POR OSCAR F. ORTIZ
Par de días después, Leo caminaba con paso brusco por la calle Broadway, cuando se detuvo repentinamente junto a una cabina telefónica.
Quienes lo seguían a distancia prudencial hicieron lo mismo, y mientras Balmaseda penetraba en la cabina lo fotografiaron con un lente telescópico. Ajeno por completo a que era espiado, Leo levantó el auricular y depositó unas monedas en la estrecha ranura de la caja metálica.
Cuando obtuvo una línea franca marcó un número de Washington, D.C.
Después de tres timbrazos, alguien contestó la llamada al otro extremo de la conexión.
Leo se aclaró la garganta y dijo lo siguiente: ─La clave es Lando. Estoy llamando desde Manhattan, necesito hablar con el coronel; es urgente.
Esa misma noche, mi jefe voló a Manhattan. En mi opinión aquello fue un error, pero ocurrió en una época de formación en que todavía La Cuadrilla distaba mucho de llegar a ser lo que fue. Por aquel entonces todaví́a Marlon Berkowitz no contaba con los recursos ni la organización que llegamos a tener después, una vez probamos ante las altas esferas del Gobierno la importancia de mantener, en tiempos de paz, una operación de Contrainteligencia como la nuestra funcionando tras bastidores.
Desafortunadamente, agentes de todos los niveles y categorías fallan en algún momento de sus carreras. Aun los más experimentados, como fue el caso de William Buckley, por ejemplo, toda una leyenda en la historia de la CIA. Buckley cayó en una trampa mortal de la manera más tonta, mientras abandonaba su apartamento de Beirut, en el Líbano; así fue capturado por terroristas de la yihad islámica. Esto le costó un largo y doloroso año de torturas físicas y mentales que culminaron en su defunción.
En otra ocasión, un grupo de agentes veteranos del Servicio Secreto no fue capaz de detener a John Hinckley, Jr. cuando atentó contra la vida del presidente Reagan. Por tanto, si mi jefe no se hubiese personado en el apartamento que el agente Lando tenía en Jackson Heights, las cosas habrían marchado mucho mejor para nosotros.
Pero al igual que ya había ocurrido con Leo, alias Lando, a él también lo ficharon…
El coronel tomó en sus manos una de las fotografí́as que reposaban sobre la mesa de centro y la examinó.
─Júm, muy interesante… ¿Dónde conseguiste estas fotos, Lando?
Ambos compartían el canapé en la sala del departamento. Leo arrugó el ceño y esbozó una mueca. ─Hace unos meses que conocí un cliente; un ruso nombrado Yuri.
─¿Sabes su apellido?
─No; lo conocí a través de un pequeño maleante a quien apodan Turco. El ruso se me presentó como un distribuidor que buscaba protección, pero nunca estuvo claro qué es lo que distribuye. Pensé que se trataba de drogas, algo común en estos tiempos de febril consumo de la cocaína. En cualquier caso, lo que sí me consta es que la mercancía le ha estado llegando por mar. El primer sábado de cada mes, mis muchachos y yo escoltamos a Yuri hasta el Seaport Mall de South Street y cuidamos de que nadie lo moleste mientras recogemos el paquete. Después lo acompañamos hasta su refugio y allí montamos guardia durante el resto del mes, hasta que se repite la mecánica.
El coronel devolvió la foto a la mesa de centro y ladeó la cabeza para observar a Leo. ─¿Dices que ese Yuri tiene un refugio?
─Sí, señor. Yo mismo se lo monté.
─¿Dónde?
─Un departamento en Queens.
─¿Cuántos viajecitos al puerto van ya, Lando?
─El próximo será el quinto.
─¿Y sigues pensando que el hombre trafica con drogas?
─Negativo; esos grabados en cirílico junto al asa de los maletines me han hecho cambiar de opinión.
Por eso está usted aquí.
─Preocupantes, ¿no? ─dijo Marlon Berkowitz, señalando hacia la foto con los maletines que mostraban grabados en cirílico cerca de sus azas.
Ante la sonrisa amarga de su jefe, Leo (el agente Lando) extrajo un pañuelo del bolsillo y se sopló la nariz.
─Hay algo más, coronel… ─antes de continuar, sacó una foto del bolsillo del gabán─. ¿Ha visto alguna vez a esta fulana?
El coronel tomó la foto y la estudió por unos segundos. Después negó meneando la cabeza. ─No lo creo, ¿por…?
─Mi instinto de viejo sabueso me indica que esa tipa no es una mera espectadora.
─¿Por eso la foto?
─La vi con Yuri en una discoteca, pero puede tratarse de una prostituta cara; tiene pinta de eso. Búsquele un comparable en los archivos de la División de Contraespionaje del FBI lo antes posible, ¿lo hará?
El coronel se guardó la foto y asintió con la cabeza.
─Si averigua algo, hágamelo saber de inmediato. Tengo una corazonada de que esa mujer trabaja para «alguien»; sólo hay que averiguar de quién se trata y podremos encajarla en el rompecabezas.
El coronel asintió aprobadoramente, se incorporó, recogió todas las demás gráficas esparcidas sobre la mesa de centro y las guardó en su ataché.
─Bueno, todo parece indicar que has descubierto algo; buen trabajo, Lando. Ahora me marcho, debo tomar el vuelo de regreso a Washington esta misma noche. Haré llegar las fotos de los maletines al Departamento de Ciencia & Tecnología de la CIA. Mientras tanto ya sabes, ojo con el ruso; voy a enviarte a alguien para que se encargue de la mujer.
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