El caso Finlay

Written by Libre Online

10 de noviembre de 2021

Por Herminio Portell Vilá (1954)

Estamos a pocas semanas de la celebración del “Día de la Medicina Latinoamericana”, para el cual se escogió desde hace muchos años la fecha del natalicio del Dr. Calos J. Finlay, el insigne sabio cubano a quien corresponde la gloria universal de haber sido el descubridor del mosquito transmisor de la fiebre amarilla. No hace muchos días que en el Congreso Internacional de Historia de la Medicina, celebrado en Roma, se proclamó de nuevo la gloria de Finlay y quedó derrotada la última y más reciente tentativa para despojarle de sus títulos de primacía y originalidad en la investigación y en el descubrimiento de los científicos, que fue la encabezada por un médico venezolano quien sin éxito pretendió replantear una tesis de antiguo desechada y anulada. Ahora mismo se ha fundado en La Habana la Sociedad de Historia de la Medicina y se puede decir que en gran parte su fundación se ha debido a los problemas suscitados en torno a la personalidad y la obra de Finlay, que los cubanos tenemos que defender a cada momento contra sus detractores, ignorantes o mal intencionados, según los casos.

Aunque los detractores de Finlay en su mayoría se encuentran en los Estados Unidos y, en general, en los países de habla inglesa, no faltan en otros países, tampoco; y hace algún tiempo ni siquiera faltaban en Cuba, donde hubo quienes empecinadamente le discutieron, no ya su genio científico, sino su propia obra, demostrada con los hechos más palpables, entre ellos la civilización que en los últimos cincuenta años se han desarrollado en todas las regiones que sufrían el azote de la fiebre amarilla.

Uno no puede menos de maravillarse de la insistencia en el error, que caracteriza en este aspecto a no pocos escritores norteamericanos más notables de nuestros tiempos. Acabo de leer el nuevo libro de Hermann Hagedorn, biógrafo entusiasta de Theodore Roosevelt y de los hombres de la primera época de la que los historiadores norteamericanos ya denominan “the amazing Roosevelt family” o “la asombrosa familia Roosevelt”, y en este libro Hagedorn se ratifica en su desconsideración por Finlay, ya puesta de relieve hace veinte años, cuando escribió su tendenciosa y parcial biografía de Leonard Wood.

Hagerdon acaba de obtener el galardón de que su libro “The Roosevelt Family of Sagamore Hill o “La Familia Roosevelt de Sagamore Hill”, haya sido escogido por la Sociedad del Libro del Mes, como el mejor para recomendárselo a sus asociados. El título de esa biografía familiar ya denota que Hagedorn se concreta a tratar de Theodore Roosevelt y los suyos, la que pudieramos llamar la “rama republicana” de ese linaje, aparte de los otros Roosevelt, los de Hyde Park, o sea, los de Franklin D. Roosevelt, que forman la rama demócrata” de la familia. La selección hecha en favor del libro de Hagedorn, uno más en la larga lista de los que ha escrito acerca de Theodore Roosevelt, asegura una tirada de cuarenta mil ejemplares con más de doscientos mil lectores en estos primeros meses.

Como se ve, se trata de una obra que ha de resultar influyente en la opinión pública de los Estados Unidos. Pocas veces se habría encontrado un mejor vehículo para dejar constancia de los hechos relacionados con el descubrimiento del mosquito como trasmisor de la fiebre amarilla, es decir, con la obra de Finlay, y con la comprobación de esa teoría por el Dr. Walter Reed y sus asociados después de que la habían desechado, y con el saneamiento de Cuba, las costas norteamericanas y mexicanas del golfo de México, Panamá, etc., por el comandante Gorgas y sus colaboradores, que la representada por el libro que Hagerdon dedica a la familia Roosevelt, de Sagamore Hill.

Lo curioso es que ésta no es la primera vez que esa oportunidad toca las puertas de Hagedorn, porque ya la tuvo, y magnífica cuado escribió su biografía de Leonard Wood (Nueva York, Harpers, editor, 1931, 2 vols.); pero en ambas ocasiones ha errado lastimosamente en las referencias y el tratamiento del tema. La verdad es que hay gloria para los Estados Unidos en la obra de Finlay y que los norteamericanos no deberían figurar entre sus detractores. En primer lugar, Carlos J. Finlay fue estudiante de Medicina en los Estados Unidos, y su formación como médico, como investigador y como hombre de ciencia, tuvo lugar en la Escuela de Medicina de Pennsylvania a cuyas aulas, laboratorios y museos asistió, antes de hacerse médico en la Universidad de La Habana. Fue médico en el ejército militar norteamericano y siempre mantuvo estrechas relaciones con sus colegas de los Estados Unidos, además de estar al tanto de la bibliografía en inglés, que era el idioma de su familia. El régimen colonial español no le dio oportunidad alguna para comprobar su teoría, ni a pesar de que los inmigrantes de esa nacionalidad y sus soldados morían en Cuba por decenas de millares, atacados por el “vómito negro” o fiebre amarilla. Años hacia que sus colegas, las autoridades coloniales, los períodicos, etc., se reían de Finlay y de sus mosquitos, negando su teoría y renegando de ella, cuando llegó a su fin la dominación española en Cuba y le sustituyó la intervención militar norteamericana.

La fiebre amarilla mató más soldados norteamericanos en Cuba que todos los ejércitos del general Blanco y todos los buques de Cervera. La salubridad de nuestro país se convirtió en una condición indispensable para que siguiese la intervención militar y los Estados Unidos se dispusieron a hacer todos los esfuerzos necesarios para acabar con la fiebre amarilla. Sus más notables hombres de ciencia fueron consultados al efecto  sin que dieran con la clave. Fracasados esos dictámenes se ensayaron las  Yellow Fever Commissions o «Comisiones de la Fiebre Amarilla», en las que hubo médicos cubanos y norteamericanos, sin que tampoco se lograse el resultado apetecido y que cada vez se hacía más imperativo ante las protestas de la prensa, los congresistas y los padres de familia de los Estados Unidos, por los estragos de aquella enfermedad tropical entre las tropas de ocupación y los funcionarios del gobierno interventor. La solución ofrecida por la campaña de saneamiento del comandante Gorgas, también fracasó, no obstante todo el bien que produjo en cuanto a la higiene, el ornato y la vida civilizada, en suma, del pueblo cubano.

Fue entonces, cuando no quedaba por probar sino la teoría de Finlay, que a la desesperada apelaron a él Walter Reed y sus colaboradores. El Dr. Antonio Diaz Albertino, único sobreviviente de aquella entrevista, decisiva para la Humanidad, me contó en 1945 la genial sencillez con que Finlay le proporcionó a Reed la oportunidad de comprobar su inmortal descubrimiento y de hacerse famoso con lo que ya Finlay sabia acerca del mosquito trasmisor de la fiebre amarilla. En la casa del sabio no había grandes laboratorios ni ayudantes distinguidos, sino lo que dentro de sus modestos recursos económicos, con prodigiosa inventiva, había él imaginado para sus experimentos. Le entregó a Reed una pequeña jabonera de pedernal en  la que tenía huevos de mosquitos, y le dijo, simplemente: «Pour some water into it and you will breed mosquitoes», es decir, «Échele, un poco de agua y obtendrá mosquitos». De ahi en adelante parten la serie de experimentos y de comprobaciones, a veces con fatales resultados para los que se prestaron a ellos, con los cuales Reed tuvo que convencerse de que Finlay era el que sabía la verdad y que todo lo hecho hasta entonces habla sido perder el tiempo, el dinero… y las vidas.

Los norteamericanos debieran tener presente que el gobernador Leonard Wood, médico militar, compatriota suyo y por otros conceptos de ingrata recordación para los cubanos por su labor anexionista, tuvo el mérito insigne de comprender la importancia de la obra de Finlay, de respaldar a Reed en sus empeños, y de proclamar la gloria de Finlay como el hecho mas sobresaliente que pudiera señalarse entre los resultados de la guerra con España. Pudiera decirse que Wood comprendió a Finlay porque era médico militar; pero también lo era Walter Reed y no asumió una actitud tan concluyente en honor de Finlay como la del gobernador de quien Hagedorn dice que era el más acabado ejemplo de la mano de hierro con guante de terciopelo que él había visto. Sin el respaldo de Wood, sin embargo, es posible que la teoría de Finlay todavía hubiese permanecido por algún tiempo más como una curiosidad o hasta como una tontería del genial médico cubano.

Finalmente, como una demostración final de que los norteamericanos debieran siempre asociarse a los cubanos para destacar la gloria de Finlay, vale la pena mencionar que la formidable obra «Dictionary of American Biography», que contiene las biografías de los inmortales de los Estados Unidos, incluye entre ellos al Dr. Carlos J. Finlay cosa que también hace con el P Félix Várela, con el ingeniero Aniceto G. Menocal y algún otro cubano.

A pesar de todo esto Hagedorn ha prescindido en dos señaladísimas ocasiones de reconocer la trascendencia de la obra de Finlay para Cuba y para el mundo. En 1931  en su biografía de Wood, hace una ligerísima alusión al descubridor del medio trasmisor de la fiebre amarilla en la página 280 del tomo primero de esa obra y luego, en las páginas 824-329 vuelve a citarlo; pero sin los elogios adecuados, todos los cuales reservó para Walter Reed y sus compañeros norteamericanos, hasta prescindiendo de los otros médicos cubanos que tan importante papel desempeñaron  en la comprobación de la teoría de Finlay y en la lucha contra la fiebre amarilla.

Ahora, en esta biografía de los Roosevelt, de Sagamore Hill, Hagedorn ni siquiera encuentra una mínima coyuntura favorable para recordar a Finlay. Cuando la gloria de éste es universal y sólo la ignoran los hombres mal informados o los dominados por sus prejuicios, Finlay no existe para el escritor  considerado como el primer especialista norteamericano en cuanto a los personajes y la historia de aquella época en la que el descubrimiento de Finlay abrió nuevos horizontes a la marcha de la civilización. Y no se trata de que Hagedorn pase por alto lo relativo a la fiebre amarilla: ¡nada de eso! Es que esta ves, con la mayor claridad, silencia por completo a Finlay y le arrebata su gloria para entregársela en todo y por todo a Reed. En la página 240 de este libro que hoy por hoy es uno de los más leídos en los Estados Unidos. Hagedorn se refiere a que el comandante Gorgas seguía en Panamá “…las teorías de Walter Reed acerca de la fiebre amarilla…», pero sin hacer nada con ellas. teorías de Walter Reed acerca de la fiebre amarilla?, cabe preguntar. ¿Las que habían fracasado en distintas ocasiones por su obstinación en desconocer la verdad científica que sólo Finlay había seña-lado y a la que él apeló cuando ya no le quedaba nada por probar? ¿ O la que Finlay había sostenido por espacio de muchos años y que el genial sabio le habla entregado en aquella modesta jabonera, con toda generosidad y con admirable sencillez, como me decía el Dr. Diaz Albertini? Porque, en efecto, si se trataba de las teorías de Reed, las que verdaderamente eran de él y habían fracasado, el comandante Gorgas estaba perfectamente justificado para no emplearlas en Panamá.

… En cuanto a la Influencia del descubrimiento de Finlay para la terminación del Canal de Panamá. Hagedorn no está solo al silenciarla, porque en el número correspondiente a octubre de la revista «Américas», editada por la Organización de Estados Americanos, de Washington, mi buen amigo el profesor Angel Rubio, español republicano establecido en Panamá, publica un por otros conceptos excelente artículo acerca de la comunicación interoceánica, y ni siquiera menciona a Finlay al hablar de loa médicos y los entomólogos que estudiaban a los mosquitos en Panamá y al elogiar a Gorgas como el hábil director de la primera invasión científica de la zona tropical, hecha por el hombre blanco. De Finlay, ni el nombre…

Hagedorn dice, y es cierto, que el presidente Roosevelt (de Sagamore Hill), habla seguido con el mayor interés los experimentos de Reed en Cuba, relacionados con la fiebre amarilla, y a pesar de lo que la Sanidad Militar decía en cuanto a los trabajos de saneamiento eran los que habían acabado con la fiebre amarilla en Cuba…” se inclinaba a creer que la teoría de Reed había quedado demostrada por si misma» ¿Qué teoría de Reed? La que en último extremo había probado sus grandes excelencias no era suya, sino de Finlay, y en los informes de Wood al presidente Roosevelt (de Sagamore Hill), el gobernador militar SIEMPRE se habla cuidado de incluir la referencia a Finlay y él mismo había presidido el homenaje que se había rendido en La Habana al Insigne sabio cubano y que era el primero de los que después le ha tributado el mundo entero. De este modo Hagedorn presenta el dramático cuadro del dilema en que se encontraba el valiente luchador de la loma de San Juan, aquel hombre fuerte quien, con todos sus errores, sintió por Cuba libre e independiente la que pudiéramos llamar «una debilidad de hombre fuerte» y que tenía que decidir entre la campana contra el mosquito para acabar con la fiebre amarilla en Panamá, que era lo indicado, y el saneamiento de los campamentos de trabajo, que no era lo suficiente, como ya se había demostrado en La Habana con anterioridad y por el propio Gorgas. Theodore Roosevelt decidió en favor de la lucha contra el mosquito, es decir, contra el verdadero enemigo de la civilización, como sostenía Finlay, y por eso fue que hubo Canal de Panamá y que el mundo pudo vencer al azote de la fiebre amarilla.

Han pasado cincuenta años y más, de aquellos tiempos críticos, y de la misma manera que Cuba escapó de la conjura de los anexionistas, cuyo máximo representante era Leonard Wood hasta en contra de los propósitos de Theodore Roosevelt, quien se oponía al incumplimiento de la promesa de la «joint resolution», Finlay y su gloría como descubridor del agente trasmisor de la fiebre amarilla, son reconocidos universalmente, aunque queden historiadores que, como Hagedorn, todavía en 1931 elogiaba las maquinaciones de Wood contra la independencia de Cuba, y en 1954 pretende ignorar a Finlay y lo silencia en favor de Reed y de Gorjas. El caso Finlay ya ha sido decidido por la opinión mundial y la personalidad y la obra del insigne científico cubano solamente la desconocen los despechados, los mal informados y los dominados por sus prejuicios.

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