también tráelo contigo.
Generoso con agilidad juvenil se desplaza por entre los monumentos funerarios. Felipito con el pico y la pala encima del hombro derecho y el cubo pendiente de la mano izquierda lo sigue apurado y elude verjas, cruces y estatuas de ángeles y santos.
-Espérame detrás de aquel panteón de mármol blanco que voy a la casita de las herramientas por otra pala y otro pico. Dame el cubo para guardarlo -el sepulturero se vuelve a medias y toma el recipiente.
-Si quieres empiezo a abrir el hoyo.
-¡Dije que me esperaras! -remacha irascible y se aleja.
Felipito se coloca en el sitio indicado. Deposita el pico y la pala sobre la tierra y mientras aguarda se distrae, siguiendo con la vista el planeo de una bandada de auras. El cielo se tachona de nubes que crecen con presagio de lluvia.
-¿Qué, también te gusta cazar auras? -Generoso, a espaldas de Felipito, comenta burlón.
-Las auras pueden estar rato y rato volando sin mover las alas -responde admirado.
-Deja las auras y recoge el pico y la pala que hay que meterle mano al hueco -Generoso se aparta del panteón de mármol blanco y en sentido lineal recorre varios metros-. Aquí mismito es.
-¿Arranco…? -Felipito se adelanta.
-Mejor te quitas la camisa y escupes las manos para que el mango del pico no se resbale.
El muchacho sin chistar obedece y con la herramienta hiende la tierra. Frente a él, guardando cierta distancia, Generoso trabaja. Pronto, los dos sudan y resoplan.
-Tú siempre haces los hoyos de un día para otro -Felipito señala-. ¿Por qué con éste no?
Generoso sonríe. Levanta el pico y lo deja caer con fuerza. Una masa de tierra compacta, coronada de hierba, salta y desguarnece a una escurridiza, rosácea y blanda lombriz.
-Estas personas son de una religión protestante. Ellos quieren que la fosa sea acabada de abrir. Es más, nosotros no vamos a terminarla.
-Entonces, ¿qué estamos haciendo? -Felipito muestra sorpresa.
-Dejarla casi lista. Cuando el entierro llegue los hombres de la familia y amistades la terminan. Y, lo que es todavía mejor, también la tapan. Felipito ase la pala y despeja la excavación.
—Gente extraña -comenta entre una y otra paletada de tierra.
-Dice el cura Conyedo que no creen en la Virgen María. Y que fue un americano rubio, que casi no hablaba en cubano quien les comió el cerebro con esas ideas del diablo. Pero lo que es a mí no me importa. Ellos hacen parte del trabajo; no se meten conmigo y dejan buenas propinas.
-Si dan propinas es que tienen dinero -Felipito discurre.
-¡Los hay hasta con títulos! Médicos, veterinarios, agrimensores, contadores… -Generoso enumera.
-En este pueblo las familias que están un poco cómodas tienen panteón propio -el muchacho prosigue.
-Plantar el ñampio en tierra es cosa de la religión de ellos. ¡Y como cantan después que el hueco se tapa!
-¿Ponen flores…? -Felipito sigue.
-Muy pocas y blancas.
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