EL ABURRIMIENTO

Written by Rev. Martin Añorga

29 de septiembre de 2021

Hace un  par de días hablaba con un viejo amigo, jubilado como yo. Lo noté triste y preocupado y al preguntarle qué le sucedía, me respondió con cansancio: “¡El aburrimiento, chico, me paso el día terriblemente aburrido!”

Después de una sosegada pausa la esposa de mi amigo -¡llevan 52 años de casados!-, me comentó que a veces le decía a su amado compañero que  “parecía un burrito holgazán recostado a la sombra de un árbol”. Sin pretender aludir a su ignorancia, guardé cortés silencio; pero ciertamente la palabra aburrimiento nada tiene que ver con la torpeza natural de un burro.

Etimológicamente el vocablo del que hablamos procede del latín “aborrere”, cuyo significado literal es “tener horror”. Aburrirse, de acuerdo con su sentido original, es tanto “horrorizarse como aborrecer”. El Diccionario Unesco de Ciencias Sociales define el aburrimiento de la siguiente manera: “es un estado de ánimo que se caracteriza por un sentimiento de desazón, sin llegar a angustia, y por la conciencia de que el tiempo pasa demasiado lentamente sin que, por otra parte, existan móviles de acción inmediata”.

Más adelante el mencionado Diccionario afirma que la palabra aburrimiento es desde el punto de vista lexicográfico un vocablo de escaso historial. Antes del siglo XV se usaba el vocablo “acedía”, pariente de “acidez”, y que significaba “desabrimiento, asperezas de trato”, y en un más extenso sentido, “sensación de vacuidad vital inclinada al desinterés ante las circunstancias del mundo exterior”.

Cualquier persona puede sentirse aburrida en un momento dado, y de forma esporádica. Un par de bostezos, estirar los brazos y mover el cuello ante un impulso exterior que no motiva nuestra atención es normal. Lo que no es normal, y  sucede así con todo lo que sea excesivo, es mantener una actitud permanente de aburrimiento. Ramón Gómez de la Serna lo ha dicho de forma más dramática, “aburrirse es besar a la muerte” y Alain en su libro “Disertaciones sobre la Felicidad” afirmó que “lo más terrible en el mundo es el hombre que se aburre”.

Analizar los motivos que promueven el aburrimiento puede llegar a ser tarea propia de siquiatras, aunque consejeros preparados y profesionales como los clérigos, los maestros y trabajadores de la salud con respaldo de experiencia pueden ser factores de ayuda. Vamos a mencionar algunas de las razones que suelen provocar un aburrimiento cercano a la depresión.

Aclaremos que el aburrimiento no es necesariamente atributo de la vejez, pues el mismo aparece de igual manera en niños, jóvenes y adolescentes, aunque en estos niveles abundan soluciones más variadas y rápidas. Ahora bien, los que somos adultos tenemos que ser observadores de la conducta de nuestros menores para detectar a tiempo cualquier evidencia de anormalidad.

Vamos a referirnos a las causas más comunes que producen el aburrimiento en los adultos y no señalamos todas las causas porque es imposible determinarlas todas, sino que nos ajustaremos a las más comunes. Lo primero es la actitud de desinterés. Es raro que en una sociedad en la que hay tanta variedad de estímulos que debieran capturar nuestra atención, caigamos en un vacío de desinterés. La lectura, el deporte, la televisión, el internet, los teléfonos inteligentes, los juegos de mesa, la asociación con personas o grupos que comparten nuestras vivencias son caminos para que nos escapemos de una insatisfactoria sensación de aburrimiento. Recordemos la oportuna expresión de Alain en “Disertaciones sobre la Felicidad”: “al que no tiene recursos propios, el aburrimiento lo acecha y pronto lo captura”. Hoy día, con la rígida restricción a la que estamos sometidos por la inquietante pandemia del coronavirus, estamos privados de nuestras habituales actividades y corremos el riesgoso peligro de caer en un molesto estado depresivo. Ante esta posibilidad estamos obligados a tomar acciones inmediatas para desalojarla de nuestro comportamiento.

Otra razón es la realidad de que nos vemos desocupados e inútiles y nos desvaloramos   por la ausencia del respeto que nos daban nuestro trabajo, profesión u oficio. Especialmente los ancianos jubilados deben buscar alicientes que los mantengan activos pues se ha reconocido que una abultada edad nos convierte en cercana víctima de la enfermedad que nos acosa. Es importante que evitemos un exceso de tiempo libre. Siempre es posible hallar algo que hacer. Disfrutar de un “hobby” o de una grata afición es una solución paliativa de gran importancia. Dijo C. J. Cela que “el aburrimiento es dejar pasar el tiempo sin que te des cuenta de lo que estás perdiendo”. El problema es la conformidad y la abulia. Hay que repetir el mismo concepto: estar aburridos por un rato suele ser algo placentero, estar aburridos por demasiado tiempo es una carga que afecta la salud mental y crea una riesgosa pérdida de motivación para vivir. Conozco a una persona que era habitual asistente a mi iglesia y que siempre estaba dispuesto a arreglar algo que se rompiera. Ya cuenta sus años y ha descubierto que es un extraordinario carpintero, oficio en el que se desenvuelve de forma creativa y con un renovado entusiasmo. En su vocabulario no cabe la palabra aburrimiento.

Don Miguel de Unamuno en su novelesca obra Niebla intercala una frase que nos ha llamado la atención: “el aburrimiento es el desperdicio de la vida”. Sin embargo, hay que darle crédito al aburrimiento bien distribuido, ya que ha inventado el placer de los juegos caseros, las distracciones, las novelas y hasta el amor. La idea es que los que están aburridos e intentan superar ese estado de tedio siempre hallan la salida más apropiada, y pueden ser más felices de lo que se sentían capaces.

Una causa común de aburrimiento reside en la ausencia de personas con las que comunicarse. La soledad es la peor de las compañías. A veces a  “los viejos” nos ignoran, no deliberadamente, sino simplemente porque cada individuo tiene su manera de desenvolverse, empleando su tiempo en intereses en los que quedan excluidos  los demás. A veces nos llega la edad que nos obliga a un descanso permanente que a menudo nos impone la incapacidad de comunicarnos correctamente. Son numerosas las personas que se alojan en estrechas habitaciones en una residencia ajena que aquí llaman “homes”  impropiamente. Nuestra sugerencia es que a los ancianos que ya carecen de una normalidad total, les proveamos de música y televisión, sin que nunca falte el poderoso aliciente de una visita familiar que les haga sentir que son amados. Si es posible, y generalmente lo es, podemos llamarlas por teléfono diariamente. Yo recuerdo que en  un asilo estaba recluida una señora que era visitada diariamente por su esposo. Una tarde una enfermera se le acercó para decirle que estaba admirada de su lealtad, mencionándole que su compañera ni siquiera sabía quién era él. Su repuesta la dejó impresionada: “ella no sabed quien soy, pero yo sí sé quién es ella”. Jules Renard, nos legó esta confesión: “yo nunca estoy aburrido, estarlo sería un insulto a mí mismo”. Recordemos esa frase y socorramos, siempre disponible el corazón, a nuestros seres amados que dulcifican su tiempo, aunque no nos entiendan, con el simple todo de nuestra voz.

La soledad es mala compañía. No es rara, pues, la experiencia de un aburrimiento que entristece. Las personas mayores que viven una vida solitaria, limitadas al escaso espacio de una habitación no deben jamás ser olvidadas por los que tienen el ineludible deber de ofrecerles grata y amorosa compañía.

He sido testigo de que el aburrimiento en determinados casos es pariente cercano del alcoholismo. Una joven enfermera que aplicaba terapia física a un joven que había sufrido diversas fracturas debido a un accidente me dijo en cierta ocasión que “el aburrimiento suele ser el disfraz de la irresponsabilidad”, refiriéndose a un paciente que se había refugiado en las drogas “porque prefería dormir para evitarse el tedio de estar despierto”. Los que quieran salir del aburrimiento por el torcido camino del vicio, deben fortalecerse para no caer en la dolorosa trampa en que muchos han caído.

Para terminar, debemos aclarar que no hemos querido presentar el aburrimiento como una enfermedad incurable. Alguien me dijo hace algunos años que “uno no puede impedir que una paloma se le pose en la cabeza, pero sí puede evitar que haga nido”. Lo que nosotros hemos querido recalcar en este modesto trabajo es que al aburrimiento no debe dársele jamás permiso de residencia permanente. Clifton Fadimad dijo con cierta ironía que “aburrirse en el momento adecuado es signo de inteligencia”. Disfrutemos esos gratos espacios de nuestra vida en que nada nos preocupe ni nos importe; pero reaccionemos a tiempo y reanudemos la atención que reclaman nuestras cotidianas obligaciones. Concluyo con una  genial frase de la novelista francesa Sidonia-Gabrielle Colette: “sigue el camino y no te acuestes más que para morir”.

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