Cuento por A. Averehenko (1927)
“¡Los hombres son muy cómicos!” dijo ella, sonriendo soñadoramente.
No sabiendo si esto indicaba alabanza o censura, yo respondí, un tanto perplejo: “Muy cierto…”
“Realmente, es todo un Otelo”, prosiguió. “A veces deploro haberme casado con él, créame. Estoy segura de que todavía tiene la cabeza envuelta en vendas”.
“¿Ah, se refiere usted a su marido? Pero…”
Ella me miró compasivamente: “No, no aludía a la cabeza de mi esposo. Este fue quien se la rompió”.
“No comprendo bien, señora. ¿Alguna caída…?
“No, nada de eso. Mi marido le partió la cabeza al joven”.
Yo la miré con aire sorprendido. Sentía hincharse mi propia cabeza. “A menos que usted se explique mejor”, comenté.
“Ah, olvidaba que usted no estaba enterado”, interrumpió ella. “Hace quince días regresaba yo del teatro con mi marido, cuando al atravesar la plaza lo vi a él sentado en un banco, bajo un foco eléctrico. Trigueño y de pelo negro. Usted sabe lo fatuos que son los hombres de ese tipo. Yo llevaba un gran sombrero negro que me sienta muchísimo. El mozalbete me mira, y, levantándose de súbito, agarra a mi esposo por la manga. “¿Me hace usted el favor de la candela?” dice. “Alejandro se desase, se agacha, y, más rápido que un relámpago lo golpea en el cráneo con un ladrillo. Cayó como un tronco. ¡Espantoso!”
“¿Qué extraño! ¿Y qué fue lo que hizo ponerse celoso a su cónyuge tan repentinamente?”
Ella se encogió de hombros, “¡Vaya usted a saber! Ya le dije que los hombres son muy cómicos”.
II
Despedíme de ella, salí, y en la esquina me encontré con su consorte.
“¡Hola, viejo, me han dicho que anda usted cascando cabezas humanas!”
Rompió a reír estrepitosamente. “¿De modo que ha hablado usted con mi mujer? Fue una racha de suerte que ese ladrillo estuviese tan a mano. De lo contrario, imagínese: yo tenía algunos millares de rublos en la faltriquera, y mi compañera llevaba encima todas sus joyas. La plaza estaba vacía y el sitio absolutamente desierto”.
“¿Cree usted que su intención era asaltarlo?”
“No, hombre; se trata de un agregado a una Embajada extranjera. Un impertinente os acosa en un lugar solitario, pide fuego, y os ase la manga de la levita. ¿Qué más quiere usted?”
Se detuvo con aire ofendido.
“¿Así es que usted le abrió la cabeza?”
“Sí, y no tuvo ni tiempo de gritar. Yo sé arreglar esos asuntos a la perfección”.
Siempre perplejo, le dije adiós y me alejé todo confuso.
III
“¡Dichosos los ojos que te ven!” oí decir detrás de mí.
Me volví y reconocí un amigo a quien no había visto en las últimas tres semanas. Su cabeza aparecía prolijamente vendada.
“¡Sergio!” exclamé! ”. ¿Qué diablos te ha pasado?”
“Acabo de salir de la clínica. Todavía estoy muy débil”.
“¿Pero, qué fue lo que te ocurrió?”
Sonrió penosamente y preguntó a su vez:
“¿Sabes si últimamente se ha escapado algún loco del manicomio? Hace quince días. Fui objeto de un ataque por parte de un alienado”.
Con súbito interés comenté: “¿Hace tres semanas? ¿En la plaza, estando tú sentado en un banco?”.
“Sí. Probablemente lo habrás leído en el periódico. La cosa más absurda. Yo estaba sentado en la plaza, muriéndome de ganas de fumar. ¡Sin fósforos! Y no acababa de pasar un buen Samaritano con cerillas… Al cabo de diez minutos, surge un caballero acompañado de una vieja presuntuosa. Me levanto, me acerco a él, le toco el brazo suavemente y le pido en el tono más cortés: “¿Señor, me hace usted el favor de la candela?” ¿Y qué crees tú qué hizo? El muy energúmeno se agacha, coge algo del suelo y… un instante después estaba yo en el pavimento, con la testa rota, sin sentido.”.
Lo miré fijamente, y le pregunté con mucha seriedad: “¿Crees de todas veras que tuviste que habértelas con un lunático?”
“Estoy segurísimo de ello”.
IV
Una hora después estaba yo hurgando en un rimero de números atrasados de un diario local. Al fin y a la postre logré hallar lo que estaba buscando: un suelto en la columna de accidentes.
Rezaba así el párrafo:
BAJO LA INFLUENCIA DE LA BEBIDA
“Hoy por la mañana, los guardaparques de la Plaza encontraron junto a un banco, en estado inconsciente, a un joven de decente aspecto cuyos papeles mostraron que pertenecía a familia distinguida de esta sociedad. Evidentemente, había caído al suelo mientras estaba en estado extremo de intoxicación, lesionándose en la cabeza con un ladrillo. Se le dio traslado al Hospital y aviso a sus parientes. La herida es menos grave”.
***
Todavía no me he recobrado del asombro, atónitos lectores.
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