Me embullé tanto con la aceptación que tuvo mi escrito sobre “el coño” que decidí dedicarle media hora “al carajo”…

La palabra «carajo» no tiene comparación con nada, es insustituible, es necesaria y es inigualable. 

Vaya, los americanos dicen «Hell», «hell» es infierno. Pero el «carajo» no es «hell», carajo no es infierno, carajo es carajo, y no tiene sinónimo ni superlativo.

Donde único “el infierno” es peor que “el carajo” es cuando nos referimos al lugar donde se encuentra “Bola de Churre”; a nadie se le ocurre decir: “Fidel está en casa del carajo” todos sabemos que está en el quinto infierno metido en una  caldera de agua hirviendo.

Pero, en el argot cubano -heredado de España- “Váyase usted al carajo” no es “váyase al diablo”, ni “váyase de aquí”, ni “váyase al infierno”. 

“El carajo», y sobre todo “a casa del carajo”, es un bello vocablo que nos sirve como insulto y no tenemos una palabra mejor en el idioma Español, y mucho menos en Inglés, para mandar merecidamente a alguien.

La primera vez que yo escuché la palabra «carajo» la dijo una de las maestras más inteligente que yo tuve, Hortencia Carrión, y dijo: “Rodrigo de Triana venía encaramado en el carajo de La Pinta, y vio a El Salvador cuando gritó ¡Tierra!”

Me reí tanto que al salir al recreo todavía estaba muerto de la risa y ahí un compañero de clases llamado Robertico “el pinto” García Curbelo me dijo: “Estebita y de que carajo te estás riendo solo?”

Ahí caí en  la cuenta que si bien la profesora tenía razón, también en mi escuela religiosa, en mi entorno, en mi pueblo y en toda Cuba al “carajo” le dábamos otra connotación.

Pero existe un carajo muy bueno, muy tranquilo, súper agradable, hasta lo decimos cariñosamente y es nuestro carajo. Todos tenemos uno.

Lo utilizamos como despedidas en una fiesta, en una reunión familiar; y es (a más tardar a las  12 de la noche)  cuando decimos: “¡Me voy pa’l carajo!”

Y ahora no escribo más, adivinen para donde.