EL COLMILLO ATÓMICO. CAP. XXIII DE XXXII

Written by Libre Online

17 de agosto de 2022

Por OSCAR F. ORTIZ

La noche que Mirta escogió para descargar sus amarguras con Yuri, nació todo un mundo de incertidumbre y rencor dentro del agente soviético. Se quedó tan perplejo que no supo cómo reaccionar.

Malamente atinó a abandonar el departamento de ella de manera atropellada, sin volver a pronunciar una sola palabra. Ni a favor ni en contra. Pero aquello no habría de quedarse así, Mirta se la había jugado bien y pronto el cáncer de la duda comenzó a roerlo por dentro. ¿Lo habrían marginado en secreto de la élite?

Una tarde de domingo se personó en el apartamento de la cubana sin avisarle. El tufo a vodka que manaba de su voluminoso cuerpo era suficiente para que cualquiera en sus cercanías se percatara de que el hombre había estado bebiendo. No se anduvo con ambages, se acercó a la mujer y la aferró por los hombros casi con violencia.

─¡Dime quiénes sospechan de mí! Mirta lo miraba con aprensión, pero sin atreverse a decírselo.

─¡Dímelo, coño, o no respondo!

─Vociferó, y esta vez la zarandeó con ambas manos sin contemplaciones.

─¡Quiénes son tus contactos!

Ella comprendió que tal vez se le había ido la mano; Pavenko estaba decidido a llegar hasta el fondo del asunto.

Debía «tirarle un hueso» para que se calmara y después, como es natural, darle la vuelta poco a poco hasta ponerlo a comer de su mano.

Era esa la estrategia que continuamente le había funcionado con los hombres: sexo y manipulación. Aquella tarde, el más peligroso agente ilegal con que contaba la KGB en toda Nueva York demostró que ni siquiera él era inmune a esa fórmula.

Mirta intentó dominar el miedo que sentía y dejó escapar un suspiro.

─Mis instrucciones las recibo por radio directamente desde Moscú, vienen del Departamento V ─dijo─. No hay un nombre específico que pueda darte.

Yuri la soltó, no necesitaba escuchar el nombre de labios de Mirta; ya sabía de quién se trataba.

─Departamento V, júm ─musitó─, entonces debe ser el mayor Kirov quién no confía en mí…

Soltó a Mirta y dio unos pasos por la recámara, hasta detenerse para mover los brazos como si pretendiera levantar el vuelo: ─¡Claro, tiene sentido! ¡Maldito viejo hijo de puta!

Se volvió a Mirta con el rostro desfigurado por el despecho.

─¿Sabes lo que debería hacer?

─Gritó con amargura, su voz ronca cimbraba de rabia─. Debería esperar a tener todos los malditos maletines juntos…, ¡y entregárselos en bandeja de plata al FBI! ¡Eso es lo que se merecen! Entonces Mirta vio la oportunidad de cumplir su función sin que Yuri sospechara de ella; este era el momento clave para enlazar al toro y traerlo al redil.

─Cálmate, chico, por favor ─le dijo en un tono tan suave como dulce─, yo estoy de tu parte… ¿Te acuerdas de la otra noche en el club de salsa, aquel hombre grande y tosco que estaba contigo?

A pesar de la nube roja, producida por los efectos del alcohol mezclado con la rabia que envolvía su cerebro, Pavenko detuvo su perreta abruptamente y la miró con renovado interés.

─El detective ─añadió Mirta─, cuando te pregunté quién era él aquella noche, respondiste que era un detective. ¿Te acuerdas?

─Leo Balmaseda…

─¿Así se llama el gorila?

─Por ese nombre lo conozco yo, ¿qué sucede con él? ¿Acaso le sabes algo que yo deba saber?

─Tanto como saber a ciencia cierta, no…, pero me dio mala espina.

Cuídate de ese hombre, Yuri, vigílalo sin que él caiga en cuenta. Tal vez sea uno de nosotros enviado por Moscú con un fin que ni tú ni yo conocemos. O puede que sea un agente de los yanquis; no lo sé.

Aquellas últimas palabras de Mirta surtieron un raro efecto en el hombre de la KGB. El «oso furioso» que minutos antes había irrumpido en su apartamento lanzando zarpazos se convirtió en un «zorro ladino». Y la expresión de su rostro se alteró.

Aquello traerí́a graves consecuencias para Leo, por eso siempre digo (y lo sostengo) que donde los hombres fallan, prevalece una mujer.

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