Por Rafael Soto Paz (1954)
Ha escrito un historiador, que nunca ha sido tan grande Norteamérica como el día en que proclamó su Independencia. Este hecho memorable ocurrió el 4 de junio de 1776, cuando el Congreso Continental reunido en Filadelfia, votó esa importante resolución que declaraba:
—”Nosotros, los representantes de los EE.UU. de América reunidos en Congreso general y en nombre del Supremo Juez del Universo, que conoce la rectitud de nuestras intenciones, publicamos y declaramos solemnemente, que estas Colonias son y deben de ser con todo derecho Estados Libres e Independientes; que en adelante quedan libres de toda obediencia hacia la Corona de la Gran Bretaña y que queda roto todo lazo de unión con ella; que como Estados Libres e Independientes, poseen plena autoridad para declarar la guerra, hacer la paz, contraer afianzas y realizar todos los actos que todos los demás Estados independientes ejercitan”.
Otros párrafos famosos de este histórico documento son aquellos que dicen: «Nosotros mantenemos las siguientes verdades que son de por sí evidentes: que todos los hombres han sido creados iguales; que están dotados por el Creador con ciertos inalienables derechos; que entre estos derechos se hallan la vida, la libertad y la consecución de la felicidad. Que, para asegurar estos derechos, se han instituido gobiernos entre los hombres, derivando su justo poder del consentimiento de los gobernados». El Comité designado para preparar la Declaración de la Independencia de los EE.UU., lo integraban John Adams, Roger Sherman, Robert Livingston, Benjamín Franklin y Thomas Jefferson. Pero quien la redacta casi por entero, fue Jefferson, con ideas suministradas por el gran Thamos Paine. Carolina del Norte fue el primer Estado que autorizó a su delegado para votar por la Independencia. Virginia presentó la moción y Nueva York fue el último Estado en adherirse.
Se cuenta que el Presidente del Congreso, John Hancock, estampó su firma con letras bien grandes para que el Rey de Inglaterra, George III, viera la rúbrica sin necesidad de espejuelos. Cuando se hizo pública la citada Declaración de Independencia, el pueblo se entregó a delirantes manifestaciones de júbilo y en su entusiasmo frenético, la multitud
derribó una estatua de bronce de George III, que se levantaba en una plaza de New York, fundiendo con ella balas y cañones con destino al Ejército Libertador que al mando de Washington combatía a las tropas británicas.
Con su gesto viril, los patriotas norteamericanos marcaban una ruta de dignidad colectiva que no tardaría en imitarse en el resto del continente. El 4 de junio de 1776 pues, es la fecha de mayor significación que tiene el Nuevo Mundo. — (Dibujo de S. Night).
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