Por C. M. Trelles (1955)
Ahora que la ciudad floridana de Tampa celebra su 168 aniversario, este trabajo de Carlos M. Trelles, publicado en el número de «Cuba y América» correspondiente al 1º de julio de 1897, recobra actualidad. Finalizaba la Guerra de independencia cuando Raimundo Cabrera dedicó todo un número de su magnífica publicación a la ciudad de Tampa. Para aquel número escribió Trelles este trabajo insistiendo mucho en destacar la contribución de los cubanos al crecimiento y desarrollo industrial de aquella ciudad. De ahí que no vacilemos en reproducirlo ahora, en la seguridad de que estamos reviviendo un trabajo de fundamentados datos en relación con Tampa, un nombre de ciudad de los Estados Unidos que suena mucho a cosas de la patria cubana.
La espaciosa bahía del Espíritu Santo o Tampa, elegida en 1539 por el conquistador español Hernando de Soto para desembarcar una expedición de mil peones y doscientos cincuenta jinetes con los cuales apoderarse del país y llegar a orillas del Mississippi, se ha convertido en los últimos tiempos en el punto de partida de una vía comercial de capital importancia y a la que aguarda un porvenir esplendoroso.
Cerca de ella se extiende la ciudad de Tampa, uno de los focos separatistas cubanos muy activos y cuya influencia sobre los destinos históricos de Cuba es innegable. Este nido de filibusteros como la llaman los integristas españoles era hace medio siglo, un lugar todavía en estado salvaje, habitado por los indios seminolas. La colonización española apenas había dejado los más leves indicios de civilización en todo el prolongado período que duró su dominación. A tal punto era insignificante Tampa que en 1880 sólo contaba con 800 habitantes esparcidos por el dilatado condado de Hillsboro, de 1,300 millas cuadradas de superficie.
Dos acontecimientos, uno fausto y otro desdichado, vinieron a dar pasmoso impulso a la entonces embrionaria ciudad.
Fue el primero, la llegada a ella de las paralelas del ferrocarril de Plant en 1884, por medio del cual se puso en contacto con la inmensa red ferrocarrilera de este maravilloso país; y desde el instante mismo en que resonaron en los ámbitos de la aldea los estridentes silbidos de la locomotora despertaron las ocultas energías que encerraban aquellos habitantes, empezaron a acudir multitudes de los condados circunvecinos y todo cobró vida y movimiento al paso civilizador de la bienhechora vía férrea.
Dos años después, un conocido industrial valenciano, el señor Vicente Martínez Ibor que hace largo tiempo residía en Key West donde poseía una extensa fábrica de tabacos habanos, enterado por su socio el camagüeyano señor Eduardo Manrara, de las excelentes condiciones de Ibor City, convertido entonces en verdadera selva poblada de toda clase de reptiles, decidió trasladar su gran manufactura “El Príncipe de Gales” a estos arenales. Es de justicia advertir que el señor Manrara fue Informado a su vez del modo de ser de Tampa por otro español, el vice Cónsul señor Gavino Gutiérrez; y por otra parte el señor Ramón Rivero apoyó calurosamente en su periódico “The Equator” de Key West el proyecto de traslación de la fábrica. Ellos son, pues, los padres de Ibor City. El violento incendio ocurrido en el Cayo en 1886 coadyuvó poderosamente a la realización de este plan.
Otro industrial, el señor Sánchez, también español, imitó en el mismo año el ejemplo dado por Martínez Ibor. Tal fue el origen de Tampa industrial: origen español en buena parte. Y hecho singular verdaderamente. En vez de fomentarse como era, hasta cierto punto lógico esperar, una colonia española ferozmente intransigente al estilo de la de México, la creación de esas dos fábricas dio nacimiento a una ciudad eminentemente rebelde y desafecta a España, a una ciudad que como el Cayo, es una eterna pesadilla para esa decrépita Nación.
Pero justo es confesar que el señor Martínez Ibor fue uno de los españoles de espíritu más liberal y expansivo (rara avis) y su decisión por los cubanos y su causa le acarrearon persecuciones de sus compatriotas, quienes le obligaron a abandonar la Isla en 1869.
Iniciada de este modo la industria tabacalera se desarrolló en esta localidad de un modo fenomenal y la población creció a compás de los tabacos que se elaboraban. Algunas cifras lo probarán. En 1886 la población era de 1,200 habitantes y hoy alcanza a 18,000. De modo que Tampa, robusta rama desprendida del frondoso árbol de Cayo, Hueso, cuenta en estos momentos con tantos seres humanos como la ciudad a quien debe la existencia. En el primer año citado se elaboraron de diez a doce millones de tabacos y en 1896 llegaron a noventa millones, cifra que representa más de la mitad del tabaco confeccionado en toda la Florida —y justamente la mitad del exportado por el puerto de La Habana. Con decir que en 1886 las fábricas eran dos y en la actualidad pasan de cuarenta, se comprenderá el vuelo asombroso que aquí ha tomado la humeante industria desarrollada.
Y ya que nos referimos al torcido de la famosa hoja, bueno es dejar sentado que los perversos planes de Weyler, de arruinar con su ridículo decreto de 17 de mayo de 1896 la industria tabacalera de la Florida, con objeto de matar, por hambre a los cubanos emigrados (como si eso fuera tan fácil como hacer morir de inanición a los cubanos reconcentrados), y concluir, por ende, con las colectas patriótica, se han visto por fortuna completamente defraudados. Las fábricas tampeñas continúan su trabajo regular y no hay temores de que suspendan el trabajo por falta de material ni de que concluyan los donativos a la causa. Por el contrario, personas peritas en la materia esperan que este año se lancen al mercado mayor número de millones de tabacos torcidos que nunca, y lo que es más grave todavía, que el tabaco mexicano suplante lentamente al habano, como lo demuestra el hecho de haberse importado de la Isla en 1885, 25,000,000 de libras de tabaco en rama y del de México 68,000; y no haberse importado en cambio de Cuba, en 1886 sino 14.000,000 y del mexicano 35,000.
No es posible dejar de decir, al hablar de Tampa, dos palabras acerca de la gran manufactura de Martínez Ibor que da empleo a más de cuatrocientos operarios y cerca de doscientas despalilladoras, cubanos en su inmensa mayoría. En esta casa y en la de Trujillo Benemelis es donde más predomina el elemento separatista y se rinde culto fervoroso al ideal de Céspedes y Martí: son los baluartes del cubanismo.
Otras fábricas de notoria importancia pueden citarse; como por ejemplo, la de Seidemberg, (Ellinger, O’ Halloran, Sánchez, Haya, González, Mora Creagh, Lozano, Guerra, Díaz, San Martín, Chávez, Juan La Paz, Barranco & Co, etc.
De los 85,000 tabaqueros que residen en la República Modelo 3,000 se encuentran en Tampa, amén de mil despalilladoras, entre las cuales no es difícil encontrar rostros de fascinada belleza.
En Tampa se halla establecido el famoso Hotel de Plant, conocido por el Tampa Bay Hotel, uno de los más confortables y lujosos del mundo. La Corte o Audiencia es amplia y de agradable aspecto. La Compañía de Cerveza de la Florida, inaugurada en este año y cuyo costo ha sido de $150,000 posee uno de los edificios más importantes de la ciudad. Tampa cuenta también con dos Bancos Nacionales y uno del Estado, hecho para nosotros sorprendente, pues estamos acostumbrados a ver ciudades muy importantes de Cuba en las que no existen ni vestigios de instituciones bancarias.
Las calles tienen en total una extensión de ochenta millas; se encuentran recorridas por dos líneas de carros eléctricos y alumbradas por gas y luz de arco voltaico.
Tres cuarteles de bomberos prestan servicio en caso de incendio; tres fábricas de hielo refrigeran a los moradores y se publican tres periódicos diarios y seis semanales. En quince escuelas, a las que asisten dos mil niños, se da al pueblo el pan de la instrucción. Señales significativas son todas éstas que ponen de manifiesto la potencia de la vigorosa civilización norteamericana.
Sostiene la ciudad once iglesias, bajo distintas formas: los católicos han erigido dos; y los episcopales, congregacionalistas, hebreos y cristianos una, respectivamente.
El clima es muy benigno y la salubridad sorprendente. La revista «Florida Echoes» asegura que la mortalidad en 1694 fue de nueve y medio por mil, hecho verdaderamente asombroso si se recuerda que las de La Habana y Matanzas, por ejemplo, pasaban en ese año del treinta por mil; y ni aún en la Gran Bretaña, donde los adelantos de la higiene han alcanzado el sumun de perfección, se puede citar otro caso de tan baja mortalidad.
El cuarto distrito de Tampa City lo constituye Ibor City donde se albergan 6,000 personas en su mayoría cubanos. El que pase por la Avenida Séptima o la calle Catorce, valga de ejemplo, no creerá estar en los Estados Unidos, tal es el crecido número de hijos de Cuba con que tropieza y los establecimientos de todas clases en los cuales no se ven sino anuncios en castellano.
En Ibor City se encuentran cerca de mil casas que dan abrigo a una población obrera, formada en gran parte de refugiados políticos que detestan de todas veras al Gobierno español y contribuyen a los fondos del Partido Revolucionario dando el cinco o el diez por ciento de sus jornales.
A más de las tabaquerías cubanas, se cuentan unos treinta Clubs separatistas, de ellos diez de Señoras y Señoritas, donde se abona semanalmente una cantidad destinada a la compra de armas, municiones y medicinas con que auxiliar a nuestros heroicos hermanos que ofrendan su vida en altar de la patria.
Han fijado su domicilio en esta ciudad treinta médicos, diez farmacéuticos, ocho dentistas, seis abogados y varios escritores, oradores y poetas, todos hijos de Cuba. En pocas ciudades cubanas de igual número de habitantes se encontrarían con tanta profusión los títulos académicos. Y, sin embargo. Montero en su olímpica soberbia, se permitió no ha mucho calificar de “ignorante” a las emigraciones cubanas en la Florida.
West Tampa
Casi contigua a Tampa se encuentra la recién nacida ciudad de West Tampa, venida al mundo municipal el mismo año en que el gran Martí lanzó al pueblo a conquistar su independencia. Su población es ya, no obstante, de 2,800 almas y su Alcalde o Mayor ha sido hasta hace poco el benemérito patriota coronel Fernando Figueredo. Difícilmente se encontraría otro caso semejante en los Estados Unidos. Los habitantes son cubanos en su inmensa mayoría.
Como sitios de expansión debemos citar el Parque de Soto o Palmetto, donde el pueblo se recrea los domingos, y Ballast Point en cuyo lugar se levanta una pagoda japonesa convertida en salón de baile.
Fort Brooks, barrio mundano inmediato a Ibor fue creado en 1832 y se convirtió en una base de operaciones durante la guerra contra los indios seminolas.
Antes de concluir diremos que en el puerto de Tampa se está creando otra ciudad llamada Port Tampa City, con 2,000 almas y varias fábricas de tabacos. No tardará en tomar incremento dada su excelente situación.
Sería interminable este artículo si refiriera los repetidos trabajos efectuados en esta portería de la manigua, en pro de la independencia patria. Pero no es posible dejar de consignar, antes de poner término a estas líneas, que aquí brotó la primera chispa, como ha dicho muy bien mi estimado amigo el señor Rivero, del voraz incendio que consume y regenera a Cuba.
En efecto, en el patriótico cerebro de otro amigo mío, no menos respetado y querido, el señor Néstor Carbonell, brotó en 1891, la luminosa idea de invitar a Martí a venir a este centro de emigrados a dirigir su voz al pueblo y organizar en debida forma los trabajos redentores.
Auxiliado por su hijo Eligio, preparó el terreno de tal modo que al llegar a Tampa el extraordinario tribuno y agitador cubano “se lo encontró todo hecho”. Enseguida, se constituyó el potente Partido Revolucionario y cuatro años más tarde en un tabaco elaborado en la fábrica de O’Halloran fue la orden para que el más grande de los Generales cubanos, Antonio Maceo, desembarcase en Cuba y empezase el desarrollo del sangriento drama que está asombrando al Viejo y al Nuevo Mundo.
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