Nace una nueva nacionalidad. — Las fiestas de Independencia en Filadelfia. —Como eran los Estados Unidos en 1789. Organización del nuevo Gobierno. — New York, Capital de la República. — Como era George Washington.
Por ROGELIO A. PUJOL (1954)
Se cumplen hoy 247 años de aquel 4 de julio de 1776 en que el Segundo Congreso Continental proclamó la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América. Ese acuerdo señalaba la determinación de un pueblo en su aspiración de independencia política que habría de lograr, como se alcanzan esas situaciones, con las armas en la mano y tras cruentos sacrificios, en una guerra que terminó en 1787 con la rendición de las tropas que comandaba el general británico Cornwallis, en Yorktown, Virginia.
Fue héroe máximo de aquella jornada heroica, George Washington, quien mandaba las tropas libertadoras.
No pretendemos en estas líneas tratar lo que se trata cada año en la fecha en que conmemoramos el surgimiento del primer estado soberano en la historia del mundo, estado que se forjaba a base de un plan, en vez de por el lento crecimiento y, el primero en cimentar su vida nacional, libre y decididamente, en un ideal de democracia. Aspiramos a recordar, en breves párrafos, lo que eran los Estados Unidos al entrar en el concierto de naciones libres, de los inicios sencillos, desde donde partieron para llegar a lo que actualmente representan en el mundo.
LAS FIESTAS DE
INDEPENDENCIA EN
FILADELFIA
Era el 4 de julio de 1788 y la ciudad de Filadelfia se dispuso a celebrar con un gran desfile la nueva forma de gobierno. Una carroza representaba alegóricamente el naufragio de un lanchón llamado Confederación, que simbolizaba al débil gobierno establecido por los artículos de la Confederación e iba mandado por el “Capitán Imbecilidad”; otra representaba una fuerte nave llamada “Constitución”, pronta a salir al mar abierto. Y, en efecto, lo estaba.
Se hacían los preparativos necesarios para, elegir al Presidente y al Congreso, y para que el nuevo gobierno entrase en funciones en la primavera de 1789. En todas las bocas estaba un solo nombre como el del nuevo jefe del Estado y, George Washington fue elegido Presidente por unanimidad.
CÓMO ERAN LOS
ESTADOS UNIDOS
EN 1789
Pero tendríamos que trasladarnos, con los ojos del recuerdo histórico, a los Estados Unidos de 1789. Era una república vigorosa la que entonces estaba pronta a iniciar su carrera. Un censo levantado al siguiente año de la elección de Washington demostró que había cerca de cuatro millones de habitantes, de los cuales eran blancos tres y medio. El resto estaba formado por negros traídos de África. Aquella población era rural en casi su totalidad. Sólo había cinco ciudades que mereciesen ese nombre: Filadelfia, con 42,000 habitantes; New York, con 33,000: Boston con 18,000; Charleston, con 16,000, y Baltimore con 13,000.
La inmensa población vivía en granjas, plantaciones y pequeñas aldeas. Las comunicaciones eran malas y lentas, porque los caminos estaban descuidados, las diligencias o vehículos de transporte eran incómodos y los barcos de vela inseguros. Pero pronto comenzaron a constituirse compañías constructoras de caminos y no tardó en comenzar a funcionar una carretera, inteligentemente construida, entre Filadelfia y Lancaster. Al mismo tiempo se comenzaron a abrir canales.
La mayor parte de la gente llevaba una vida relativamente aislada, las escuelas eran malas, los libros eran pocos y los periódicos muy raros. Norteamérica producía a los viajeros europeos una impresión de rusticidad, de incomodidad, de rudeza de costumbres y escasa cultura, al lado de un espíritu de independencia, de bienestar material y de una confianza ilimitada en sus destinos. Pero lo mismo cultural que materialmente, la situación iba mejorando, afianzándose progresivamente.
ORGANIZACIÓN DEL NUEVO GOBIERNO
No era pequeña la tarea de organizar el nuevo gobierno. En rápida sucesión, el Congreso creó los departamentos de Estado, de la Guerra y del Tesoro o Hacienda. El presidente Washington nombró para desempeñar el primero a Thomas Jefferson, dotado de admirables condiciones para el cargo; para el segundo a Henry Knox, de Massachusetts, un general que gozaba de grandes simpatías y popularidad; y para el tercero, a Alexander Hamilton, conocido por su sabiduría en asuntos financieros. El Congreso creó también el cargo de Fiscal General, que al principio no fue jefe de un departamento o secretaría, sino mero consejero jurídico del gobierno, y Washington designó para ocuparlo a Edmond Randolph, un notable abogado de Virginia. Este departamento es la actual Secretaria de Justicia.
NEW YORK, CAPITAL DE LA REPÚBLICA
El año 1789 vio a New York florecer como capital de la nación. Las mejores casas fueron renovadas con toda la elegancia posible; y aquel verano las calles pululaban de miembros del Congreso, aspirantes a empleos, intrigantes y espectadores.
El Presidente Washington ocupó primero una residencia en las afueras de la ciudad, en el Franklin Square, y después tomó la Imponente mansión de Me Comb, en la parte baja de Broadway, que tenía una sala de recepciones. John Adams, el vicepresidente de la República, ocupó una casa grande en Richmond Hill.
El Congreso se instaló en el Palacio Federal, en la esquina que forman las calles Wall y Broad, actualmente famoso lugar por su influencia económica, porque la primera capital política de la nación fue- la misma- ciudad que después se convirtió en su capital financiera.
COMO ERA GEORGE WASHINGTON
La sabia dirección de Washington era indispensable para el nuevo gobierno. Políticamente, no era hombre de imaginación ni de brillantes iniciativas. Las que le sobraban en la guerra de independencia donde hizo galas de audacia, de valor y estrategia, en la paz se esfumaban. Como escritor, era frío, conciso, como orador político no valía mucho y de teoría administrativa sabía poco. Lo que inmensamente le sobraba era patriotismo, una honradez acrisolada y las mejores intenciones. Además, se imponía en algo más que obediencia por una especie de temor que suscitaba en las gentes, y representaba la idea de la unión como ningún otro podía hacerlo.
Los hombres responsables de todos los partidos y sectores tenían confianza en su imparcialidad, su amplitud de ideas y su sagacidad. Siempre serio, su “corte republicana” se distinguió por una ceremoniosa gravedad. Celebraba recepciones y bailes, daba banquetes en que dominaba un frío empaque y frecuentemente iba con sus amigos al teatro de John Street. Sus visitas al Congreso eran de gran ceremonia, en una pesada carroza color crema, tirada por seis briosos caballos blancos de Virginia, con postillones y batidores. Asistía a las recepciones vestido de terciopelo y raso negros, con hebillas de diamantes en las rodillas, el cabello empolvado recogido en una bolsita, el sombrero militar bajo el brazo, y pendiente al costado, el espadín de gala en su funda verde.
En sus relaciones con el Congreso y con los funcionarios administrativos se mantenía alejado de partidos y de fracciones, aunque sus simpatías estuviesen por los federales. Vigilante y laborioso como siempre, trabajaba durante muchas horas según un plan prefijado. Se esforzó, con éxito, por dar al gobierno altura y principios y por imprimir en el alma del pueblo la amonestación que en 1796 formuló en su “Alocución de Despedida”: “Permaneced unidos, sed norteamericanos”.
¡Admirable inicio el de los Estados Unidos de América! Hoy que las naciones del mundo libre se disponen a conmemorar dignamente, la gloriosa fecha norteamericana, LIBRE se complace en traer ante sus lectores, estas páginas tan gratamente bellas de una aurora de triunfo.
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