El entierro del enterrador

Written by Libre Online

15 de agosto de 2023

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Entonces Aquilino monopoliza la palabra y deslumbra a los anfitriones cuando menciona obras y autores, pertenecientes a la literatura universal. Julio Verne y Emilio Salgari son nombres que Candelaria y Generoso escuchan por vez primera. Las tramas de novelas como: «Cecilia Valdés» y «Cumbres Borrascosas», en labios de Aquilino se trasforman, en síntesis, acertadas que alientan el intelecto y los sueños de Candelaria que apesadumbrada confiesa: «No sé leer». Susanita se ofrece a instruirla en las primeras letras y leerle relatos cortos de escritores de moda. También Aquilino cuenta la leyenda de Lot y las estatuas de sal. Después, a lo largo de la conversación, Generoso desliza varias preguntas que sacian, en parte, su curiosidad sobre la joven pareja.

Aquilino, siempre conservando un halo de misterio, deja entrever que realizó estudios para clérigo en el seminario de Cabaiguán. Susanita, hija menor del director del colegio teológico, despierta en él un incontenible sentimiento de amor que pronto es correspondido. Una noche, ocultos en los jardines del seminario, son descubiertos mientras se prodigan besos y caricias. Expulsado en medio de un escándalo, trata de pedir la mano de la joven. Pero los dogmáticos padres se la niegan. Diabólico para muchos, menos para Susanita que le jura amor eterno, parte para la ciudad de Santa Clara, donde consigue trabajo, como fregador de botellas, en la alambiquería «Cuadrado». Al poco tiempo, gracias a sus conocimientos, logra la posición de químico general de la fábrica y regresa por Susanita.

Ella, recién cumplidos los dieciocho años, reclama su mayoría de edad frente al amor y al sexo y escapa con Aquilino.

A una duda de Generoso, Aquilino dice que tienen vivienda: «Compartimos un cuarto cercano a la licorería. Pero la tomé formalmente por esposa en el cementerio porque es un lugar sagrado. Dios y los muertos siempre se han llevado bien».

Candelaria, en cierto momento de la conversación, advierte.

-Caballeros, ya el puerco está escurrido. Mejor lo adobamos y nos vamos a dormir. En cuanto aclare hay que ponerlo a asar y eso se lleva mucho tiempo.

Los hombres echan el radio a un lado; descuelgan el cadáver del cerdo y lo tienden sobre la mesa en la que lo espolvorean con abundante sal. Candelaria, en tanto, machaca ajos y Susanita, en mitades, pica varias naranjas agrias. Las manos expertas del enterrador unen el zumo de la fruta y el aromático ajo para, con técnica culinaria, empapar el cuerpo del animal hasta llegar a los resquicios más ocultos.

-¡Ya está! -exclama satisfecho-. Con el adobo que tiene y con el que le untemos mañana, mientras lo asamos en puya, este puerco va a quedar buenísimo.

-Es tarde; mejor nos vamos -Aquilino dice, consultando la hora en su reloj de pulsera.

-¿Por qué no se quedan a dormir aquí? -Generoso propone-. La llovizna no para y el viento frío ¡está del carajo!

Aquilino y Susanita intercambian una mirada titubeante que Candelaria aprovecha para sumarse a la invitación.

-¡Sí!, ¡quédense! Le armamos una colombina aquí mismo, en el comedor. Una noche se pasa como quiera. Además, alguien tiene que cuidar al puerco; los gatos callejeros se pueden meter a la casa y comerse y sopetear la carnita mejor.

-¡Quédense! -Generoso repite, achispado por el ron.

-Queremos estar solos… -Aquilino contesta evasivo-. En realidad, ésta es nuestra primera noche de boda.

-¡Cállate, chico! -Susanita indica cohibida.

-Hoy en la mañana fue que llegamos de Cabaiguán. Cuando nos sorprendiste en el cementerio estábamos a mitad del acto sexual. Tu presencia no permitió la consumación total -le dice a Generoso—. ¡Que conste! -profiere con destellos moralistas -Susanita era señorita… Bueno, yo creo que todavía lo es un poco.

-¡Aquilino por Dios…! -la joven se acalora de vergüenza.

-¡Qué romántico! Como en las novelas del radio -Candelaria se deslumbra.

-¡Coño! Perdóname… yo no sabía… -Generoso intenta justificarse.

-No tengas pena. Cumplías con tu deber. Además, éramos unos desconocidos -Aquilino lo consuela.

-¡Quédense, quédense! -Candelaria persiste-. Generoso y yo les dejamos el cuarto y dormimos en la colombina.

-¡Me da bochorno…! -Susanita murmura.

-¡Que bochorno ni bochorno! Estamos en familia y encima de eso el agua está apretando -Generoso dice y con la mirada señala para el techo donde las gotas de lluvia ganan fuerza y repiquetean en las tejas.

-Ahora mismo voy a poner sábanas limpias en la cama -Candelaria decide y en su voz vibra la emoción de un deseo aletargado.

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