El entierro del enterrador

Written by Libre Online

16 de mayo de 2023

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Periódicamente la oficina del administrador, en el área de tumbas pobres, revisa las fechas de los enterramientos en busca de fallecidos que hayan completado el tiempo requerido para la exhumación y posterior colocación de los huesos en nichos. Como segundo paso se notifica a los familiares, pero si éstos no se presentan a la hora y día señalado, o brindan, con antelación una excusa plausible; los restos son extraídos. Algunas veces la escuela de medicina de La Universidad Central los compra para que sus alumnos practiquen. De no ser así pasan al crematorio del departamento de limpieza de calles de la ciudad.

No faltan servidores públicos que, en contubernio con el administrador de turno, hacen pingües negocios con las tumbas de la gente pobre. En teoría, el municipio, por un pago módico, permite el usufructo temporal de la tierra y el posterior derecho al nicho. Sin embargo, en múltiples ocasiones no se informan las exhumaciones en su totalidad, cobrándose una y otra vez el uso de una misma parcela, sin que el nombre del exhumado y, lo que resulta en estos casos más importante, la recaudación engrose las arcas del municipio.

Un archivo secreto que obra en poder del grupo de estafadores registra con meticulosidad qué ha sido de cada despojo humano. Esta práctica entronizada en tiempos coloniales, tomando en cuenta la frase: «La paz de los sepulcros», es respetada por los dos partidos políticos que periódicamente ocupan la alcaldía. Un gobierno local sucede al otro y nuevos concejales toman las riendas del negocio. Por supuesto, ser administrador del camposanto está en dependencia del partido político en que se milite. Por años un liberal y un conservador se alternan en el cargo, pero esto no resulta estorbo para que mientras uno aguarda el triunfo electoral de los suyos, con el consabido regreso, le brinde su ayuda y experiencia al otro. En definitiva, el negocio de la muerte resulta próspero y enseña, entre rivales políticos, el difícil arte de la paciencia.

***

Después de pensarlo, Generoso contesta.

-En realidad no necesito a nadie de apuro. El Tuerto se fue a bolina, pero el administrador contrata, por horas, a gente del barrio para que me tiren una manito. Es mejor así. Por cabronadas del municipio, desde que hicieron el cementerio, en nóminas nada más tienen a un enterrador y a un auxiliar. Ya esto no es el pueblecito de antes. Ha crecido mucho. Cuando el Tuerto estaba tenía que reventarme trabajando y suplicar para que el administrador pagara ayuda extra. Ahora tiene que joderse conmigo si quiere que los entierros sean a la hora que Dios manda.

-¿Y si te botan? -Balbino duda.

-¡Qué va chico! Este puesto es inamovible desde la época del difunto alcalde Artiles. Además todo el mundo no sabe tratar con los muertos. ¡Algunos son…!

-¿Qué quieres decir? -Balbino sonríe incrédulo.

-Hay muertos muy jodedores -responde pensativo.

-¡Tú estás loco! Pero bueno -vuelve al tema que le interesa- ¿qué hay con lo del muchacho?

-¡Coño Balbino, como tú jorobas! Me junté con Candelaria, viejo y cuando ella ya no podía parir, para vivir tranquilo. No me gustan los muchachos.

-Felipito no parece un muchacho. ¡Tiene tremendo tronco de cuerpo! -Balbino pondera.

—Pero con cerebro de mentecato -Generoso añade.

-¡Tampoco es para que lo insultes! -Balbino se molesta.

-No quise decir eso -el otro se disculpa-. Pero es que de todas maneras quieres metérmelo por los ojos.

-Está en una edad muy peligrosa, y sin ir a la escuela ni trabajar puede darme dolores de cabeza. Tú y yo somos amigos y vecinos desde niños. Siempre hemos trabajado en el cementerio. Al final tú de sepulturero y yo vendiendo flores. ¡Pruébalo!; no le pagues -reitera-. Pero estoy seguro de que lo vas a coger -termina sonriente.

Generoso también sonríe. Los dos frisan los sesenta años de edad. Están arrugados y canosos, aunque sus cuerpos permanecen fuertes. Balbino es musculoso, rechoncho, de cara redonda y expresión risueña. Generoso tiene el rostro largo y adusto. Es alto, flaco y cuando camina encorva el torso. Sus manos son exageradamente grandes y estropeadas. Ambos visten ropa de labor y calzan botas rústicas.

-Ya casi son las doce del día -Balbino comenta, reconociendo su propia sombra.

-Almuerzo y sigo trabajando -Generoso dice parco.

-Mira -Balbino levanta la mano derecha y apunta al amigo -esta tarde, según tú, tienes mucho trabajo. No veo que hoy tengas ayuda. Deja que Felipito venga por un rato-. Generoso hace ademán de hablar, pero Balbino se adelanta-. Sin compromiso. Nada más que por esta tarde.

-¡Manda al puñetero muchacho! -accede dejando caer los brazos a lo largo del cuerpo.

-¡No te arrepentirás!

***

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