El entierro del enterrador

Written by Libre Online

1 de agosto de 2023

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Generoso menea la cabeza con desagrado e inquiere.

-¿Sabes matar puercos?

-Sobre la vida y la muerte lo sé todo -responde con voz cargada de inflexiones proféticas.

-¡Carajo! Para matar a un puerco no hay que ser tan misterioso -exclama e intenta ceder el cuchillo.

-Con mi navaja me basta-Aquilino rechaza el ofrecimiento y se hace cargo del cerdo.

-¡Un momento! -Candelaria grita parada en la puerta de la cocina-. Quiero la sangre para hacer morcillas.

Aquilino que ya empuña la cuchilla se inmoviliza. Candelaria con un jarro de peltre desconchado en la mano, se apresura en llegar. Susanita se ocupa del quinqué y amparada por el umbral lo eleva y ofrece un poco más de luz.

Aquilino ladea la cabeza del cerdo, permitiendo que Candelaria coloque el recipiente bajo el pescuezo de la víctima.

Separa las patas delanteras del animal y apoya la punta de la navaja donde el resuello palpita. Entonces, con ojos fervientes contempla el firmamento nebuloso y profiere.

-Consagramos la sangre y carne de esta criatura a la gloria del Señor. Hacedor del cielo y de la tierra.

En el momento que Aquilino hunde el acero de la cuchilla en la parte baja de la garganta del cerdo, casi en medio de las patas delanteras, éste lanza un lamento desesperado que pierde vigor al escapar en borbotones de sangre y vida. Una serie de gruñidos sibilantes se aminoran en sacudidas agónicas que terminan al amparo de la muerte.

-¡Coño! ¡Qué clase de puñalá ¿Dónde aprendiste a matar puercos tan bien? -Generoso demuestra sorpresa.

-Cuando de sacrificios se trata el Señor guía mi mano -Aquilino responde con naturalidad.

Generoso se encoje de hombros e insatisfecho con la explicación comenta.

-Digas lo que digas, manejas muy bien la navaja.

-Alza la cabeza del puerco para que la sangre escurra bien -Candelaria tercia.

Aquilino toma el miembro desfallecido por las orejas y con sacudidas bruscas logra que un último espumarajo sanguinolento caiga en el jarro de peltre.

-Este animal no se puede pelar en el patio, pues la llovizna no para; el frío está apretando y la noche se nos viene encima -Generoso razona.

Candelaria, contenta con la cantidad de sangre obtenida, se incorpora y propone.

-Llévenlo para adentro y lo limpian encima de la mesa de comer.

-¡Tremenda cagazón vamos a formar! -Generoso destaca.

-No importa. Susanita y yo recogeremos los regueros -Candelaria afirma.

Ya las mujeres han despejado el comedor, cuando Generoso y Aquilino depositan el cuerpo del animal sobre las tablas de la mesa de comer.

El enterrador sirve sendos vasos de aguardiente y le alcanza uno a Aquilino.

-Vamos a tomar un guayabazo antes de empezar.

Efectúan un brindis mudo y beben con deleite.

Candelaria, de la hornilla de carbón retira el cubo donde el agua bulle y en chanza conmina a los hombres.

-¡Arriba! A pelar el puerco que aquí está el agua caliente.

-Échale por el lomo -Generoso le ordena.

La mujer, provista de una lata de chorizos vacía, toma un poco del hirviente líquido y despacio lo derrama encima del cuerpo inmóvil.

Generoso, armado de un cuchillo filoso y Aquilino de su navaja, empiezan a pelar al cerdo.

-Susanita, sigue tú echando el agua caliente que voy a preparar el adobo para hacer las morcillas y poner a hervir otro cubo de agua para limpiar las tripas -Candelaria dispone y regresa a la cocina donde aviva el fuego de la hornilla.

Escaldar el cerdo produce nubes de vapor y olor a chamusquina. Pronto, al paso del filo de los aceros el pelo de la víctima desaparece y en su lugar queda una piel fina y blancuzca que los nombres aclaran, frotándola con pedazos de ladrillos.

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