Es un tema cargado de folklore y con una notable escasez de hechos probados. He aquí un sumario de los cuatro años de experimentos en el famoso laboratorio de catarros o
resfriados de Salisbury.
EL CATARRO
Hay muchas razones para intentar un estudio científico serio del catarro o resfriado común. Ante todo está la gran incomodidad que esta molestia universal inflige a la especie humana. Luego, estamos en una época en que el potencial humano es particularmente valioso y el catarro común ocasiona mucho desgaste en él. Aunque no poseemos cálculos dignos de confianza de las hora-hombre perdidas por resfriados, podemos estar seguros que el tributo pagado por la gente en tiempo y eficacia es muy grande. Además de esto, el catarro común tienta al investigador por tratarse de un problema científico particulamente difícil. A diferencia de lo que pasa con muchas otras enfermedades, para que se produzca un catarro necesitamos no solamente el germen o microbio y una persona sino también una persona madura para la infección y condiciones apropiadas para el trasiego del virus del catarro a esa persona. Determinar lo que hace a un individuo terreno de pasto apto para el virus y qué condiciones son necesarias para la transmisión del virus de una persona a otra, he aquí un problema grande y difícil. Ha burlado a tantas personas durante tantos años que cualquier investigador tiene que considerarlo un reto –algo digno de romperse los dientes contra ello–.
¿Por qué nos ha eludido por tanto tiempo la solución del problema del catarro común? Acaso el hecho de que no se trate de una enfermedad peligrosa haya sustraído parte de la presión necesaria para resolverlo. Hay, empero, razones más importantes. Las enfermedades de virus se estudian principalmente observando los efectos producidos en animales o plantas experimentales, aunque no pueden prosperar los virus en medios de cultivos artificiales. Por desdicha no hay animal experimental conveniente para investigar el virus del catarro. Ni el ratón, ni el curiel, ni ninguna otra especie de que fácilmente se dispone puede ser infectada con catarro. El único animal, además del hombre, que contraerá un verdadero catarro es el chimpacé, y es tan difícil conseguir y manipular chimpacés y son tan caros que resulta prácticamente inútiles.
Además, todo el tema de los catarros está sobrecargado de capa sobre capa de folklore, supersticiones y pseudo-ciencia. Los catarros nos tocan a todos personalmente y es una flaqueza humana que en lo que concierna a nuestras aflicciones nuestro criterio científico se torna defectuoso. Somos propensos cuando inesperadamente cogemos catarro –o evitamos contraer uno– a atribuir esto a algún acto prudente de nuestra parte. El que quiera resolver el problema del catarro hará bien en tomar en consideración solamente los datos comprobados científicamente y mantener una actividad muy crítica hacia el folklore y hacia lo que sus amigos le dicen sobre cómo cogen o evitan catarros.
Los Datos conocidos
¿Qué sabemos de los catarros? Hay amplias pruebas de que los catarros “se recogen”, es decir, son contagiosos: sabemos que una persona infectada puede pasarle la infección a otra persona, y que los chimpacés pueden contraer catarro de seres humanos. Sin embargo es también cierto que con frecuencia un individuo íntimamente asociado con un catarriento no contrae el catarro. Otro hecho muy bien atestiguado es que entre un grupo de personas aisladas en una isla remota, particularmente si la comunidad es poco numerosa, los catarros tienden a desaparecer. Pero cuando esa comunidad libre de catarro restablece el contacto con la civilización, como por medio de la visita de un barco de afuera, se advierte que sus habitantes son anormalmente susceptibles y es casi seguro que contraerán un verdadero resfriado.
De ordinario, la inmunidad adquirida después de un catarro, a lo que parece, es de corta duración. Se advierte con bastante claridad que la exención de catarros de los grupos aislados depende no de un aumento de la resistencia sino de la desaparición del germen del catarro durante su aislamiento. Su suerte, cuando tropiezan con gérmenes de catarro, demuestra que su resistencia se ha eclipsado con su exención del ataque. La resistencia temporal desarrollada por la gente en las comunidades ordinarias, al parecer se mantiene por frecuentes y repetidos contactos con el virus del catarro.
Los intentos por tansmitir los catarros artificialmente de una persona a otra tienen buen éxito en cerca del 50 por ciento de los ensayos; cierto número de personas, en cualquier tiempo, resultan resistentes. La técnica usada ha sido bañar la nariz de las personas que tienen catarro con una solución salina y gotear parte de esta solución que contiene mucosidad en las narices de personas normales. Un cuidadoso estudio de estas soluciones por los métodos bacteriológicos normales no ha logrado demostrar que a ninguna de las bacterias cultivables puede achacársele ser la causa de los catarros. En realidad, durante las primeras etapas de los catarros las secreciones nasales tienen a menudo un contenido subnormal de bacterias. Varios investigadores han demostrado, después de pasar por filtros tan finos que retienen bacterias ordinarias, las secreciones nasales de personas con catarro que el material filtrado sigue siendo infeccioso; puede pasar en serie de una persona a otra y continuar produciendo catarro. Esto indica que el agente infeccioso es algo que puede multiplicarse y es más pequeño que las bacterias: esto es, un virus. Hoy generalmente se conviene en que el criminal responsable del catarro común es en verdad un virus filtrable.
Tales son los principales datos sobre los catarros, de los cuales podemos estar bastante seguros. Hacia 1946 varios grupos, a ambos lados del Atlántico, llegaron a la conclusión de que el momento estaba maduro para intentar una investigación cuidadosamente controlada de las causas de los catarros. Se han elaborado muchas nuevas técnicas para el estudio de los virus. En particular, se había descubierto que los huevos de gallinas fértiles eran un medio apropiado para cultivarlos; los virus de la influenza, las paperas y la fiebre amarilla habían sido cultivados de esta manera. También se había averiguado que podía infectarse a hurones con virus de influenza, y esto había conducido a estudios de laboratorio que produjeron una enorme copia de información sobre la influenza.
EL “LABORATORIO” DE
SALISBURY
Me propongo describir aquí la acometida contra el problema del catarro común que se ha llevado a efecto desde 1946 en la Unidad de Investigación del Catarro Común del Consejo Médico de Investigación de Salisbury, Inglaterra. Naturalmente, el primer objetivo de un estudio de esta clase es hallar una prueba de confianza, sencilla si es posible, de la presencia o ausencia del virus. Con semejante prueba podemos determinar si el virus está o no presente en las secreciones nasales en varias etapas de la enfermedad, si puede matársele con varios desinfectantes y así sucesivamente. La única prueba que poseemos en la actualidad, una prueba muy costosa y bastante poco digna de confianza, es gotear materia en las narices de las personas y ver si se produce catarro. Como un primer paso para alcanzar nuestro objetivo de hallar una prueba más sencilla y mejor, tuvimos por fuerza, que recurrir a este método, y establecer una organización muy complicada para llevarlo a cabo.
Nuestro “laboratorio” es el Hospital Harvard, de Salisbury, que consiste en cierto número de cabañas prefabricadas que durante la guerra se usaron como hospital norteamericano con un personal de la Escuela de Medicina de Harvard y al terminarse la guerra fueron cedidas generosamente al Ministerio de Salubridad británico. Según está ahora instalada, la unidad posee seis cabañas bastante lujosas, cada una dividida en dos pisos separados. Los 12 departamentos o pisos albergan a 12 pares de voluntarios. Decidimos tomar los sujetos por parejas porque parecía obvio que las gentes se ofrecieran voluntariamente si podían tener con ellas una persona amiga. Cada pareja se mantiene en aislamiento y es estudiada durante 10 días; un nuevo lote de 24 voluntarios viene cada quincena. Durante las vacaciones universitarias no tenemos dificultad en conseguir que acudan estudiantes. Desde que comenzamos hace cuatro años, han pasado por nuestras manos más de dos mil voluntarios.
EL PACIENTE SMITH
Veamos lo que le sucede a un voluntario típico. John Smith, que vive en el norte de Inglaterra, lee lo que se dice de nosotros en el periódico y nos escribe solicitando detalles. Se le envía una planilla para que la llene, y en ella se le dice cuando habrá vacantes. Escoge él un período que le convenga y entonces se le envía un pase para el ferrocarril. Llega con otros al mediodía del miércoles, y lo están esperando. Se le examina en el acto para ver si no tiene ya catarro y ver si es apto para el ensayo en otras formas. Por no haber podido venir Smith con un amigo suyo, se le aloja con otro sujeto de edad y gustos parecidos, Tom Brown. Smith y Brown y los otros 22 recién llegados se reúnen para almorzar en el comedor del personal. El médico de guardia explica la rutina del experimento y las reglas que hay que observar. Todos marchan luego a sus departamentos.
En lo adelante Smith no ve a nadie más como no sea a su compañero de cuarto y al médico con bata y careta y a la matrona igualmente ataviada que lo visitan diariamente. Se le permite salir a dos paseos a pie, mientras se mantenga alejado de las otras personas, vehículos y edificios. Se le dan facilidades para practicar determinados deportes con su socio. Tres veces al día se le dejan otras tantas comidas en termos calientes a la entrada del piso.
Durante los primeros tres días sin inocular a Smith y a Brown para dar tiempo a que cualquier catarro que puedan haber contraído de antemano se desarrolle. Se les examina diariamente, aún antes de la inoculación y se les pide que tomen notas diarias de cualquier síntoma de enfermedad que pueda presentárseles.
Hemos ensayado muchos ardides para aumentar la proporción de transmisiones triunfales de catarros, del 50 al 100 por ciento. Es obvio que si pudiéramos producir un catarro cada vez que probáramos, nos sería posible trabajar más aprisa y con más certidumbre, y podríamos hallar algunas claves de las razones que motivan la variable suceptibilidad y resistencia de las personas al catarro. Pero hasta ahora no hemos podido aumentar o disminuir mucho la proporción de los catarros “contraídos” en el laboratorio.
Por ejemplo, ponemos a prueba la idea universal de que el enfriamiento induce catarros, o por lo menos aumenta las probabilidades de que uno contraiga catarro. Se utilizaron en este experimento tres grupos de seis voluntarios cada uno. Un lote recibió una dosis de virus diluído, que se calculaba no produciría muchos catarros. A los del siguiente lote no se les administró pero se les sometió a un severo tratamieno de enfriamiento: es decir se les dio baños calientes y luego se les hizo permanecer en una corriente de aire, con trusas húmedas, durante media hora y para entonces ya sentían intenso escalofrío y molestia. Luego se les hizo usar medias húmedas durante el resto de la mañana. Un tercer grupo recibió el virus diluído más el tratamiento de enfriamiento. En una variación del experimento, el enfriamiento consistió en un paseo a la lluvia, después del cual no se permitió a los sujetos secarse durante media hora y se les hizo estar en departamentos sin calefacción.
Este experimento se realizó tres veces. En ninguno de los casos el enfriamiento solo produjo catarro. Y en dos de las tres pruebas el enfriamiento más la inoculación del virus produjo en realidad menos catarro que la inoculación sola; en la otra, las personas sometidas a enfriamiento, que también recibieron el virus, tuvieron más catarro que el grupo del “virus solo”. No logramos, pues, convencernos de que el grupo del enfriamiento, que también recibieron el virus, tuvieron más catarro que el grupo del “virus solo”. No logramos, pues convencernos de que el enfriamiento induzca o favorezca el catarro. Tal vez en condiciones apropiadas asi lo hace, pero esto no se ha probado nunca.
Como hemos explicado antes, no es siempre fácil decidir cuando una persona tiene o no tiene catarro; con frecuencia puede determinarse esto sólo por medio de técnicas cuidadosamente elaboradas. Es aún más dificil decidir cuándo se ha prevenido o curado un catarro. La duración natural de un catarro es extremadamente variable, y es probable que, por lo menos aborten tantos catarros como los que maduran plenamente.
Por desdicha para el pobre público, una “cura del catarro” es noticia y obtiene extensa publicidad. La desinflación de un globo no es noticia y ese hecho tarda en difundirse.
Hay varias cosas que es posible hacer para alivar las molestias de los catarros pero hasta el presente sigue siendo verdad que el catarro sin tratamiento durará unos siete días, mientras que con un tratamiento cuidadoso ¡puede curarse en una semana!
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