Por OSCAR F. ORTIZ
Durante los cinco meses que siguieron a mi reclutamiento en La Cuadrilla, perfeccioné muchas de las técnicas que había aprendido con los Rangers y cultivé otras nuevas.
De mi antiguo estatus como francotirador, me vi precisado a ascender a nivel de tirador de competencias, lo cual significa tener un promedio mínimo de doscientas horas de práctica en el polígono de tiro.
Las armas con las que practiqué variaban en calibre, tipo y marca. Me obligaron a entrenar con casi todas las marcas domésticas y algunas extranjeras. Pero al final del curso nos equiparon con lo que el coronel denominó como «el arma digna de un verdadero eliminador», la pistola «Smith & Wesson» Mack 22, Modelo 0, de calibre 9 milímetros «Parabellum», también conocida por Hush Puppy y fabricada exclusivamente en U.S.A.
Antes de aquel intenso adiestramiento siempre fui un amante de la «Colt» .45, pero la Hush Puppy me cambió. Era un arma única; sólo unos pocos cientos llegaron a entrar en producción y casi todas fueron distribuidas entre los comandos de nuestras tropas especiales durante la guerra de Vietnam, mayormente porque la corredera puede trancarse y suprimir al máximo el sonido del disparo, algo totalmente censurado por la Convención de Ginebra.
También me convirtieron en marino y piloto; al terminar allí ya era capaz de volar desde un helicóptero comercial hasta una avioneta de cuatro plazas y pilotar desde una lancha de carreras hasta un yate de tamaño mediano.
Aprendí a hacer cabriolas con todo tipo de vehículos; cómo evitar los choques, cómo chocar, cómo minimizar los daños en un accidente inevitable, cómo escapar ileso de una persecución motorizada, cómo disparar con una mano mientras conducía con la otra. En fin, que comparando mi vida de entonces a la más segura pero pesada rutina del cuartel en Fort Benning…, ¡ahora sí podía decir que me estaba divirtiendo!
Sin embargo, no puedo decir lo mismo del bando enemigo: para los comunistas infiltrados en Nueva York, las cosas comenzaban a complicarse…
Una noche, casi al final del quinto mes de adiestramiento, el coronel nos reunió a todos en el salón de operaciones de nuestro cuartel general, un sombrío edificio de once plantas que se alzaba a las márgenes del río Anacostia.
Éramos veinte reclutas en total, hombres y mujeres de diversos orígenes étnicos y estratos de la sociedad, pero en el fondo eran tan blancos, rojos y azules como la propia bandera a la cual juramos defender.
Nos presentó a un tipo oriundo de Boston llamado Tilson que era un experto en «asuntos mojados», aclaró el coronel; el tal Tilson había servido cinco años con la CIA en la Estación Moscú. Nos dijo que aquel
veterano del servicio clandestino nos enseñaría a matar por encargo, a sangre fría, y nos aleccionaría sobre este nuevo enemigo al que nos enfrentábamos. Tilson explicó que se trataba de un contrincante peculiar, no del típico esbirro de la policía secreta soviética ni la soldadesca común del Pacto de Varsovia. Era este un enemigo especial, bien adiestrado y con motivación, la punta de lanza del odiado enemigo rojo: la División de los agentes «ilegales». La élite del clandestinaje soviético. Por tanto, debíamos aprender a la perfección el oficio de asesino, porque aquellos a quienes debíamos neutralizar también lo eran.
Después de un extenso e interesante discurso preparatorio, en el cual comparó el asesinato por encargo a una forma de arte sublime, en el que es preciso imaginar y planear minuciosamente la acción antes de ejecutarla, nos dio un ejercicio práctico: seleccionar y ejecutar a cuatro agentes de la oposición, así, a sangre fría, descartando el uso de las armas de fuego, las blancas o los explosivos. Y nos pidió que «usáramos la imaginación». También dijo que, en Norteamérica, el aparato de espionaje de la KGB estaba compuesto por un puñado de «agentes con residencia», o rezidentura, de origen soviético, y un montón de agentes «ilegales», entre los que se destacaban los espías cubanos del DGI.
Comparó a los cubanos con los soldados gurkas que utilizan los ingleses y con los mercenarios búlgaros que hacían el trabajo sucio de la KGB en Europa, poniendo de ejemplo la entonces reciente conspiración en Roma para atentar contra la vida del Papa Juan Pablo II…
***
Esa misma noche, cuando más enfrascado estaba yo en seleccionar mis objetivos, recibí un llamado de urgencia de mi jefe, citándome en su despacho en una hora, donde se me ordenaba que preparara una maleta con un par de mudas de ropa de invierno y los artículos de tocador esenciales para viajar. Ya preparado y en su presencia, el coronel me asignó un nombre clave, Delta, me retiró del ejercicio asignado por Tilson y de manera sorpresiva cambió mi estatus de recluta por el de eliminador oficial de La Cuadrilla…, ¡con una misión!
Dos horas más tarde, todavía medio aturdido por la brusquedad con que habían sucedido las cosas, aterrizaba en el aeropuerto La Guardia, en Nueva York.
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