¿Qué culpa tienen los tomeguines del pinar, ni el arroyo en la montaña, de los desmanes cometidos por la tiranía?
Desde el inicial y agradable piropo de Cristóbal Colón hasta el último forastero que visita la Isla- sin apenas notar la destrucción física y moral causada por el castrismo- todos coinciden en que se trata de uno de los parajes más bellos del universo.
Los esbirros castristas han acabado con la libertad, la prosperidad y con la quinta y con los mangos, pero no han podido cambiarle el precioso color azul al cielo cubano.
Todos los días nos dicen que la Cuba que nosotros recordamos con cariño no existe, pero allí está Soroa, el Salto del Hanabanilla, y la tierra colorada alrededor de mi pueblo.
¿Alguien ha logrado borrar la emoción que me producía bajar la loma de Candela y contemplar de lejos al Valle de Güines? Las bellas mariposas, el trinar de un sinsonte, una bandera cubana en un mástil, un arco iris, una palma real, un manantial, un aguacero, un rabo de nube.
Cuba es una lagartija, una ceiba centenaria, un palmar, un cañaveral, un punto guajiro, unos niños inocentes jugando a la quimbumbia, unos tinajones camagüeyanos; todo eso son motivos mas que suficientes para sentir ternura por nuestro terruño.
No pisaré a Cuba mientras sea esclava, pero no es por falta de cariño por mi tierra, sino porque mis principios y mi anticastrismo me lo impiden.
Porque no pasa un solo día sin que añore la campiña cubana, las playas, una jutía que quede viva, su clima privilegiado, un cerro, un camino vecinal, y hasta el bagacillo que caía en mi camisa blanca traído por el viento desde el ingenio más cercano en época de zafra.
Cuba no es del chicle masticado Raúl Castro, ni de su hijo Alejandro, ni de su nieto el Cangrejo, estos H.P. son buitres de paso y desaparecerán algún día. Cuba es Martí, Maceo y Gómez.
Cuba es eterna. Cuba es Viñales, los Arcos de Canasí, Guanabo, un oxidado machete abandonado en el medio del monte, una guayabera raída que perteneció a un Mambí, un improvisado guateque, un amanecer luminoso, el cantar de un gallo y unas palomas revoloteando en el sol radiante.
Cuba no es Tropicana ni hoteles españoles para turistas, ni jineteras menores de edad. Cuba es la tierra de nuestros antepasados, la isla de los mártires, desde Hatuey hasta Zapata Tamayo.
Escucho decir: “Yo odio aquel lugar donde tanto sufrí”… Pero la culpa no es de Cuba sino de sus hijos malos. ¿Qué culpa tienen las cristalinas aguas de Santa María del Mar de las barrabasadas y abusos de los esbirros castristas?
Adorar a Cuba es un deber y un placer. Ayudar a sus verdugos con un solo dólar, es un crimen incalculable. A mi país lo llevo en el corazón, hasta recordar a los mosquitos en la playa Caimito me enternece.
Siempre debemos mantenernos orgullosos de las bellezas naturales de nuestra nación aunque hoy en día sólo se utilizan para extraerles dólares a los extranjeros y a los cubanos que visitan la madriguera del enemigo.
A Cuba la tengo en un altar, en un pedestal, Cuba es la Iglesia del parque Central de mi pueblo que yo -mentalmente- visito todos los días. Para mí, un bohío con piso de tierra es mas lindo que el Empire State Building.
El olor a tierra mojada después del aguacero, el Pico Turquino, una gallina con 10 pollitos a su alrededor; eso es la Patria.
¿Son responsables el azulejo y el colibrí de la maldad de los degenerados comunistas? La destrucción física se arregla en seis meses, la belleza natural es la misma y es eterna, desde mucho antes que Colón y Rodrigo de Triana llegaron allí.
Y representa un deber de todos nosotros adorar a la patria que nos vio nacer.
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