El entierro del enterrador

Written by Libre Online

8 de agosto de 2023

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Luego Generoso, con el concurso de Aquilino y Susanita, coloca el cuerpo del animal patas arriba y con meticulosidad, iniciando el corte en la garganta, lo abre en canal. Las entrañas quedan al descubierto.

– ¡Venga ese mondongo que ya tengo preparado el relleno de las morcillas! ¡Ah! y separen la gandinga para freiría y darles algo de comer. Bebiendo aguardiente y sin nada que picar, dentro de un rato están borrachos -Candelaria grita desde la cocina.

Generoso, en una palangana de cinc, acomoda las entrañas del cerdo. Con las manos y los antebrazos, salpicados de sangre, vuelve a servir dos vasos de aguardiente y le alcanza uno a Aquilino.

-¡Candelaria! -llama-. Ven a recoger el mondongo. La mujer sale de la cocina y parándose enjarras exige.

-Susanita y yo también queremos un trago de aguardiente. ¡Mire eso!; ya casi se han disparado la botella.

-Si no han tomado es porque no han querido. El litro no se ha movido de aquí -Generoso justifica.

Candelaria divide el escaso contenido de la botella en partes iguales y le tiende un vaso a Susanita.

-Se acabó y ya no tengo más -Aquilino interviene con expresión desconsolada.

-Candelaria guarda en el escaparate del cuarto una botella de ron «Paticruzao» -Generoso apunta socarronamente.

-¡No mi hijito! Esa botella es para cuando estemos asando el puerco. Si la saco ahora se la van a disparar en un dos por tres -se defiende airada.

-En cuanto aclare voy a la licorería y traigo varias botellas de ron, aguardiente y vino de fruta bomba -Aquilino promete.

-¡Ya ves mujer! Saca la dichosa botella que bebida no faltará mañana -el sepulturero dice conciliador.

-Bueno, si es así no hay problema -Candelaria cede y va por el licor.

Más tarde, los hombres valiéndose de una rondana, fijada en la viga central del techo del comedor y una soga de cáñamo, izan los restos del cerdo y lo lavan con agua fría. En la cocina, al mismo tiempo, Candelaria y Susanita, luego de limpiarlas, embuten las tripas con la mezcla de sangre cocinada con sal y especies. Acto seguido las ponen a hervir en un caldero rebosante de agua. En tanto Susanita vigila la cocción de las morcillas, Candelaria enjuaga y pica las visceras en porciones pequeñas que adoba con abundante sal, limón, ajo y cebollas. Una sartén, llena de manteca caliente, recibe los trozos de carne que se fríen con estrépito y olor apetitoso.

Candelaria, sosteniendo un plato lleno de carne humeante pasa al comedor y exclama.

-¡A matar el hambre que aquí está la gandinga frita!

Generoso y Aquilino desdeñan los tenedores que Candelaria les ofrece y directamente, con las puntas de los dedos, toman la carne del plato.

-¡Coño! qué rica sabe esta gandinga -Generoso elogia con la boca repleta de comida.

-¡Muy sabrosa! -Aquilino, sin dejar de mascar, atestigua.

-¡Caramba! casi son las ocho de la noche. «Tamakún» está al empezar y no quiero perderme el capítulo. ¡Anoche quedó buenísimo! -Candelaria comenta, mientras que escoba en mano baldea el piso del comedor.

-Trae el radio para acá que también me gusta oírlo -Generoso dice.

-Primero voy a terminar de limpiar el reguero que ustedes han dejado.

-Vaya por el radio, que yo acabo de sacar el agua del comedor -Aquilino se ofrece.

Candelaria regresa del dormitorio y coloca el radio encima de la mesa de comer. En un tomacorriente de pared, cercano, enchufa el cable del aparato y la electricidad fluye sonora. «¡Tamakún El Vengador Errante…!»; clama la voz profunda y segura del locutor que anuncia un nuevo capítulo de la serie.

Candelaria, instintiva, se lleva un dedo a los labios e impone silencio. Susanita emerge de la cocina con un segundo plato, rebosante de trozos de visceras fritas y lo sitúa junto al radio.

El grupo, en taburetes de madera y piel de chivo, toma asiento alrededor de la mesa.

En el transcurso del programa radial y después, hasta cerca de la medianoche, los amigos recientes se conocen mejor. En principio la charla la conduce Candelaria que pondera, con visos de realidad, los atributos del mítico «Príncipe Tamakún». Generoso discrepa y declara preferir los episodios de «Los Tres Villalobos» y «Leonardo Moneada». Susanita interviene y dice que mientras viva jamás olvidará la novela «El Derecho de Nacer».

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