DOCUMENTOS CUBANOS RAROS O INÉDITOS. 27 de noviembre de 1871

Written by Libre Online

15 de noviembre de 2022

LIBRE EVOCA EL 151 ANIVERSARIO DEL INJUSTO FUSILAMIENTO DE LOS ESTUDIANTES DE MEDICINA

(Recuerdos de Entonces). Por Domingo Figarola Caneda (†)

Domingo Figarola, estudiante de segundo curso de medicina en noviembre de 1871, pudo salvarse,  de ser uno de los encausados o tal vez de los fusilados. Domingo Figarola entregó a la publicidad esta versión que era, a la vez un recuerdo personal y que aquí reproducimos.

Ciento cincuenta y un años se cumplen este 27 de noviembre, a contar desde aquel en que fueron inicuamente fusilados en la explanada de La Punta ocho jóvenes, estudiantes del primer año de medicina. Los aniversarios de este acontecimiento horrible se han ido sucediendo, y la mayor parte de los principales que figuraron en él, han desaparecido ya, los unos con la bendición y los otros con la maldición eterna de la posteridad. 

Pero todavía no han muerto algunos que desempeñaron papel más o menos circunstancial, y otros que, por mucha suerte para ellos, no fueron comprendidos en el número de los estudiantes del primer curso de medicina. Entre aquellos últimos puedo contarme: y de algunos de los detalles o episodios de que hube de ser testigo presencial, y por más que sean todos de un interés muy relativo, se publican.

Cursaba yo el segundo año de medicina. Por la mañana acudíamos a lo que llamábamos Hospital de San Dionisio, y que había sido la Casa de Dementes, el primer año a asistir a la clase de anatomía (segundo curso) que explicaba el doctor Juan Manuel Sánchez de Bustamante.   Por la tarde volvíamos a San Dionisio el primero, el segundo y el cuarto, para la clase práctica, o sea la que se daba operando en cadáveres. Y aunque los trabajos de esos tres cursos eran naturalmente distintos, lo cierto era que allí permanecíamos las horas de la tarde que duraba la clase práctica. Por esto, principalmente, los del segundo curso fueron testigos de muchos de los sucesos que ocurrieron en  San Dionisio. 

•  Lo primero que vi, fue cuando la casualidad me condujo hasta la puerta de la cátedra del doctor Sánchez de Bustamante. Este profesor, de puertas adentro, y el gobernador Don Dionisio López Robert, de puertas afuera, aquél rechazaba indignado profundamente las infames calumnias que éste se esforzaba en lanzar sobre los alumnos de dicho profesor, o sea los del segundo curso de medicina. Todavía creo hallarme tan próximo a aquél como por la casualidad lo estuve entonces, y ahora que escribo veo aquella cabellera de hilos de plata, aquel semblante de un rojo extremo, de músculos temblantes, de ojos verdaderamente centellantes, y oigo aquella voz que, trémula por la cólera, en cada palabra despedía un dardo de honradez y de entereza a la cara del gobernador. 

• La flor —una rosa— cogida por Álvarez de la Campa, no lo fue en el jardín del Cementerio —necrópolis que no recuerdo que poseyera jardín propio—, sino de aquel que la señora Rita Duquesne del Valle había fundado y sostenía frente a los nichos que guardaban los restos de sus padres los marqueses Duquesne. Muy cerca de estos nichos, y a la izquierda, se hallaba el de don Ricardo de Guzmán el Bueno, y en la misma dirección, pero a mayor distancia, se encontraba el de don Gonzalo Castañón. Si también en aquel lienzo de pared se hallaba comprendido el nicho de don Francisco Campodrón, no lo recuerdo, ni tampoco el del capitán general don Joaquín del Manzano; y, sin embargo, no solo el de Castañón: la calumnia infame de los voluntarios llegó a acusar también a los estudiantes de haber profanado los sepulcros de estos dos españoles. 

• Ese terreno sobre el cual se levantó el Teatro Payret, era entonces yermo, y junto a aquél tenían su punto de parada unos pequeños carros o tranvías tirados por caballos, que hacían sus viajes entre La Habana y La Chorrera, y en cuyos vehículos iban y venían todos los cursos de medicina que por la mañana y por la tarde tenían que asistir a las clases de San Dionisio. 

En la tarde del sábado 25 de noviembre, fui yo el primero en llegar al tranvía, y tras de mi entró Carlos Verdugo y se sentó a mi izquierda. Por la mañana, en hora ya pasada para la clase, había regresado de Matanzas, de ver a su familia, allí residente, y apenas llegado, pudo enterarse de los rumores que ya corrían por toda la ciudad relacionados con los estudiantes de medicina y la supuesta profanación por ellos cometida en el Cementerio. 

Preguntóme que sabía yo, le referí lo pasado ante mi por la mañana, cuando el doctor Sánchez de Bustamante, arrancó materialmente de las garras del gobernador López Roberts al segundo curso de medicina y el tranvía echó a andar y así llegamos al Torreón de San Lázaro y después a pie hasta enfrentarnos con el portal de entrada de San Dionisio, en cuyos ambos lados, y muy bien ocultos por sendos jardines, se hallaban apostados las filas de voluntarios, rodilla en tierra y bayoneta calada. La sorpresa que experimentamos puede considerarse. 

Habíamos caído en una emboscada, en una trampa: no había otro remedio que entrar en el Hospital, y así lo hicimos, y dentro nos separamos y ya no volvimos a vernos sino a la mañana siguiente, a las diez, cuando fui a la puerta de la Cárcel, a llevar alimentos y ropas a algunos compañeros hijos de familias íntimas de la mía, y allí en la puerta de la cárcel y reja por medio, vino Carlos Verdugo a estrecharnos la mano por última vez, exclamando profundamente acongojado:

-¿Qué te parece? yo, que ni me hallaba en La Habana!

Pobre compañero y amigo, que en esos momentos ignoraba que treinta horas después, sería él uno de los fusilados por decreto de aquella suerte o sorteo a que lo sometieron los voluntarios.

Por la tarde, llevóme también la casualidad a oir las palabras vertidas por el capitán de Voluntarios, don Felipe Alonso. Me acerqué a un grupo que formaban, entre otros que no sabía yo quienes eran, Alonso Álvarez de la Campa, Carlos Augusto de la Torre, don Felipe Alonso, y un vestido de blanco con sombrero de jipijapa, que momentos antes me había informado que se llamaba don Juan Alberto, era también capitán de Voluntarios y, además, dueño de la talabartería “El Potro Andaluz”.

EL DRAMA DEL 71

Toda la parte gráfica de nuestra Sección ha sido dedicada esta semana al drama del 71. Hemos omitido los retratos de los mártires porque ésos son bastante conocidos y además habrán de publicarse más adelante. Por el contrario casi todas las fotografías que publicamos son raras. Las hemos obtenido de un ejemplar de «La Caricatura».  

Algunas son realmente desconocidas como la de López Roberts,  José Gener, Felipe Alonso, los periodistas Ariza y López Triay, el señor Arderlus, mayor del Presidio asi como el general Clavijo, atropellado por los bárbaros Voluntarios de La Habana para poder llevar a cabo aquel asesinato en masa, aquella fechoría sin nombre. 

Con ello aspiramos a rendir un homenaje a los que cayeron como mártires y como tales viven en la conciencia nacional. Porque las actuales generaciones podremos perdonar, pero jamás olvidar tanto atropello, que al fin y al cabo sólo sirvió para poner a prueba la entereza cubana y el valor infinito de aquellos hombres.

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