Por Álvaro J. Álvarez. Exclusivo para LIBRE
Un solo hombre hizo llorar y cantar a Cuba en el siglo XX, no fue un político, no fue un cirujano famoso fue, Félix B. Caignet.
El jueves primero de abril de 1948 cuando comenzó a radiarse El Derecho de Nacer por CMQ Radio, el presidente de Cuba era Ramón Grau San Martín y después de los 314 capítulos en abril de 1949, el primer mandatario era Carlos Prío Socarrás.
En esa década de los años 40, la radiodifusión cubana estaba dominada por dos personas: el guajiro de Ranchuelo, Amado Trinidad dueño de la RHC Cadena Azul y el también guajiro, pero de Santiago de Cuba, Goar Mestre de CMQ Radio.
Fue una verdadera lucha por la audiencia y a ese conflicto cubano se le conoce como la guerra del aire. Nuestro espectro radiofónico resultó el escenario principal, aunque también hubo alguna que otra escaramuza en periódicos y revistas de la época. ¿El objetivo? Desplazar al contrario de los primeros lugares de popularidad.
Quizás por aquello de que en el amor y la guerra todo vale, tanto el guajiro Trinidad como el clan Mestre utilizaron hasta lo inimaginable para salir airosos: robo de talentos, regalos, compra de radios de una sola frecuencia y cualquier otro recurso disponible, aun cuando quedara en el camino la propia calidad de los programas.
Ya en 1947, CMQ aventajaba ampliamente a RHC Cadena Azul, excepto entre el horario de 8:00 a 9:00 de la noche, donde Trinidad dominaba con su estelar programa “La Novela del Aire” con las figuras principales de María Valero y Ernesto Galindo.
Como Goar Mestre necesitaba destronar a la RHC Cadena Azul en ese horario nocturno, el “Derecho de Nacer” fue su golpe maestro, que se decidió con lágrimas y suspiros.
Originalmente Mestre dudó en aceptarla, entonces le pidió una opinión a la escritora Iris Dávila quien le pareció demasiado cursi, pero aun así la novela fue al aire en el horario estelar de la noche. Finalmente, con El Derecho de Nacer, la CMQ pudo superar a la entonces invicta “Novela del Aire” de la RHC, que paradójicamente había rechazado a Félix B. Caignet cuando este le presentó su idea antes que a su contrincante radial. Este error conduciría a la ruina a la Cadena Azul.
Hablemos ahora de su mundialmente famoso autor, Félix Benjamín Caignet Salomón, nació el 31 de marzo de 1892 en una plantación de café en Santa Rita de Burene, en San Luis, Oriente que era propiedad de su padre, de origen franco-haitiano, pero su madre cubana, mulatos todos.
Su padre se arruinó durante la Guerra de Independencia y al morir, su madre quedó con nueve hijos.
La pobreza obligó a la familia en 1899 a trasladarse a Santiago de Cuba. Creció en un ambiente familiar donde convivían muchos parientes.
Allí, Félix se expuso a los cuentacuentos ambulantes que hacían de las calles su hogar y se interesó por la escritura, primero con poemas sentimentales. A los 20 años se hizo periodista y comenzó a colaborar en la revista cultural Teatro Alegre.
Caignet estudió solo hasta cuarto de primaria y abandonó la escuela para ser útil en su casa. Llegó a convertirse en gran autodidacta. Se volvió un devorador de todos los libros que caían en sus manos, en particular los de Jacinto Benavente y de los hermanos Álvarez Quintero.
En muchas ocasiones contaba que los libros habían sido sus maestros, incluso libros técnicos, que después usó para documentar sus historias.
Contaba que una de las influencias que lo llevaron a ser escritor fue la institución cubana del cuentero, personas analfabetas que se ganaban la vida en los barrios como narradores orales, contándoles cuentos a los niños por
monedas. Ya en Santiago de Cuba, en 1914, debutó como ventrílocuo y en piezas de teatro infantil Las aventuras de Chilín, Bebita y el enanito Coliflor, en las que hacía las voces de los personajes y los efectos de sonidos.
Trabajó como mecanógrafo y como oficial de sala en el tribunal de Santiago de Cuba.
El periódico El Diario de Cuba lo contrató en 1918 y en dos años tuvo su propia columna de teatro, “Vida Teatral” con la firma de Salomón. Luego también colaboraba en revistas y periódicos como El Fígaro, Bohemia y El Sol bajo una serie de firmas. Muchos periodistas de la época se protegían de represalias, oficiales o no oficiales, mediante el uso de seudónimos. Caignet en varias ocasiones se firmó a sí mismo como Doña To Masa, Miss T. Riosa y Al Khan Ford, entre muchos otros. En 1925 publicó el cuento infantil “Las Aventuras de Chilín y Bebita en el País Azul”.
Escribió canciones infantiles, la más conocida fue “El Ratoncito Miguel” que fue utilizada como recaudador de fondos en la lucha contra el régimen del presidente Gerardo Machado. La canción se interpretó varias veces en el Teatro Rialto de Santiago de Cuba en 1932 hasta que fue prohibida, Caignet arrestado y encarcelado durante tres días. Finalmente fue liberado cuando sus seguidores, incluidos niños, se manifestaron frente al Cuartel Moncada.
Caignet viajó a La Habana por primera vez en 1920. El episodio cuenta con esta curiosa anécdota: Cuando el tenor italiano Enrico Caruso actuó en el Metropolitan Opera House, Caignet le escribió y le envió una pintura suya de un paisaje en acuarela. También le pidió que le enviara una caricatura de sí mismo, sabiendo que el tenor también era caricaturista. Caruso le envió el dibujo. Cuando visitó La Habana para actuar en el Teatro Nacional en 1920, Caignet le volvió a escribir diciéndole que lamentaba no oírlo cantar en persona, porque su situación económica no le permitía viajar desde Santiago de Cuba a la capital. Caruso lo invitó a asistir a sus 8 funciones y le transfirió 200 pesos para los gastos de viaje.
Pero la mayor parte de su legado alcanzó gran realce en las puestas radiales. Fue el creador de la radio-comedia infantil con el programa Buenas tardes muchachitos. Hizo salir a la luz en 1934, el primer serial dramático y policíaco de América Latina, con el espectáculo episódico La Serpiente Roja y su singular personaje de Chan Li Po. Además, dio vida por vez primera al narrador radial.
Félix B. Caignet llegó a La Habana en 1936 y después de algunos obstáculos logró que Radiodifusión O´Shea sometiera a Chan Li Po a la radio audiencia, con Mercedes Díaz y Carlos Badías como pareja protagónica, Marcelo Agudo, narrador y por supuesto Aníbal de Mar que interpretaba a Chan Li Po. La Serpiente Roja se mantuvo siete meses en el aire hasta que Caignet partió hacia Argentina a cumplir un contrato de la firma Ypana.
El 19 de julio de 1937, las salas habaneras Radiocine y Payret, estrenaron La Serpiente Roja, todo fue debut, vino y rosas. Un artista de teatro en carpas, Aníbal de Mar, ocupó la pantalla en un rol protagónico, junto a Pituka de Foronda y el galán de radio criollo, Carlos Badías.
La película fue producida por el Noticiario Royal News y Félix O’Shea con la dirección Ernesto Caparrós.
Esa vez, Caignet no manejaba los hilos y debió aceptar algunas imposiciones, entre ellas, la de Aníbal de Mar, con quien estaba en bronca no desentrañada.
Los libretos de La Serpiente Roja se vendieron a emisoras de Colombia (donde se llamó Yon Fu).
De regreso a Cuba, en 1938, puso en el aire nuevamente a Chan Li Po, esta vez por la COCO, patrocinado por la firma Sabatés SA. aunque utilizando a Oscar Luis López en el papel de Chan Li Po. Esta Serie se mantuvo hasta 1941. En el propio año se transmitió por RHC Cadena Azul, Aladino y la Lámpara Maravillosa, con la firma de Caignet.
Caignet es autor también de: El Precio de una Vida (1944); El Ladrón de Bagdad (1946); Peor que las Víboras (1946); Los Ángeles de la Calle (1948); Los que Deben Nacer (1953); Pobre Juventud (1957) y La Madre de Todos (1958), entre otras.
Escribió unas 200 comedias y más de 300 piezas musicales: sones, guarachas, boleros, música campesina e infantil nacidas de su desenfrenada inspiración. Las más famosas: Frutas del Caney, popularizada por el Trío Matamoros; Te odio, inmortalizada por Rita Montaner, además Carabalí, Montañas de Oriente, Quiero Besarte, Mentira, En Silencio y Sin Lágrimas, entre otras.
En su condición de autor, publicó más de un libro de poemas sobre temas afrocubanos. Elegancia y gracia no le fueron ajenas en esa faceta, al punto que el acuarelista de la poesía antillana Luis Carbonell, lo incluyó en su exigente repertorio.
La dirección de CMQ le propuso escribir una radionovela para competir, a la misma hora, esto es, a las ocho y treinta de la noche, con aquel espacio de la Cadena Azul. Le prometieron que le regalarían un automóvil si lograba hacer subir, aunque fuera un poco la puntuación de ese horario a favor de la CMQ. Por una parte, la promesa del automóvil, que nunca había tenido y, por otra, su prestigio de autor y todas esas vanidades lógicas, a más del sueldo que le pagarían, lo hicieron aceptar el reto.
Mestre le regaló el prometido convertible como premio y cinco años después la RHC Cadena Azul, la competencia de CMQ, se hundió en la bancarrota.
F.B. Caignet, además de sus grandes méritos, logró ser un genuino innovador de la Radio. Con él surgió para Cuba y toda América, el espectáculo radial de continuidad, el género detectivesco, el suspenso, el falso suspenso y el
narrador, que antes no se concebía y que constituyó un factor vital de una estructura novelística. Con el narrador se abrieron nuevas fuentes a la locución en dimensiones de mayor rigor estético.
Sin embargo, la producción que nos ocupa, a cargo de la agencia publicitaria Mestre&Cía., comenzó el jueves primero de abril de 1948 a trasmitirse en las noches, a partir de las 8:25 pm en el marco del segmento dramático Vidas Pasionales del programa Kresto en el Aire, justo antes de las noticias patrocinadas por General Motors.
Fue la primera gran novela que luego le daría la vuelta al mundo, no solo en la radio, sino en televisión, cine y novelas impresas en folletos.
El argumento del Derecho de Nacer narraba la historia de la familia del Junco, una de las más ricas de La Habana de principio del siglo XX que en la figura de don Rafael del Junco (José Goula), hizo lo imposible para tapar la deshonra de la primogénita, María Elena del Junco (Marta Casañas) que había quedado embarazada y abandonada por Alfredo Martínez (Carlos Paulín), un joven sin escrúpulos que al enterarse que ésta estaba en estado de gestación, le pidió que abortara, lo mismo que quiso hacer don Rafael y sin lograrlo la envió a su alejada finca. (Como una coincidencia, esa fue su historia, Caignet también había sido un bebé no deseado).
La joven deshonrada luchó por el derecho de nacer del ser que llevaba en sus entrañas, alejada de su madre doña Clemencia (Pilar Mata) y de su hermana Matilde (Nidia Sarol), pero recibiendo los cuidados de la nana, una señora de raza negra, María Dolores Limonta (Lupe Suárez) hasta que finalmente nació el niño, a quien el abuelo Rafael intentó eliminarlo mediante Bruno, el capataz de su finca. Mamá Dolores logró un acuerdo con Bruno y así logró salvar al bebé justo antes de que lo matara el capataz y huyó con el recién nacido a un pueblo lejano.
Bruno le dijo a su patrón que mató al niño y a su nana María Dolores para no dejar testigos, entonces la verdad quedó oculta por muchos años para la familia.
Cuando María Elena se dio cuenta de que su hijo no estaba, se enfrentó a su padre, luego sumida en una gran tristeza por su pérdida, decidió entrar en un convento y se convirtió en monja. Por su parte, su malvada hermana, Matilde, que siempre la había envidiado, se casó con Ricardo del Castillo (Piry Pérez) y tuvo una hija, Isabel Cristina (María Valero).
Pasaron los años, el pequeño Alberto Limonta (la nana le puso su apellido) creció y quería estudiar medicina, entonces se mudó con su Mamá Dolores a La Habana.
Un día, don Rafael del Junco fue ingresado en el mismo Hospital donde trabajaba Alberto (Carlos Badías). El anciano necesitó una transfusión de sangre, afortunadamente, Alberto tenía su mismo tipo de sangre, lo que le salvó la vida. Poco después, Alberto conoció a la familia de su paciente. Todos le estaban muy agradecidos por haber salvado al anciano, entre ellos Isabel Cristina, de la que se enamoró a primera vista (realmente era su prima hermana).
Una vez recuperado, don Rafael fue a pasear al mercado, donde vio a una anciana negra muy parecida a su antigua sirvienta, sin que ella se diera cuenta, la siguió hasta su casa. Al verse frente a frente, ambos se reconocen, pero don Rafael no podía creer que María Dolores estaba viva. Esta, furiosa, después de reprocharle por su intento de asesinato le reveló que Alberto era su nieto.
Don Rafael se marchó a su casa lleno de remordimientos y al llegar sufrió un derrame cerebral.
La familia llamó inmediatamente al Dr. Limonta para que lo atendiera. Luego de recuperarse, perdió el habla (realmente fue una habilidad del escritor Caignet porque José Goula había pedido un aumento de sueldo y Goar Mestre quiso botarlo y FBC se le ocurrió eso para ganar tiempo y lograr que Mestre aceptara el aumento, cosa que sucedió al fin). Afortunadamente, meses más tarde, don Rafael recuperó el habla y le confesó la verdad a su hija, Sor Elena. Finalmente, el Dr. Alberto e Isabel Cristina se casaron.
Tenemos que recordar que esta novela logró un impacto tal en la sociedad cubana de la época que prácticamente todos estaban pegados a la radio, el país se paralizaba a las 8:30 de la noche, de lunes a sábado, se aplazaron sesiones del Senado, se interrumpían las funciones de cine y se cambió el horario de oficios religiosos. Fueron los 20 minutos de cada noche más esperados.
Esta novela que dirigió Emilio Medrano alcanzó el extraordinario rating del 50.63%, inédito en la radio mundial hasta ese momento. Cuentan que en los cines se detenían las películas, para transmitir el audio de la radionovela y las calles se quedaban desiertas a esa hora.
La española María Valero realizaba nada menos que tres audiciones diarias, en los espacios de las tardes: La Novela Blanca y Un Grito en la Noche (donde María interpretaba a Rosario, la española protagonista del serial que la firma Crusellas y Compañía patrocinaba bajo el título de “El folletín Hiel de Vaca”. Esa tarde en su capítulo final, Rosario perdió a su amado en un accidente automovilístico).
Su tercera actuación diaria fue el nocturno: El Derecho de Nacer.
Muy pocas podían por aquellas fechas equipararse en popularidad con la madrileña, que era la actriz mejor pagada de la radio en aquellos momentos ($600 mensuales) y ganadora por cuatro años consecutivos de los premios otorgados por los cronistas de la época, hecho que le valió su designación como Gran Dama de la Radio de Cuba.
Reconstruyamos ahora aquel fatídico jueves 25 de noviembre de 1948 luego de terminar su papel de Isabel Cristina en el capítulo 199, que ella nunca supo sería su último. Cruzó la calle hacia una cafetería muy frecuentada por los artistas y allí entre colegas renació el tema de ver el Cometa (se trataba del “Gran Cometa Eclipse”, descubierto el 1 de noviembre de 1948 por una expedición científica enviada a Nairobi, Kenya, para estudiar un eclipse de sol).
De allí se fue al Night Club “Colonial”, en la calle de Oficios, próximo a la Avenida del Puerto donde se le unieron sus amigos, Avelino Rangel y Emilia Aragón, que formaban la pareja de baile, Emilita y De Flores.
Entre los tres pasaron un rato divertido hasta la madrugada. Se dispusieron entonces a cruzar la Avenida para llegar al Muro del Malecón desde donde la visibilidad del cometa era mejor y poder unirse al grupo integrado por Eduardo Egea, Carmen Álvarez, María “Minín” Bujones, Orlando García Noriega, Augusto Borges, Ana Sáenz y Myriam Acevedo.
Avelino Rangel tomó del brazo a su esposa Emilia y a María. Eran las 4:30 de la madrugada y la ciudad solo estaba iluminada por los anuncios de neón y los faros de los automóviles. La tragedia sucedió en un instante, al aparecer a escasos 50 metros, un vehículo zigzagueando a alta velocidad. El bailarín creyó prudente detenerse en la raya que marca el centro de la vía, pero el auto enfiló hacia ellos, quienes llegaron a pensar que se trataba de un bromista que los había reconocido. María, cuyo vestido se enredó en la defensa del auto, fue arrastrada y triturada por las ruedas. Metros más allá se detuvo el vehículo y su conductor bajó tambaleándose, totalmente borracho. Obligado por la policía que acababa de llegar, el chofer retomó el timón y condujo a María, ya sin vida, a la Casa de Socorros de la calle Corrales. Había muerto instantáneamente. Los dos acompañantes estaban prácticamente ilesos.
Según otra versión: “Ella llevaba anudada al cuello una larga bufanda que iba flotando en el aire. Cuando atravesaban la calle, pasó un auto por detrás, la bufanda se enredó en las ruedas y María cayó al suelo, golpeándose la cabeza contra el pavimento, lo cual le ocasionó la muerte inmediata”.
María Valero había nacido en Madrid en 1912 hija de Ricardo Valero (cubano por nacimiento) y de Ana Sisteré. Su bisabuelo paterno José Valero era primer actor y el 9 de abril de 1858 tuvo a cargo el papel protagónico de la obra Baltasar, de la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, cuando se estrenó en el teatro Novedades de Madrid, puesta en escena que
transcurrió con la presencia de la autora cubana y de los Reyes de España.
Fue enfermera del bando republicano durante la Guerra Civil, luego huyó como refugiada a Francia y desde allí se embarcó en el buque francés Flandre (el mismo barco que llegó el 28 de mayo de 1939 a La Habana junto con el Saint Louis) llegando a La Habana en febrero de 1939 y confundida con los internacionalistas cubanos.
En 1932 ya había estado en la ciudad junto con su esposo un cirujano de quien ya se había divorciado. Tenía entonces 27 años y fue recibida por su tía, la conocida y muy recordada actriz Pilar Bermúdez.
Su velorio se efectuó ese mismo viernes 26 en la Funeraria Caballero de 23 y M. Esa noche no se radió el capítulo 200 de El Derecho de Nacer, la CMQ trasladó a la funeraria los micrófonos y allí Enrique Núñez Rodríguez, escribió de prisa los textos con que los actores rendirían homenaje a la actriz desaparecida.
Los trabajadores de CMQ le rindieron homenaje realizándole guardia de honor e invitaron a los homólogos de la RHC, Cadena Azul, aunque el director, Amado Trinidad Velazco se negó que ellos participaran, su amigo Ernesto Galindo, con quien trabajó cuatro años en La Novela del Aire, desoyendo las palabras de Trinidad, fue y estuvo acompañándola hasta la última morada.
Alrededor de 15,000 personas aguardaban la llegada del cadáver al Cementerio de Colón. Germán Pinelli hizo la despedida del duelo ante una tumba colmada por una montaña de flores que inundaban de fragancias el recinto. Solo el sepelio de Rita Montaner, diez años después, fue tan sentido como aquel.
Para poder continuar la novela, el papel de Isabel Cristina le fue dado a María “Minín” Bujones.
Otras muertes conmocionaron a la nación en 1948: Jesús Menéndez, Aracelio Iglesias y Sabino Pupo. Pero, además, para el mundo del espectáculo se trató también de un año fatídico, marcado por la muerte de la actriz española María Valero, quien nos ocupa y del más grande percusionista cubano, Chano Pozo, asesinado en Harlem.
Una anécdota muy original fue el silencio de don Rafael. El actor español José Goula exigió un aumento de sueldo y Goar Mestre uno de los dueños del Circuito CMQ quiso despedirlo y por supuesto eliminar a su personaje. Fue aquí donde el ingenio de Caignet se lució como nunca. En lugar de eliminarlo, lo dejó mudo el 23 de noviembre, en el capítulo 197, don Rafael hacía algunos sonidos, sin necesidad de que el actor pusiera un pie en los estudios de grabación. Pero el personaje era portador de un gran secreto y los radioyentes se desesperaban preguntándose cuándo hablaría don Rafael. Gracias a Caignet, el actor pudo conseguir su aumento y así el 24 de febrero de 1949 cuando se radió el capítulo 272 fue cuando don Rafael pudo finalmente hablar y de esa tan notable espera quedaron para la posteridad una guaracha y una frase alegórica.
Con dirección de Emilio Medrano y narración de Luis López Puente, también participaron famosos actores de la época como: Enrique Santisteban, Idalberto Delgado (los caballeros criollos protectores de Albertico), Alejandro Lugo (como el mulato Anselmo), Ángel Espesante y Asunción del Peso (los padres de Amelita, la primera novia de Limonta), Nenita Viera (como Rosario Orozco), Margarita Prieto (como Amelita Montero), Xiomara Fernández (como Graciela del Busto y también era quien cantaba “En Silencio”, (el bolero tema de la
novela), María Brenes (la condesa del Monte), Emilio del Mármol (como Ramón, fiel criado de Alfredo), Pedro Segarra (el padre de Graciela), Mercy Lara (la mulatica Engracia), Magali Boix, Lilia Lazo y Miguel Ángel Herrera (como Octavio el chofer de don Rafael), y Orlando Rodríguez. Delfín Fernández y Carlos Sosa estuvieron como técnicos de efectos y sonidos.
Como productor Jorge Vaillant, perteneciente al departamento de radio de la agencia de publicidad Mestre y Compañía, y Fernando Núñez de Villavicencio como el locutor oficial.
También en los créditos estaban: Omar Vaillant, administrador del Dpto. de programas del circuito CMQ, a quien se debió la entrada de Caignet al staff de autores de la emisora; Manolo Cores, supervisor de trasmisiones y Glauco Vaillant, jefe de ventas y propaganda del patrocinador, la Beslov Products S.A
F.B. Caignet escribía diariamente los libretos de cada capítulo de los 314 radiados, mientras seguía con su talento de cronista el pulso de las emociones, los sentimientos y las ansias de la audiencia tras cada entrega. En muchas ocasiones salió a la calle para buscar las ideas para el próximo libreto. Hablando y oyendo lo que decían la personas le sirvió de mucho.
Muchas veces, el capítulo llegaba a la emisora en la tarde y los propios actores conocían lo que sucedería con sus personajes apenas unas horas antes que el público.
Caignet llamaba a la radionovela “espectáculos para ser vistos con el oído” y en un rapto de sinceridad que otros tachan de desfachatez declaró que él era “un escritor para lavanderas”.
Un escritor cubano que lo conoció muy bien escribió sobre Caignet lo siguiente: “era un personaje extravagante, simpático, que combinaba sus prendas de vestir de manera muy avanzada para la época, corbata violeta, medias amarillas, saco y pantalón en colores contrapuestos, siempre acicalado y esmerado en su apariencia”.
Caignet recibió críticas a lo largo de su carrera y por su recurrencia al melodrama se le llamó ridículo y cursi, asunto al que respondía con una aseveración: “había llegado a dónde quería, al corazón de las masas y atribuía el rotundo éxito de sus obras a una causa básica, la gente quiere llorar y yo le doy el motivo”.
Caignet, era apodado con los sobrenombres de “el rey de las lágrimas”, “el más humano de los autores” y “el padre del melodrama”.
Como el Rey Midas, trocaba en oro lo que nacía de sus manos, fue aclamado, enaltecido, adorado, galardonado, retribuido con creces, aunque también vilipendiado, como todo el que alcanza la celebridad. El continente se rindió a sus pies, primero a través de la radio, luego el cine y la televisión. No le faltaron las riquezas ni los seguidores.
Con la llegada de la Revolución, sus salidas se volvieron esporádicas. A principios de la década de 1960 vivió en Miami varios años, pero después prefirió regresar a Cuba.
Enfermo, Caignet viajó a operarse en EE.UU., donde le propusieron quedarse, con todas las posibilidades económicas. Aunque ya era rico, incluso había fundado en México una compañía llamada Cuba-Mex, declinó la invitación y exclamó: “No me voy de Cuba, porque el día que me levante y no vea las palmas, me muero”. (Yo creo que nunca le hablaron de las 2,000 palmas reales a ambos lados del McGregor Boulevard, la concurrida vía que conduce al Sur desde el centro de la ciudad de Fort Myers. Las primeras 200 palmeras traídas de Cuba fue uno de los regalos de Thomas A. Edison a la ciudad).
Ni siquiera salió a reclamar las abultadas regalías que tenía depositadas en bancos extranjeros. Nunca se casó ni tuvo hijos y nunca temió pagar su precio, sus últimos años fueron un anticipo de lo que vendría, fue alejándose de la vida pública, de las emisiones radiales y las portadas de las revistas, destinadas ya por entonces a otros temas y otros protagonistas.
Pero la fama se la dio la novela radial, sobre todo El Derecho de Nacer, traducida al inglés, francés, portugués y hasta el chino.
Calló definitivamente en su casa en Guanabo, el 25 de mayo de 1976, a los 84 años y muchos lo lloraron.
Germán Pinelli y Raúl Selis despidieron el duelo y las hermanas Martí cantaron a capella “Te Odio” y luego “Sin Lágrimas”, en el Cementerio de Colón.
Luego sus restos fueron trasladados a Santiago de Cuba en 1992 para honrar su deseo: “Descansar junto a sus padres, frente a las lomas del Caney.”
El genial costumbrista Carlos Robreño escribió en El Mundo el martes 31 de julio de 1956 lo siguiente: “La ocupación del Canal de Suez por el gobierno, que preside el Premier Nasser, continúa ocupando la atención mundial mientras unos opinan que Inglaterra no tolerará semejante actitud, otros se inclinan a creer que cederá, pensando que el Primer Ministro está en su derecho. Todo esto último, desde luego, no es nuevo. “El Derecho de Naser” hace tiempo que lo convirtió en novela radial el escritor Félix B. Caignet.
Luego de aquella primera transmisión de 1948 a 1949 en Cuba, vendrían otras, muchas otras. En México, Perú, Venezuela, Brasil, Puerto Rico y Ecuador. En radio, televisión y cine, en una década, en la siguiente y en la siguiente. En total se cuentan 18 versiones.
Sin lugar a duda, El Derecho de Nacer y La Tremenda Corte son los dos programas de radio cubanos más escuchados en Latinoamérica.
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