Capítulo II
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
Generoso por su condición de sepulturero y antiguo vecino del Barrio del Cementerio, posee una de las viviendas mejores. La suya pertenece a la categoría de las privilegiadas que se construyeron, tomando como parte de las paredes y soporte principal un pedazo de tapia del camposanto. El resto de la construcción es muy parecida a las demás que se asientan en el pedregoso terreno. Horcones retorcidos, paredes levantadas con tablas de diferentes tipos de madera. Techo combinado de tejas españolas y fibrocemento, piso de barro apisonado y divisiones interiores hechas con cartón de bagazo, proveniente de la caña de azúcar. Y como puertas y cortinas, entre las habitaciones, trozos de tela de yute, unidos por costuras, que anteriormente fueron sacos.
A medida que la crisis económica nacional se instituye como hambre presente y maná futuro, el Barrio del Cementerio desborda la zona elevada y pedregosa para dilatarse por la sabana cundida de espartillo que topa con los linderos de la planta eléctrica local. Los nuevos moradores son paupérrimos y la parte que ocupan es bautizada con el mote de Llega y Pon. Bajareques endebles con el olor enfermizo de la carestía que despiden los basureros, vencedores del espartillo, a diario cambian el paisaje y el sabor del viento.
Bandadas de auras que planean bajo y hurgan entre los desperdicios, disputan el espacio con famélicos animales domésticos y chiquillos desnudos o a medio vestir que retozan en la miseria y desoyen el vocerío constante de las madres.
Los hombres taciturnos de penurias y felinos por necesidad se reúnen, la mayor parte del tiempo, en esquinas caprichosas o a la sombra exterior de algún bajareque. Allí, juegan naipes, dominó y damas. También intercambian apuestas económicas, de poca monta, que tienen que ver con los deportes profesionales que ocupan la temporada. En ocasiones ingieren licor y el tono de las bromas y discusiones sube descompasadamente hasta generar, alguna que otra vez, riñas a puñetazos. Sin embargo, el motivo principal y tácito de las reuniones es aguardar por uno o más patrones providenciales que proporcionen, a los escogidos, algunas horas o días de trabajo remunerado.
En los crepúsculos todos regresan a sus viviendas. Y es entonces cuando los que no resultaron favorecidos en los juegos de azar o seleccionados para trabajar, descargan la frustración acumulada en el seno familiar. Disputan con los ancianos, los hijos y no pocos terminan golpeando a sus compañeras. Por consiguiente, improperios, llanto infantil y gritos de dolor femenino sacuden la noche, sin alumbrado público, de Llega y Pon.
Otros, los menos, más avispados e inescrupulosos, trafican con artículos robados o se dedican al proxenetismo. Sin excluir a un grupo de mujeres jóvenes, solteras y casadas, estas últimas con apoyo de sus laxos maridos, que fuera de los predios del barrio practican la prostitución callejera o en lupanares marginales.
No obstante, el robo, la traición y la delación están, por reglas de convivencia no escritas, terminantemente prohibido entre los vecinos de la barriada del cementerio y su parte más empobrecida, Llega y Pon.
Generoso Tacoronte, el sepulturero, por los contactos amistosos que mantiene con funcionarios electos, burócratas, autoridades policiacas y hombres de negocios, lleva años controlando la política social del barrio. Todos le piden ayuda y consejos. Y no pocos ladronzuelos logran el perdón policial o condenas carcelarias benignas, gracias a sus gestiones.
La divisa de Generoso respecto a la sanidad moral de su comunidad está tomada, previa reforma, de una máxima fatal que en épocas de la implacable dictadura pronunció el actual desaparecido Comandante en Jefe: «Fuera del barrio todo. Dentro del barrio nada».
En el área del cementerio y Llega y Pon las puertas de las viviendas, por lo regular, permanecen abiertas y los maleantes que allí moran resultan ser guardianes fieles de la paz interior. Éstos elementos realizan sus fechorías en otras partes de la ciudad.
Aunque Generoso es la figura más conspicua de la comunidad cementerial, también lo son el matrimonio formado por Balbino Dopico y Eufemia Corujo, padres de Felipito y pareja que por años ha controlado la venta de flores a la entrada del camposanto.
Asimismo, vendedores ambulantes y pequeños negocios aledaños cuyos propietarios, no necesariamente viven en la barriada, gozan del respeto y la consideración de los vecinos.
En las afueras del cementerio, a cada extremo del acceso pavimentado y de la verja principal, se destacan canteros con framboyanes umbrosos y bancos de granito, sin respaldares, que corren, guardando cierta distancia, a lo largo de la tapia frontal. En ocasiones, el follaje de los laureles interiores choca con el de los framboyanes y las raíces de ambos árboles luchan, en silencio tenaz, por dominar los cimientos del muro.
(Continuará la semana próxima)
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