Nada hace más feliz a un deportista, a un artista, a un cantante, a un escritor que cuando alguien que uno admira durante toda la vida dice reciprocar la admiración.
Solo me había sucedido con Agustín Tamargo y con el ex Director del Diario de la Marina Pepín Rivero y me pasó un día en que recibí una llamada y un compatriota muy campechano y amistoso me dijo:
“Buenas tardes, señor Fernández, nuestro común amigo Ángel Torres me dio su número telefónico, lo llamo sólo para decirle que siempre estoy de acuerdo con usted desde la época en que usted escribía en el semanario 20 de Mayo de Los Ángeles, soy su ferviente lector desde hace más de 30 años”…
Agradecido le di la gracias y le pregunté su nombre; me dijo humildemente: “Soy bayamés, mi nombre es Rafael Ramírez Arias y todos me llaman Felo”.
Por poco me desmayo, fue uno de los días más felices de mi vida.
Se trataba del hombre que siendo yo un niño pegado a mi destartalado radio me producía tremenda emoción escuchar su gloriosa voz cuando bateaban mis peloteros favoritos y él decía: “¡Se eleva la bola, se va, se va, se llevó la cerca, se fue de homerun!”
Créanme que él le imprimía una emoción tan grande al cuadrangular de Rocky Nelson, de Roberto Ortiz, de Miñoso, de Formental, que a mi me llegaban directo al corazón al unísono el pelotero y el narrador.
Su capacidad para describir cada jugada, sus conocimientos, la emotividad, su natural alegría, siempre destilando cubanía, lo llevaron a ganarse la fanaticada cubana y latinoamericana.
Él siempre siguió leyéndome y yo escuchándolo desde Güines hasta las narraciones de los Marlins en Miami.
En junio pasado hubiera cumplido 100 años. Y solo quiero dejar sentado que fue un gran orgullo para mí llegar a ser su amigo.
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