CAP. I DE XX
Por Oscar F. Ortiz
Durante las últimas dos décadas de la Guerra Fría, las naciones
pertenecientes al Pacto de Varsovia con la Rusia soviética a la vanguardia, llegaron a amasar un formidable poderío compuesto por divisiones blindadas que acantonaron en Polonia y la República Checa, muy cerca de la frontera con Alemania.
Preocupado entonces por el desajuste en el siempre vigilado balance de fuerzas, el alto mando de la OTAN estimó que sólo tomaría veinticuatro horas al Ejército rojo y sus aliados llevar a cabo la invasión de Europa occidental.
La respuesta norteamericana a esta amenaza consistió en desplegar un cordón de misiles «Pershing» en la Alemania federal; después de emplazados, los primeros cohetes fueron armados con cabezas atómicas que apuntaban directamente al corazón de Rusia…
Qué tal, amigos. Mi nombre es Patrick Coonan aunque, en la profesión, se me conoce como el agente Delta. Por muchos años fui un eliminador al servicio del coronel Berkowitz, un agente secreto con licencia para matar. Pero antes de dar comienzo a mi historia, quiero dejar bien claro que el motivo que me empujó a caer en esta poco valorada profesión, fue el desamor de una mujer: su nombre, Elizabeth Kelly. Liz y yo crecimos en el mismo barrio, pero empecé a fijarme en ella cuando coincidimos en la escuela superior. Me tomó casi doce meses reunir el coraje necesario para acercármele, pero al fin le declaré mi amor. Ella no tuvo reparos en aceptarme como su novio y durante un tiempo fui el mortal más feliz de la tierra. Los problemas comenzaron cuando comprendí, después de varios acalorados intentos, que no iba a poder hacerla mi mujer hasta que nos casáramos; eso exigían sus padres. Pero hasta ese escollo superé; con sólo diecinueve años le propuse matrimonio.
Para aquel momento tan especial, escogí la noche de gala de nuestra graduación de la escuela superior. A pesar de que entonces la veía con muy buenos ojos (los ojos de un cretino enamorado), había percibido en ella una reservada frigidez que a veces me irritaba y que hizo crisis en el instante de ponerla al tanto sobre mi intención de tomarla por esposa. Su negativa fue tan sorprendente para mí como rotunda: me desconcertó.
Lo siento, Pat dijo mi chica, sin mostrar emoción alguna pero el matrimonio no figura entre mis planes por ahora. Me estoy preparando para entrar en la universidad.
Esas indolentes palabras aún rebotan en las paredes de mi bóveda craneana como disparos hechos a quemarropa con un arma de grueso calibre. Y aunque fingí aceptar su negativa de buen talante, lo cierto es que mi vida se desestructuró. Pero no es práctico aferrarse a alguien que no comparte nuestras metas y emociones; uno debe sonreír al mundo y, aunque no quiera, encajar el golpe de la mejor forma posible y reanudar la marcha, ¿no?
Eso hice yo.
Mi espíritu inquieto y hasta cierto punto aventurero me inclinó por otros derroteros que muy poco o nada tenían que ver con los estudios académicos, los negocios, la industria y la tecnología. Mi padre había sido policía y a mi poco me faltó para seguir sus pasos, pero mi amor por la caza en las montañas y la vida a la intemperie inclinó la balanza a favor de inscribirme en el ejército. Después de pasar el curso de adiestramiento básico, opté por alistarme en el Cuerpo de Rangers y convertirme en un francotirador. Tuve mi prueba de fuego en la invasión de Granada, durante la operación llamada Urgent Fury por los estrategas del Pentágono; allí llevé a cabo once misiones encubiertas.
Corría entonces el mes de octubre del año 1983…, ¡y cuán lejos estaba yo de imaginar que eso sólo sería el comienzo!
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(CONTINUARÁ LA SEMANA PRÓXIMA)
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