Capítulo IV
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
Manos amigas cargan el ataúd que guarda los restos de Generoso. Siguiendo las indicaciones de Felipito lo colocan en el fondo de la fosa.
-¡No me lo quiten…! -Candelaria grita y se desmaya en brazos de Juana y Aquilino.
Con orgullo profesional, Felipito valora la calidad de la tumba. La hizo él solo y no aceptó el auxilio de los chiquillos del barrio ni empleó la excavadora mecánica. Era el último homenaje al compañero desaparecido.
La cavó, a pico y pala, junto al panteón de mármol blanco donde apenas había espacio, pero a Generoso siempre le gustó el sitio. Allí, la mayoría de las veces, ¡solían tomar ron o aguardiente después de un gran entierro, cuando los dolientes dejaban propinas jugosas.
Generoso, en todo momento, se sintió incómodo con la parte nueva del cementerio. Sin embargo, adoraba los grandes y apiñados panteones y las olvidadas tumbas llenas de hierbas y flores silvestres que proliferan en el sector viejo.
Durante años e invariablemente, luego de haber compartido tragos. Generoso le decía al ayudante.
-Felipito, a mí me entierran aquí -y señalaba el lugar donde ahora la tierra se pierde en oscuridad.
Un regocijo disimulado aletea en Felipito y vuelve al tiempo de los recuerdos. Recuerdos en los que vivos y muertos conforman una sola entidad, ausente de cuestionamientos e inquietudes.
***
Los años pasan en el cementerio y la barriada con la lentitud y rapidez que dicta el calendario de los enterramientos.
Felipito de adolescente se transforma en un hombre joven y Generoso, un poco más viejo, le demuestra su afecto, casi paterno, con regaños constantes e injustificados: “Nunca aprenderás a usar el pico y la pala. Ese hueco es una reverenda mierda. Trabajas más despacio que una tortuga”.
Empero el enterrador, en ausencia de Felipito, siempre lo alaba por la seriedad y dedicación que muestra hacia el trabajo.
Por aquella fecha, Felipito se siente atraído por Eloína la hija de María Viña, la propietaria de la fonda. Eloina es unos años mayor que Felipito, pero su pelo claro, piel sonrosada y cuerpo esbelto le confieren un aspecto de sensualidad fresca que se acrecienta gracias a su falta de talento y sonrisa franca.
Felipito se fija y deslumbra con los pechos de Eloina desde que Generoso comienza a enviarlo, regularmente, a la fonda por las apetitosas frituras de bacalao, cajas de cigarrillos y café acabado de hacer.
Ella, vestida con sayas y blusas de telas baratas, estampadas en colores vivos y confección casera, sonríe la mayor parte del tiempo y muestra sus dientes blancos y perfectos.
Escudado en una u otra disculpa, Felipito se demora en la fonda más de lo debido. La frecuente tardanza del ayudante provoca, en múltiples ocasiones, la ira del enterrador: “Las frituras eran para el almuerzo, no para la comida. ¡Esto no se puede comer, está frío y zocato! Casi llegas a la hora de cerrar el cementerio”; lo recrimina con saña tenaz hasta que Felipito, un buen día, termina confesándole su pasión por Eloina.
Generoso suelta el mal humor en una carcajada intempestiva y olvidando el apetito acuciante comenta.
-¡Así que el muchachón está enamorao! ¡Y nada menos que de Eloina, la hija de María Viña! Eloina es mucha hembra para ti. También te lleva dos o tres años de edad, aunque con el cuerpazo que tienes luces mayor que ella. ¿Ya se lo dijiste?
Felipito enrojece y responde parco.
-No…
-¿A qué esperas…?
-Me da pena… cuando la veo no sé que decir.
-Si no hablas nunca se va a enterar. ¿Qué es lo más que te gusta de ella? -Generoso se anima.
-Las tetas -admite sin titubear.
Generoso acentúa una expresión retozona y opina.
-Nadie se enamora solamente de un par de tetas. Yo creo que lo que necesitas es una mujer. ¿Nunca te has acostado con una?
-No…
-¡Tú lo que tienes es un atraso del carajo! -el enterrador afirma-. Eres un hombre y necesitas disparar y engrasar el cañón de vez en cuando. Si quieres te llevo al bar «Iris». Allí trabaja una putica que le dicen Boca Chula y es experta en primerizos.
-La que me gusta es Eloina -se obstina.
-Mientras no le fajes no vas a saber si ella te corresponde.
-Cada vez que la tengo cerca me erizo y empiezo a sudar… es una cosa rara -murmura con voz entrecortada.
-¡Qué clase de pendejo resultó ser el hombre! -Generoso destaca burlón.
-¡No te rías de mí! -protesta.
-Me río de lo zonzo que eres.
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