EL DÍA DE ACCIÓN DE GRACIAS

Por Rev. Martín N. Añorga

Probablemente a no mucha gente se le ocurra en “Thanksgiving” dar gracias a Dios por la calabaza con que se hace el pastel, la papa que acompaña al pavo o por el maíz que sirve de base para fabricar el pan. Sin embargo, esa fue precisamente la idea central del Día de Dar Gracias.

 Desde los más remotos tiempos los pueblos han ofrecido festivales de gratitud a sus dioses respectivos por el resultado feliz de las cosechas. En Egipto, Siria y Mesopotamia la primera recolección del trigo era ofrecida a “La Gran Madre”, o “Madre del Trigo”, ya que para ellos la fuerza de la tierra tenía connotación femenina. La tierra se germina y pare su fruto y era por tanto considerada como el vientre sagrado del que procedía el don de la vida. ¿No fue precisamente de la tierra que creó Dios al primer hombre según el relato bíblico del Génesis?

 Astarté era la diosa de “la madre tierra” para los antiguos semitas. Los frigios tenían a Semele, quien con el nombre de Demeter era adorada por los griegos como parte de los famosos misterios eleusianos. Ceres era la diosa romana del maíz y presidía los festivales de las cosechas en octubre. Su influencia llega hasta hoy, cuando llamamos cereales a los productos del maíz que consumimos cada mañana en nuestro desayuno. 

En nuestro continente, entre los aztecas de México las fiestas de la cosecha tenían cierto aspecto dramático, ya que en homenaje a la diosa del maíz cosechado sacrificaban a una doncella, con cuya sangre rociaban la tierra. Prácticas semejantes eran comunes en otras comunidades indígenas de América. En lo que es hoy la América del Norte los Cherokees celebraban sus cosechas con danzas que llamaban “el maíz verde” y todas las demás tribus realizaban parecidos festivales.

Los judíos del Antiguo Testamento celebraban dos festivales principales relacionados con las cosechas: Pentecostés, al finalizar la cosecha del trigo, y la de los Tabernáculos, llevada a cabo del 15 al 22 del séptimo mes Tisiri, o Etanim (octubre) para dar gracias a Dios por los frutos de la tierra.

Los peregrinos, que en 1621 celebraron el primer Día de Dar Gracias de la historia americana, eran excesivamente conservadores y frugales, y si pudieran saber hoy de los extremos a que han llegado los Días de Dar Gracias en nuestra era, de seguro que desde los cielos estarían rasgándose sus vestiduras de santidad.

Dos objetivos fundamentales hubo en la celebración del año 1621 en Plymouth, Massachusetts. Primero, el de dar gracias a Dios por su amparo y protección a lo largo de una travesía marítima erizada de peligros y por su cuidado para con todos durante un crudo y agresivo invierno. La otra razón fue la de reconocer la generosidad de Dios por las cosechas que suplieron las necesidades de sustento, no de forma desordenadamente abundante, pero sí con la provisión mínima e imprescindible para sobrevivir.

Desde todo punto de vista la primera cosecha de los peregrinos fue muy modesta, pero para ellos lo importante era que la misma significó la diferencia entre vivir o morir de hambre. Los veinte acres de maíz produjeron escasamente lo esencial, añadido el contratiempo de que las otras siete acres plantadas de trigo, cebada y guisantes fueron prácticamente un fracaso. Pudieron, sin embargo, reunir una suficiente ración alimenticia y decidieron celebrar un festival eminentemente religioso que se extendió por tres días. El pueblo, que consistía de siete casas privadas y cuatro edificios comunales, se engalanó para disfrutar de la primera experiencia de descanso tras tediosos meses de largas noches e intensos días portadores de un inclemente frío.

El capitán Myles Standish dirigió un desfile con el pequeño grupo de sus entusiasmados soldados, al que se sumó todo el pueblo, con la excepción del gobernador Bradford y el líder puritano William Brewster. El jefe de la tribu de los Wampanoag, llamado Massasoit, fue invitado y participó de la celebración con noventa de sus súbditos más aguerridos, quienes tomaron parte en varias competencias deportivas. Precisamente fueron los indígenas quienes proveyeron gran parte de los alimentos, ya que trajeron con ellos cinco venados que se sumaron a las viandas y a las pocas aves de que disponían los peregrinos.

¿Qué podemos aprender hoy, casi cuatro siglos después del primer “Thanksgiving” de nuestra historia? Hay lecciones permanentes que no debemos ignorar. En primer lugar, el Día de Dar Gracias fue un reconocimiento a Dios por su maravillosa providencia. Nosotros los hispanos hemos llegado a los Estados Unidos, al igual que los peregrinos de hace cuatro siglos, en procura de libertad, seguridad y paz. Dios nos ha pavimentado con Su amor el camino transitado. ¿Le hemos dado gracias por esa evidente realidad? El próximo jueves 28 tendremos oportunidad de hacerlo. Cuando esté reunida la familia alrededor de la tradicional mesa, reconozcamos el milagro providencial de Dios y agradezcámosle que estemos juntos, dejadas atrás horas de dolorosa separación y dramática incertidumbre.

Si nos fijamos en el primer “Thanksgiving” nos daremos cuenta de que aquella celebración estuvo caracterizada por la frugalidad. Los peregrinos no dieron gracias por lo que tenían de más, sino porque disponían de lo suficiente. Apartémonos de lo desmesurado o exorbitante. El “Día de Acción de Gracias” no es para que corra desbocado el vino ni para que se quiebren las mesas por el peso de alimentos que después son desechados. Es una fiesta del espíritu, y como tal debemos celebrarla.

Precisamente, la característica más sobresaliente del histórico “Thanksgiving” fue su estricto apego a lo espiritual. La ocasión es propicia para la alegría y la festividad; pero esencialmente se trata de una fecha del espíritu. Recomendamos a nuestros amigos lectores que en la mañana del jueves acudan a sus iglesias para participar de la experiencia de la gratitud compartida y de la alabanza colectiva a Dios, y que en la noche, al momento de la cena dispongan de un espacio para hablar de las bendiciones recibidas y se unan estrechamente en una sentida oración de gratitud.

Algo para meditar es el hecho de que el Día de Dar Gracias es la única fecha de nuestro calendario oficial que tiene definida connotación religiosa. Para los peregrinos la relación del pueblo con Dios era lo más natural. En aquellos tiempos a nadie se le hubiera ocurrido pensar que llegarían los días cuando el estado fuera aliado del secularismo materialista y abanderado de una sociedad sin Dios. Nosotros, quienes creemos en Dios y le amamos y le adoramos, tenemos que dar el ejemplo de un Día de Acción de Gracias pletórico de fe y de alabanzas.

Disfrute de “Thanksgiving”, pero nunca al costo de robárselo a Dios.

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